“El judaísmo en nosotros no tendría que ser solicitado el día de Iom Kippur, a la hora de la plegaria por los muertos, sino todos los días y por los vivos”.
Emmanuel Levinas, Difícil libertad.
I. De chicos se nos dice que cada año se nos inscribe en el Libro de la Vida, pero Dios -como buen lector que es- está callado y se encuentra escribiendo. ¿Qué decisión es la que puede tomar? ¿En qué Libro nos va a inscribir? Pero nosotros, muy internamente, lo sabemos: no hay dos Libros -el de la Vida y la Muerte-, sino tres: son terceridades las que brillan a través de los judaísmos. El tercer Libro, el del Juicio, es el Libro del Amor.
II. La vida escribe lo que ha leído la muerte. Los dos Libros son tres: Vida, Muerte y Amor. La muerte no es el término final de este tránsito, sino un período más de esta vida. La muerte es el fin de la materialización de la vida. Todo lo sólido se desvanece en el aire ha profetizado Marx y, sorprendentemente, es cierto: toda la vida material se desvanece para que el espíritu cobre protagonismo. La muerte es el fin del cuerpo.
III. Pero el fin del cuerpo no es la muerte. El cuerpo se desgrana, se dona, se fragmenta para crear y re-crear la tierra por la que vagamos hasta el final de nuestros días. Caminar sobre nuestros propios muertos es lo que llamamos cultura. La tierra se compone por cuerpos des-corporizados. Baruch Spinoza fue quien planteó que “nadie hasta ahora ha determinado lo que puede un cuerpo”. Y si bien es un problema sin respuesta, podemos traer otro problema: ¿Quién dijo lo que el cuerpo puede?
IV. Si la muerte no tiene lugar en la terrenalidad y el fin del cuerpo es el génesis continuo de la tierra, entonces queda preguntarse por lo que nos da vida: el alma vital. En la tradición judía eso tiene un nombre y es nefesh. Pero la vida solo puede ascender y continuar a través de ruaj, es decir, el espíritu. Ruaj se encuentra asociado al sentimiento y, más precisamente, al amor. El Libro del Amor nos sella porque solo a través de él es por donde respira la vida. La vida respira a través de los agujeros del amor.
V. “Más fuerte que la muerte es el amor” reza el Cantar de los Cantares. Rosh Hashaná es la posibilidad de volver a dar lo que no se tiene, volver a hacerse cargo mediante la responsabilidad de nuestras herencias y, sobre todo, volver a salir al encuentro con otros. Este es el acontecimiento fundamental de la Vida y su Libro: encontrarse con otros porque esta vida solo puede ser con otros. De esta forma, el Libro de la Vida se transmuta en el Libro de las Preguntas: el Libro con los Otros.
VI. El Libro con los Otros aloja una pregunta crucial: ¿qué son los judaísmos? Pregunta a la cual volvemos todos los años. ¿Qué es Am Israel? ¿Cuáles son nuestras condiciones materiales de existencia? ¿Cómo nos volvemos a definir con respecto a los otros? Yo soy responsable por el otro. El otro se vuelve a poner bajo mi responsabilidad dirigiéndome su mirada que me dice: “no matarás”. Esta pregunta es la que nos convoca, es decir, solo preguntándome por el otro, yo puedo decir algo y este algo es la ética judía: el Musar. Entendámonos: la ética es una óptica, en otras palabras, la ética es la alteridad radical que funda la nota originaria del judaísmo.
VII. Entonces volver a los Libros que, finalmente, es el Libro: volver a leerlo, darle un nuevo sentido y hacerse responsable porque esta es nuestra carga como la generación que formamos parte, es decir, esto es la Tradición. El judaísmo es una Tradición y este nuevo año es una nueva posibilidad no solo de volver a ese blanco de la letra y blanco del desierto infinito del cual siempre estamos saliendo, sino también cifra y destino: este año es la oportunidad de volver a invitar al mundo, a la humanidad y al hombre a la errancia. Invitarlos a caminar por los márgenes de la tierra y recordar (¡responsable memoria!) que solo somos un huésped de lujo.