En este artículo voy a hacer algunos comentarios en torno a la consigna de los organizadores del panel «Y si hablamos de Bashevis Singer…», creo que hablamos de gente común, póshete ídn, interactuando en los shtetls o las calles de algún barrio judío de Polonia; intelectuales o estudiantes de jeder con sus cuestionamientos, rabinos y sus esposas que deben aconsejar y dirimir, artistas trashumantes que portan canciones y fórmulas mágicas, demonios que mortifican a los infelices, muertos que aparecen trayendo un mensaje en sueños o se transforman en dibuks, falsos Mesías y falsas judías͙ es decir, hablamos del ídish porque, por elección de Bashevis Singer, sus personajes lo hablan. ¿Será solo eso? ¿El medio de expresión?
Me animo a decir que no, que el ídish tiene carácter de personaje, que lleva adelante las historias de un modo peculiar y que selló el destino de todas y cada una de las obras. Sucede con Bashevis Singer, como con otros grandes autores, que más allá de sus lectores hay otro tanto que no lo ha leído pero que sí mantienen su memoria y reconocen ciertos elementos distintivos de su escritura o de su biografía. En este caso, ese elemento que lo hace diferente es, por una parte, la decisión de escribir en ídish y, por otra, haber sido reconocido y galardonado por eso con el Premio Nobel en 1978. Menciono la fecha porque alcanza esta distinción (y el Premio Nacional de Literatura que recibió cinco años antes) en un momento en que la retórica que predominaba acerca del ídish era la del camino hacia la desaparición como única vía, abonada por una ideología del desprecio por esta lengua fuertemente arraigada. Ese acto de reconocimiento contradice o al menos tensiona la reiterada imagen del ídish como jargón, lengua moribunda, destinada a lo sumo a una literatura menor (no por eso menos interesante) y de circulación intraétnica. Solo desde donde él escribió casi todas sus obras (1), desde el centro del mundo, se podía optar por la periferia sin dejar de ser parte del centro y lograr para y desde el ídish ese espacio de legitimación.
Desde 1950 se dedica a que sus obras (empezando por “La familia Moskat”) se publiquen también en inglés, pero esos serán para él los “segundos originales”. Los primeros necesitaron del ídish. Más allá de los premios y reconocimientos, más allá de las traducciones, con sus obras mostró que el ídish ofrecía todos los recursos para describir el mundo que él quería describir, llegar al tono (¿o a la emoción?) que quería alcanzar, y definir para quién escribía en primera instancia.
Bashevis Singer expone el lado poderoso del ídish y no solo del hebreo (que iba más en línea con las creencias de los cabalistas): Una y otra vez pone en juego el poder performativo de las maldiciones, bendiciones, fórmulas mágicas y conjuros que aparecen como una presencia permanente y juegan un papel preponderante en momentos clave del desarrollo de las historias. La lengua en sí misma opera como conjuro y protege a sus hablantes del dolor del desprecio y la condena a la muerte, a ser castigada por quienes la miran con soberbia. Y lo hace en un contexto muy distinto al que vivimos hoy donde, a la luz de los logros de diferentes minorías que reclaman por sus derechos vemos a las lenguas minorizadas con otros ojos y otro respeto, aunque con otra distancia.
Más allá del detalle o de la anécdota que narra en cada libro o en cada cuento, hay una sbibe, un entorno especial que es el que nos presenta como propio y donde el ídish no está solo. Hay hablantes de lenguas nacionales, hay multilingüismo.
La lengua ídish es en cierta medida como sus personajes: Como Guimpl el tonto, que no se sabe si es realmente tan limitado o se lo ve así porque hay una comunidad demasiado dispuesta a ponerlo en un lugar que revela su lado más vulnerable y desfavorecedor. O como Shosha, simple y pequeña, un amor de infancia del que no se puede despegar o desapegar, que nunca deja de quererlo incondicionalmente, que le expresa su dependencia y se desvanece en cuanto intentan sacarla de ese mundo que era el suyo͙
Pero también podemos, como decía más arriba, pensarlo como un personaje en sí mismo. Junto a la enorme galería de personajes que se comunican entre sí en ídish, hay algunos que son sugerentes justamente porque quieren hablarlo, pero no lo logran. El ídish no se deja asir, pone un límite. Y esa imposibilidad de adquirir el ídish me parece interesante para desnaturalizar su uso y su significación y para observar su rol de agencia.
Ídish y ajenidad
Voy a dar dos breves ejemplos (acá pongan un “alerta spoiler”). En la novela “El esclavo”, hay otra mujer dispuesta a dar todo por amor, pero a diferencia de Shosha, se trata de una granjera polaca que cuida de un judío esclavizado y aislado por su padre. Los une un deseo tan potente que cuando el joven es liberado regresa secretamente para buscarla. Deben reinventarse. Ella abandona su identidad y sus costumbres, aprende textos y normas, pero no logra adquirir la lengua, solo le queda como opción hacerse pasar por muda y hasta hay quienes, al escucharla hablar en polaco, piensan que fue poseída por un dibuk. Puede parecer judía, vivir como judía, pero no puede hablar como judía. Después de diversas peripecias que la pareja debió atravesar, es el ídish el que marca el límite, es en torno a esta dificultad como se va generando tensión hasta el momento del clímax.
Bashevis Singer hizo también una adaptación de “El gólem”, que salió por entregas en 1969 en el periódico judío Forverts y se publicó en inglés en 1982. Según el texto dramático de H. Leivik (2), el gólem es un ser creado de arcilla o barro por el rabino de Praga al que éste le insufla la vida escribiendo sobre su frente la palabra hebrea emet (verdad). A diferencia del gólem de Leivik, que logra expresarse en ídish correctamente, el de Bashevis se hace entender, pero no logra el dominio y la fluidez de una persona adulta. Incluso descubre un jeder donde un maestro está enseñando las primeras letras del alfabeto que comparten el ídish y el hebreo, y se suma a la clase, pero el shames, el bedel, lo viene a buscar rápidamente. El gólem se queda al borde de la lengua y de la pertenencia: ni oralidad ni escritura, ni hebreo ni ídish, ni tampoco logra ser un judío más.
En estos ejemplos el ídish le permite a Bashevis marcar la ajenidad. Funciona como una llave o una contraseña (shibolet) para ingresar en esa trama “de mártires y santos, de soñadores y cabalistas, rica en humor y en recuerdos que la humanidad tal vez nunca olvide. De manera figurada, el ídish es el lenguaje sabio y humilde de todos nosotros, el idioma de la Humanidad asustada y esperanzada”, dijo en la Conferencia Nobel, Literatura 1968-1980).
En el mundo Bashevis el ídish circula por las bocas y los libros con un aura mágica. Y no me refiero solamente al mundo que él plasmó en su obra. En el Centro Harry Randsom de la Universidad de Austin en Texas junto a sus manuscritos, cartas y hasta el Premio Nobel, descansa la máquina de escribir con teclas en ídish a la que, según me dijeron, el autor le atribuía poderes especiales, ¡Kain Hain hore! (3). La máquina del ídish tiene poderes. Es una máquina poderosa. Entonces, si hablamos de Bashevis Singer hablamos del ídish y de personas tensionadas entre la tradición y la modernidad, habitadas por creencias en torno a lo sobrenatural, todos temas apasionantes que quedarán para otro encuentro, u otro artículo.
1) Salvo Satán en Goray y traducciones al ídish de obras de otros.
2) La obra se escribió entre 1917 y 1920, se estrenó en Moscú en 1925 y se publicó en 1940 en Nueva York, donde Leivik vivía desde 1913 y formaba parte del grupo Di Iungue y donde murió en 1962.
3) Fórmula para repeler el mal de ojo
* Antropóloga. Profesora e investigadora de la UBA. Coordinadora del Área de Investigaciones en Artes del Espectáculo y Judeidad y de la Capacitación en Prácticas y Poéticas de la Judeidad argentina.