Si escuchamos la palabra “Chechenia”, automáticamente la relacionamos con “guerra”. Es lógico, este es un pueblo que está en conflicto hace mucho tiempo, tienen una triste y rica historia bélica que los ha visto envueltos en invasiones, resistencias y batallas de toda índole: geográficas, políticas, religiosas y económicas. Con responsables en demasiadas partes durante toda su historia: mongoles, cosacos, rusos, turcos, ichkerianos, teips… o qué se yo quién. Pero los que seguramente no tienen responsabilidad son las personas de ese lugar, esos a los que les tocó nacer y convivir entre bombas y ataques a sus casas, a sus familias, a su lengua, a sus ideas y a su religión. Estos sucesos transformaron y curtieron de manera muy particular el carácter de la gente de Grozny y de toda la República chechena. A ellos, la palabra “guerra” les suena familiar, pero también la odian.
Reconstruida en 2005, la capital es una ciudad nueva y arquitectónicamente diferente a lo que podemos conocer de Moscú o de San Petersburgo. Ahí encontraremos desde restoranes hasta paseos, un estadio con comodidades mundialistas, parques, mercados, iglesias y avenidas, todas construcciones con ese arte diferente, excéntrico, con mixtura de diversos pueblos, con el rojo y el verde como colores principales. Un paisaje atípico, diferente de lo que podríamos imaginar de Rusia o incluso de cualquier lugar islámico. Además, la geografía es muy linda, con ríos, lagos, campos y montañas que recuerdan a Suiza en varios pasajes.

Cosa curiosa el hombre checheno; normalmente, un tipo de barba tupida y sin bigote. Son duros, corpulentos y deportivos. No conocí ningún cobarde para el deporte y son muy competitivos. Todos practican deporte, y los de contacto son de sus preferidos, pero hay un alto interés por todas las disciplinas; sobre todo, el fútbol. El principal promotor del deporte es, sin duda, su líder y presidente, Ramzán Kadirov, cara visible de la república, fundador de la Akhmat Fight Club, presidente de la Federación de Boxeo, presidente del club de fútbol y promotor principal de todas estas actividades.
El fútbol como desahogo
Y en este ítem deportivo es donde me quiero detener. Tuve la suerte de jugar en el Terek Grozny (actual Akhmat F. C.) y la comunión entre el equipo, el pueblo y el Gobierno no tiene igual en todo el campeonato ruso ni el mundo, si se quiere. La actividad de ir a la cancha es algo más que un simple acto deportivo. Acá se junta la historia, la política y el deporte, es la unión de un pueblo golpeado que encuentra en el fútbol el desahogo.
Así como en la guerra se les teme a los chechenos, también en el fútbol. Este equipo goza del respeto de los equipos rusos, que no la pasan bien contra un equipo físico y tenaz, en el que la disciplina, la verticalidad y el “no rendirse jamás” son el arma principal. Incontables hazañas y goles sobre la hora tiene el Terek, que llegó a ganar la Copa Rusa en 2004 a una semana del atentado (dentro del estadio) que terminaría con la vida de Akhmat Kadirov (padre de Ramzán), Presidente de la República en esos tiempos.
La política y la guerra no son ajenas al Terek, como se ve; ahí jugaron desde Shamil Basaev (líder de los separatistas muerto en una explosión en 2006) hasta, en la actualidad, un Kadirov, sobrino del actual presidente.
Jugando ahí, notaba al equipo como un ministerio más dentro del Gobierno; los actos políticos se desarrollan en los estadios e innumerables relaciones de las acciones del Gobierno juegan con el deporte como nexo.
Perder, ganar y empatar en Chechenia
Pero la particularidad que más me llamó la atención es el accionar luego de un resultado deportivo:
Perder: Venden cara la derrota, pero la aceptan y piensan en la reconstrucción automáticamente, porque ya Grozny lo tuvo que hacer, desde los cimientos de una ciudad en ruinas, y porque el equipo también cayó en desgracia en más de una oportunidad y volvió a nacer. Entonces, no magnifican el hecho de perder un partido. Siempre ven la posibilidad del aprendizaje en cada derrota mediante una filosofía muy interesante. «No se llora y se avanza» era una frase muy escuchada.
Ganar: Porque disfrutan como pocos la victoria con su lezginka (baile típico), zapateando las tribunas, agradecen a Alá por cada gol, y la república se viste de fiesta toda la semana. Ellos se conforman con ver y acompañar a los héroes cada quince días, ya que el equipo entrena y vive a 600 km, en la ciudad de Kislovodsk. Se organizan caravanas hasta el aeropuerto luego de la victoria y todos participan del aplauso de despedida. Son imágenes imborrables.
Empatar: Y porque, en paridad, hacen las paces con un rival, no enemigo. Porque saben que mañana puede que el mismo que te gana sea el que te ayude a triunfar. Esto lo viví en carne propia, de rival, luego como jugador del equipo y después otra vez como adversario. Pasé del odio al amor y al respeto, en simultáneo, sentimiento que compartimos mutuamente.
El recuerdo de esas personas, más allá de todo juicio
Allá por 2011, una bomba a cien metros de mi ventana me despertó de la siesta un día de partido. Alguien quería ingresar al estadio con explosivos y la milicia lo detuvo antes de entrar. Se detonó el explosivo y se llevó dos policías con él.
El miedo me separó de ese equipo, de esa ciudad y de esa filosofía de vida, pero nunca me separará de su gente y de mi recuerdo hacia ellos.
No defiendo ni hago apología de Chechenia, ya que hay muchísimas cosas que no comparto: la falta de libertades, los crímenes de Estado, las violaciones de los DD. HH y los abusos a las mujeres o personas del colectivo LGTBIQ. Nada de invención militar puede tener un buen final, y así fue mi historia con esta gente que, sin embargo, una vez más, me enseñó que el deporte traspasa las fronteras culturales y religiosas y forja lazos únicos. Tengo con ellos un gran sentido de pertenencia; de alguna manera, yo también soy checheno.
* Futbolista profesional y Director Técnico. Escribe cuentos en Pelota de Papel. Músico. Única persona en tocar y jugar en La Bombonera.