Asistí al Congreso en calidad de periodista con el objetivo de recabar testimonios para la radio, algunas impresiones de los miembros latinos asistentes con el fin de difundirlos.
Quienes llegan al Congreso como participantes difícilmente sea su primer viaje a Israel por lo cual no tienen la necesidad de conocer el país ni recorrerlo en 72 horas de la mano de un guía que, entre falafel y falafel, los pasea del norte al sur contándoles la historia de 5.000 años de nuestro pueblo.
Sus respectivas comunidades los han enviado a participar activamente del organismo resolutivo por excelencia del judaísmo mundial. Sí es factible que sea la primera vez que llegan a este ámbito, y es aquí donde creo que debo poner el acento.
Es por ello que algunos delegados hayan llevado en sus mochilas la ansiedad de la primera vez, las ilusiones y la enorme expectativa de tener contacto con diferentes congresistas de todo el mundo que luchan, en sus respectivos países, por un mismo movimiento; pero, seguramente, lo que no han tenido es la instrucción precisa sobre a qué llegaron a Israel ni a dónde vienen, políticamente hablando.
Es por eso que he notado, en la mayoría de los debutantes, el dejo amargo de la desilusión, el sentir que -a diferencia de lo que pensaban- no fueron protagonistas sino sparrings de una pelea desigual. Con la tarea no cumplida, y encima con la obligación y la responsabilidad de transmitir esto de vuelta a casa, y con la gran duda de cómo hacerlo sin dañar el compromiso con la causa ni influir en forma negativa en la participación de los otros porque lo que quedó en deuda fue la discusión crítica.
¿Puede alguien suponer, a priori, que el Congreso Sionista -considerado el parlamento del pueblo judío- funcionaria diferente que el Congreso de cualquier país?, ¿alguien podría haber creído que quienes organizan el circo iban a poner en discusión su continuidad como organizadores de los próximos congresos, recortarían sus salarios, achicarían las estructuras de los países desarrollados a favor de los otros, o propondrían dejar estas resoluciones en manos del parlamento (o sea, de los representantes de los integrantes de cada comunidad)?
¿Por qué creer que este Congreso sería distinto que el argentino, por ejemplo, a la hora de votar las privatizaciones? Hay intereses en juego, y si hay intereses hay capital -como regla económica básica-.
Fue entre simpático y patético ver cómo, a la hora de cada votación, los representantes miraban a su guía, por llamarlo de una manera, una especie de claké de televisión que levanta o baja el pulgar según la resolución a votar sin ningún tipo de prejuicio, y abiertamente, con gestos ampulosos, no sea cosa que algún voto se desvíe.
No sería descabellado pensar que quienes levantan las manos poco saben sobre lo que están votando y, sin duda, han pasado una semana caminando por las callecitas de Jerusalem.
En Argentina, esto se conoció como el voto del ‘diputrucho’.
Este seria el lugar donde este cronista debiera bajar la línea que involucre a Herzl en sus comienzos idealistas y la involución de las ideas o de la especie humana, judía y sionista en este caso, pero pretender esbozar una teoría ideológica en medio de un Congreso tan vació resulta, de nuevo asociar lejos de la realidad que se vivió en las sesiones. Así que dejo las revisiones ideológicas para quienes corresponda, yo seguiré mientras viviendo en Israel, más cerca de lo nacional y alejado de este folklore hasta los próximos cuatro años.
Quien quiere oír que oiga…