“Todo cambio verdadero es un cambio de tema”, dice, en alguna de sus cientos de novelas, el escritor argentino César Aira. Un cambio de tema en el hablar, en el pensar, en el rumiar, un cambio en el “tema de uno”, algo que es “mi tema” pasa a ser “no es mi tema”. Incluso en el sentido musical de la palabra: un cambio de tema es un cambio de canción, de cantinela, de tonada.
Pero, ¿cómo llegó el tema, que ahora es ex tema, a ser tema? Los niños vienen al mundo con un pan bajo el brazo. Supongo que los niños judíos, o algunos de ellos, o algunos de los judíos laicos, o algunos de los judíos laicos de izquierda, o algunos de los judíos laicos de izquierda sionista, o algunos de los judíos laicos de izquierda sionista hijos de psicoanalistas, o algunos, etc., etc., etc., vienen al mundo con un tema bajo el brazo: el tema de ser judío, el tema de la condición diaspórica judía, el tema del odio antijudío milenario y reverdeciente, el tema de ser judío sin fe, sin lengua, sin amor a la tradición y sin conocimiento de las fuentes judías, el tema de ser molido a palos por los gentiles en la secundaria casi como un castigo divino por tanta negligencia, o tal vez simplemente, como me pasó a mí: “por ser un judío que debería irse a Israel”.
Así que me aboqué al tema. Por 45 años (tengo 48) me aboqué al tema, a mi tema, tema que lo permeaba todo, y con el que castigué yo mismo a judíos y gentiles por igual a modo de venganza. En cierto sentido mi tema lo abarcaba todo: sociología, historia, geografía, demografía, antropología, usos y costumbres comparadas, folclore musical, teología, literatura de decenas de países, análisis gestual…. porque el tema de “lo judío” no tiene límites. No hay tema más abarcativo e inespecífico, mas exultante y falto de rigor que Lo Judío, con ese pronombre incomprensible, que nos protege de algunos más asustadores: “Los judíos” o, alla Henry Ford, “El judío”.pit
En fin, yo tenía mi tema, y al que no le gustara… bueno, al que no le gustaba yo intentaba explicarle que debía gustarle. Porque es un tema fundamental, un tema que… un tema que Auschwitz. O sea, EL tema. Mi tema era EL tema, y quien no hablara del tema era… afortunado. Porque mi tema era -yo lo sabía- una carga imposible de llevar, un yugo, una maldición incluso. Pero bueno, cada uno tiene que cargar con su cruz, y a mí como judío me correspondía cargar con la de Cristo, con la de la muerte (¡Accidental! ¡Accidental!) de Cristo, y sus derivaciones posteriores, o bien con la cruz de ser judío entre los antisemitas, o bien con la cruz de no hablar una sola palabra de hebreo y de tener un nombre cristiano: Pedro (sobre esta piedra se construyó mi tema).
Y si el tema lo permeaba todo, tenía que atravesar también el amor y el sexo, como le pasa a Portnoy, el personaje de Philip Roth, y entonces el único misterio de este mundo que se me brindaba para vivir a lo grande, para disfrutar de la existencia, las mujeres, ese misterio también quedó velado por mi tema, por la taxonomía antropológica a la que sometí a las mujeres que tuvieron la suerte ladina de elegirme. ¡Y ni hablar de los amigos! ¿Para qué están, sino para escuchar el tema de uno? Hasta que terminé encontrando amigos que tenían el mismo tema, y entonces estuve menos solo en la tardía juventud. Pero luego vino el paso del tiempo, las obligaciones, parecía que todo comenzaba a conspirar contra el tema, la vida misma se interponía, no lo dejaba a uno ocuparse de su tema en paz. Cuando vi que en Argentina no se ocupaban lo suficiente de mi tema, me fui a Israel. Cuando vi que en Israel no se ocupaban lo suficiente de mi tema me fui a Hungría. Cuando vi que en Hungría no se ocupaban lo suficiente de mi tema, comencé a frecuentar los círculos húngaros más retrógrados. Cuando vi que, etc., etc., etc.
Puedo decir que me las arreglé para mantener mi tema en el tapete (en mi tapete) durante casi medio siglo. Hablando solo por las calles, gesticulando incluso, llevando mi pilpul imaginario a niveles artísticos, dando falsos reportajes por televisión, cruzando en luz roja de tanto poner a los antisemitas (y a los judíos) en su lugar. Alguna que otra vez alguien me decía: “¿No creés que pensás demasiado en ese tema?”. Eso me enfurecía. Respondía: “No lo suficiente”, y juraba no ceder ante el enemigo. Buscaba en la literatura o el cine personajes patéticos como yo (porque no se me escapaba mi patetismo, que también estaba contemplado por El tema), pero esos personajes me resultaban insultantes, desde Alvy Singer, en Annie Hall, de Woody Allen, hasta Fima, de Amos Oz, en la novela que en español se llama “La tercera condición”. Porque yo quería personajes patéticos pero a la vez Respetables. Porque también yo anhelaba respeto, y quizás este fuera mi rasgo más humano, el único que podría haber enlazado mi tema con otros temas. Pero hay muchos temas en el mundo y no hay respeto suficiente para todos.
En fin, después de 45 años, cambié de tema. Así de sencillo. La buena nueva que me liberó fue la gradual llegada del apocalipsis. Me refiero a la catástrofe ecológica (que incluye la actual pandemia). Me di cuenta que todo se había ido al infierno y que no había esperanza alguna para la especie, y que incluso si, guiada por el Irán hitleriano, la tragedia comenzaba con un Jews First, estábamos todos, todos los -he aquí un término nuevo- Humanos en la situación de los judíos en los años ‘30. Y sin hacer esfuerzo, cambié de tema, de un apocalipsis parroquial a uno más general, y de ahí a la brutal belleza del mundo ido, del mundo del ayer de Zweig que yo había alcanzado a entrever en Budapest. Y fue así que Lo Judío dejó paso a un nuevo tema, que podríamos llamar El Pasado. Ese es mi tema para el futuro.