El (mal) judío es nuestra desgracia: variaciones de lo judío en la política nacional

Los últimos años son testigos de un cambio vinculado al modo en que se considera lo judío en relación a la política y al concepto de argentinidad. Tradicionalmente, la extrema derecha consideraba la condición judía como antagónica respecto a la argentinidad y el ejercicio de la política. Pero para la nueva derecha, el político judío debe dar cuenta de su buen desempeño como tal. Lo que para algunos se torna incompatible con la argentinidad no es ser judío, sino ser un "mal judío". La construcción mediática de la figura de Héctor Timerman da cuenta de este fenómeno.
Por Damián Setton *

En el ocaso del primer ciclo de gobiernos kirchneristas, lo judío adquirió un lugar relevante en la producción de lo político. La prensa difundió interpretaciones respecto a ciertos acontecimientos las cuales, a su vez, produjeron un efecto de judaización de la esfera política que se acopló a una dinámica que venía desarrollándose desde el atentado a la sede de la AMIA. Un ejemplo de este proceso comprende la construcción de la figura de Nisman. Durante el funeral y el entierro, algunas personas se agruparon portando banderas argentinas y consignas contrarias al gobierno. Se entonó el himno nacional y se gritó «Viva la patria» y «Viva Nisman». Un individuo judío, enterrado en un cementerio judío, se tornó el aglutinador de una concentración de individuos destinada a producir una identidad política. Emile Durkheim, el padre de la sociología, expresó en Las formas elementales de la vida religiosa que las sociedades se reproducen generando una conciencia colectiva en el marco de rituales que reúnen a sus miembros en torno a un objeto sagrado. Y si aquí no podemos hablar de la sociedad en su conjunto, se trató de un ritual que apuntó a la producción de una determinada idea de lo argentino revistiendo a un individuo con los atributos de un mártir, es decir, sacralizándolo.
En enero de 2013, Cristina Fernández anunció la firma del Memorándum de Entendimiento entre la Argentina e Irán. La oposición política, incluyendo algunos medios de comunicación, denunciaron el acuerdo. Las denuncias fueron proyectadas desde diferentes esferas del saber, cada una con su propia racionalidad (Derecho, economía, geopolítica). Si bien éstas integran la esfera pública, la denuncia recurrió a un lenguaje que en nuestro contexto sociocultural reenvía a la esfera privada: la etnicidad. La etnicidad irrumpió en la esfera política mediante la construcción mediática de la figura de Héctor Timerman. Instalar una determinada definición sobre Timerman permitía instalar una definición sobre el gobierno en su totalidad. A la vez, daba cuenta del lugar que lo judío iba adquiriendo en la producción de una identidad política centrada, en principio, en su posición distanciada respecto a una identidad ya constituida: el kirchnerismo.
La prensa opositora retrató al canciller de manera negativa y matices: «En un país normal Héctor Timerman ya no sería canciller. Con entusiasmo, ha contribuido a aislarnos del mundo y a incrementar la falta de credibilidad en la Argentina» (Roa, 21 de febrero de 2013). Estas palabras solían ir acompañadas de fotografías que mostraban a Timerman enojado, desconcertado o en situaciones de destrato hacia los otros.
Lo que nos importa analizar aquí es cómo la judeidad de Timerman operó como un tema de este discurso impugnador. Ciertamente, Timerman se autodefinía como judío. No obstante, lo propio de esta construcción discursiva fue instalar este aspecto de su identidad en el centro de un discurso que operaba en el ámbito de la esfera política. Esto, a su vez, produjo una disputa respecto a la identidad judía: ¿lo judío debía ser considerado un elemento de la vida privada de Timerman o pasaba a formar parte de su identidad pública? Timerman pretendió disociar su judeidad de su rol e identidad política. Algunos, como Carlos Escudé, se posicionaron públicamente a favor de esta disociación. Otros, como Natalio Steiner, la denunciaron. Otros no se pronunciaron de manera directa, pero instalaron una definición del evento en la cual subyacía una puesta en cuestión de esta disociación. Nos concentraremos en este último caso. Pero para ello, tendremos que hablar un poco de Israel y de las diásporas.

Biografía y política
En las ciencias sociales existen dos posturas. Una de ellas, ejemplificada entre otros por William Safran, comienza por definir las características que un grupo debería poseer para ser considerado como una diáspora. Son diásporas aquellos grupos que posean estas características predefinidas. La segunda postura apunta a indagar en los procesos que hacen que ciertos grupos, ciertas categorías de identidad, logren ser definidos o autodefinirse como diáspora en la arena social. Más que diásporas en sí mismas, existen procesos sociales de diasporización. También toma en cuenta cómo, entre las personas que se identifican con esa categoría de identidad, el componente diaspórico de su identidad puede ser central o marginal. Es decir, para algunos judíos, este componente, expresado en su identificación con Israel, puede ser central mientras que, para otros, puede ser marginal. Siempre debemos tener en cuenta que el componente diaspórico puede permear a la persona en mayor o menor medida dependiendo de situaciones coyunturales y de formas de categorización externa que se imponen, con mayor o menor éxito, sobre los individuos. Teóricos como Rogers Brubaker o James Clifford, entre otros, se inclinan más hacia definiciones de este tipo. No se trata de un debate meramente teórico, sino que tiene consecuencias políticas. Por ejemplo, la noción de auto-odio carece de toda lógica si estamos parados en la segunda de las teorías aquí expuestas. Dar por sentada una relación diaspórica estructural permite etiquetar como «malos judíos» a aquellos que lleven a cabo alguna acción que tensione esta relación.
La cobertura que realizó la prensa opositora puso en escena, de manera implícita, una definición de lo judío centrada en torno al componente diaspórico. Desde un principio, Clarín informó sobre las reacciones de Israel a la firma del memorándum. Mientras que para Timerman, y también para la prensa afín al gobierno, no existía razón alguna para que Israel opinara, Clarín adoptó la perspectiva contraria. Proyectó una definición de lo judío que resultó afín a un posicionamiento en la esfera política nacional. Lo hizo reconstruyendo un relato biográfico sobre el propio Timerman que, como toda biografía, nunca se limita al individuo sino que también habla de lo social. Se preguntó, por ejemplo, si Timerman había olvidado el modo en que Israel le salvó la vida a su familia cuando en la Argentina gobernaba la junta militar (Clarín, 9 de febrero de 2013). El motivo del deber de gratitud de Timerman hacia Israel integró un relato que se reprodujo en varias ocasiones. En la sección Humor Político, por ejemplo, se narró una situación imaginaria en la que el borrador de una biografía de Timerman, escrita por él mismo, caía en manos del Servicio de Inteligencia Británico:
Invierno de 1978. Después de años de dolor, y gracias a la presión internacional y a que el Estado de Israel se metió de lleno, logramos salir del país con un salvoconducto a Tel Aviv. Allí nos esperan con los brazos abiertos. La pesadilla familiar acabó.
Verano de 2013. Israel me pide explicaciones por nuestros acuerdos con Irán. ¿Quién carajo se creen que son estos tipos para meterse en nuestros asuntos internos? (Borensztein, 17 de febrero de 2013).
Esta nota, enmarcada en el estilo del humor político, coloca en un mismo plano la biografía y la política. Da a entender que Timerman, en su calidad de funcionario, debió haber procedido tomando en cuenta un deber de gratitud que reenviaba a su vida privada. No sólo ponía en duda las cualidades morales de Timerman, sino que se conceptualizaba lo político como una esfera no del todo impermeable a la vida privada de sus actores centrales y a la identidad étnica de estos. Precisamente, fue en torno a esta posibilidad o imposibilidad de disociación de la identidad étnica respecto a la identidad política que se organizó parte del debate acerca del memorándum.
Existen modos diferentes de conexión entre lo étnico y lo político. En un extremo, encontramos imbricaciones de la política y la etnicidad en la estructura misma del sistema, por ejemplo a través de la representación parlamentaria de las identidades étnicas. En el otro, etnicidad y política se amalgaman a través de procesos coyunturales de producción de definiciones de situaciones y eventos donde los medios realizan prácticas conocidas como framing. Ciertamente, los medios producen representaciones del mundo, pero lo hacen a partir de ideas previas que circulan en diferentes campos de lo social. La diáspora, así, constituyó un recurso cognitivo que permitió a los medios producir una imagen de Timerman, del gobierno, así como postular un significado posible del evento «firma del memorándum».
Las imbricaciones entre lo judío y lo político en la construcción de determinadas ideas acerca de la argentinidad no es un fenómeno reciente. Los antisemitas solían decir «el judío es nuestra desgracia». Ser un judío cabal era concebido como incompatible con ser un buen argentino. Hoy día los sentidos han cambiado y, lo que para algunos se torna incompatible con la argentinidad no es ser judío, sino ser un «mal judío». Para la derecha tradicional, el político judío era una aberración. Para la nueva derecha, el político judío debe dar cuenta de su buen desempeño como judío, algo que aquí significa la proclamación pública de su componente diaspórico. Ciertamente, desde el nacimiento del sionismo, pasando por la fundación del Estado de Israel, el mundo judío ha sido el escenario de debates y disputas acerca del vínculo que los judíos debían establecer con estos dos referentes identitarios. Lo que ahora ocurre es que esa disputa se ha trasladado hacia fuera del campo judaico y ha permeado lo político a escala nacional.

* Sociólogo, investigador del CONICET.

Fuentes
Borenztein, A. (17 de febrero de 2013). «I am Timerman», Clarín, página 2.
Clarín (9 de febrero de 2013). «Un diario israelí habla de ‘la traición de Timerman'», Clarín, página 6. 
Roa, R. (21 de febrero de 2013). «Otro caso de obsecuencia debida», Clarín, página 2.