Jánuca: la festividad incómoda

La festividad de Jánuca siempre resulta muy simpática. Luces por doquier, toda la familia participando, los niños jugando con el Sebibón (perinola característica). Una imagen bella por donde se la mire. Sin embargo, tras un análisis más profundo, nos encontramos con una celebración tradicionalmente incómoda. En la tradición judía los macabeos pasarían a la historia como grandes combatientes, pero no como grandes exponentes de nuestro pueblo.
Por Agustín Marcoff *

Partamos del comienzo. Jánuca evoca el recuerdo de la revuelta hasmonea frente al imperio griego-seléucida, una epopeya digna de mencionar que, como solemos repetir en estos días, estableció la victoria de los débiles frente a los fuertes, los pocos frente a los muchos.
Cabe que nos hagamos una pregunta entonces: ¿por qué en estos días no tenemos la orden de leer los relatos de los héroes escritos en los libros de Macabeos I y II? ¿No sería lógico, así como cuando leemos Ester en Purim?
La respuesta a esta pregunta encierra un profundo conflicto político, que definió el destino del pueblo de Israel durante generaciones. Bien es sabido que los sabios de la Mishná (s. II d.e.c.) y el Talmud (s. V d.e.c. aprox.) fueron los grandes planificadores de festividades. Recibiendo enseñanzas previas, se dedicaron a darle forma a las grandes celebraciones de nuestro pueblo. En el caso de Jánuca, el foco siempre estuvo puesto en el “milagro del aceite”, nunca en las batallas de Matitiahu y sus hijos. Esto se debe a la particular mirada que los primeros rabinos de nuestro pueblo tuvieron frente a la dinastía hasmonea que se estableció luego de la victoria.
A pesar de que la lucha macabea estaba basada en las ideas de libertad religiosa y la respuesta a la helenización forzosa, lo cierto es que los descendientes de los grandes personajes de Jánuca se desviaron escandalosamente de tales ideales. Iojanán Hircano, hijo del último hermano hasmoneo original, lideró una campaña de conversión forzosa al judaísmo de la población idumea del sur del país, algo inaudito en la concepción judía y criticado por los sectores fariseos (sector de la sociedad cuyos líderes fueron los primeros proto rabinos); sin embargo, fue su hijo, Alexander Ianai, quien terminó por destruir el legado, al persiguir, encarcelar y matar a los sectores fariseos críticos al gobierno, que parecía haber perdido el rumbo en materia ideológica. Sabemos de líderes fariseos que debieron irse al exilio a Egipto (irónicamente el lugar que garantizaba libertad) para salvar sus vidas de la persecución.
El mensaje que se transmitió de generación en generación en el ambiente rabínico fue claro: los hasmoneos se embriagaron de poder y sus decisiones finales hicieron tanto daño como los ejércitos a los cuales derrotaron en batalla.
En la tradición judía los macabeos pasarían a la historia como grandes combatientes, pero no como grandes exponentes de nuestro pueblo. Los rabinos talmúdicos se encargaron de dejar en claro que la centralidad estaba en los grandes maestros y no en los grandes combatientes. El tiempo les dio la razón mientras, durante siglos en el exilio, la pluma fue mucho más relevante que la espada. Sólo a principios del siglo XX, cuando el movimiento sionista necesitó recurrir a ejemplos de valentía a lo largo de nuestra historia, los macabeos volvieron a la centralidad de la escena, representando ese “judaísmo muscular” del que hablaba Max Nordau.
Jánuca es la festividad incómoda. Es en este momento del año, siempre cercano al día de la recuperación de la democracia en la República Argentina, donde establecemos que ninguna victoria militar, por más grande que sea, puede tapar persecuciones políticas, limitaciones a las libertades individuales y violencia generalizada; tiempos en los que dejamos en claro que el poder del ser humano tiene que estar subordinado a los principios éticos y morales de nuestra tradición.
¡Jag Urim Sameaj!

* Estudiante Rabínico. Seminarista de AMIA La Plata.