Marianne & Leonard: Words of Love

Tejieron una historia intensa que ahora llega a las pantallas vía Netflix, a través del documental de 2019 que lleva por título los nombres de los protagonistas: Marianne Ihlen y Leonard Cohen. Construida en base a testimonios de amigos y conocidos, temas musicales del escritor y cantautor, fragmentos de conciertos y anécdotas filmadas en los viejos tiempos por los protagonistas, la película da cuenta desde un particularísimo punto de vista el vínculo intenso entre ambos.
Por Laura Haimovichi

Marianne & Leonard: Palabras de amor es una película por momentos dolorosa, que narra el vínculo intenso entre el músico canadiense de voz grave y profunda (autor del Hallelujah o Aleluya, un himno reversionado globalmente por miles de intérpretes) y Marianne Christine Stang Ihlen, que aquí aparece reducida a musa y amante de Cohen. Ella fue una noruega que se había instalado en la isla griega de Hydra con su hijo Axel y él, un joven poeta que luego devendría un cantautor fundamental, creador de temas de insuperable belleza.
Apenas comienza el filme, se escucha la voz en off de su realizador, el inglés Nick Broomfield, quien señala: “Marianne tuvo un montón de amantes. Yo fui uno de ellos”. Una proximidad teñida, como no podía ser de otro modo, de la propia afectividad del director, quien también tomó a la chica de Oslo como su propia musa.
La historia del cuento audiovisual gravita entre el amor y desamor de esta singular pareja, formada por el hombre nacido en el seno de una familia judía de Westmount, área angloparlante de Montreal, y la muchacha que le inspiró temas como So Long Marianne, Hey, That’s No Way To Say Goodbye, Bird on the wire. Y refuerza la leyenda de un mito romántico cuando Ihlen muere de leucemia en julio de 2016 a los 81 años, luego de leer una carta de despedida de Cohen que tiene un impacto mundial sin precedentes. El texto se viralizó y dio lugar a que la correspondencia entre ambos se subastara por 775 mil euros.
Decía esa nota enviada por correo electrónico: “Querida Marianne. Estoy justo detrás de ti, tan próximo que podría tomar tu mano. Este viejo cuerpo se ha rendido, al igual que el tuyo, y el desahucio puede ocurrir en cualquier momento…” y finaliza: “Nunca he olvidado tu amor y tu belleza. Pero eso ya lo sabes, así que no es necesario que diga nada más. Te deseo un viaje tranquilo, mi vieja amiga. Nos vemos por el camino. Todo mi amor y agradecimiento. Leonard.”.
La relación de Marianne y Leonard atraviesa varias décadas, pero comienza en 1960. Y la fecha tiene su importancia, porque el vínculo nace y se despliega con su mayor fuerza en la época de la revolución sexual, el amor libre, las drogas y el alcohol. Cuestiones que sellaron a una generación de artistas – y no sólo a ellos- en distintas partes del mundo.

Seis años en Hydra
La película muestra a un Leonard Cohen en un antiguo puerto de pescadores, donde el mar lo envuelve todo. Las casas del lugar son simples, no hay agua corriente y el medio de transporte usual son las mulas. En aquella calidez del sur europeo, Marianne aparece afuera de una tienda cerca del muelle, él la ve y la invita a compartir su mesa en un bar. Esa es la génesis de un amor que se materializa de inmediato pero que pasa de ser corporal a distante (y no sólo físicamente), aunque nunca desaparece completamente.
Cohen se define como “un egoísta que se pasa la vida escapando y hacía sufrir a quien me rodeaba porque siempre conseguía huir”. Ilhen estaba casada con un hombre violento en un tiempo carente de conciencia social sobre el machismo y el patriarcado. El ácido circulaba con la misma velocidad con la que lo hacían las promesas de amor hacia todes, era una marca de época, parte de la atmósfera y hasta del lirismo de entonces.
“En Grecia, sentí el calor en mi interior por primera vez”, dice él. “Éramos dos refugiados que huíamos de nuestras vidas y nos encontramos cara a cara”, señala ella. No dialogan, aunque el trabajo de montaje logra que el espectador sienta que hay un intercambio.
Cohen se va a vivir con Marianne y con el pequeño Axel a una casa de tres pisos y terraza, desde la que se divisan la playa y el oleaje marítimo. Así escribe él sobre su experiencia en Hydra: “La manera de vivir de Marianne en la casa es puro alimento. Cada mañana me pone una gardenia en la mesa de trabajo. Cuando hay comida en la mesa, cuando se encienden las velas, cuando lavamos juntos los platos y acostamos al niño. Eso es orden, es orden espiritual, y no hay otro”.
“Nos bañábamos bajo el sol, hacíamos el amor, bebíamos y discutíamos”, enumera Marianne acerca de lo compartido en esos días que se prolongaron por seis años, con algunos paréntesis en los que Cohen la dejaba para estar con otras mujeres. Seis años en los que el artista escribió cuatro libros de poesía (Comparemos mitologías, el primero entre ellos) y una novela. Pero en los que también él la desamparó, al menos según relatan algunos amigos de ambos que desarman la fábula de un poliamor consensuado y de bienestar recíproco. De hecho, ella tuvo que irse a abortar sola al Reino Unido, pensó varias veces en el suicidio por no poder convivir con la seducción de Cohen hacia otras (Janis Joplin, por ejemplo, mientras convivían en el Chelsea Hotel. “Quería encerrarlo en una jaula y lanzar la llave, no lo podía soportar”, admitió) y no se sabe por qué se bancó que Suzanne, la nueva pareja del cantautor, la urgiera a salir de su residencia en la isla griega.
Hydra fue una etapa de Cohen previa a su lanzamiento más pleno en la música, aunque la escritura continuó hasta el final. La contratapa de Songs From a Room, disco de 1969, es una foto de Marianne, tomada en la residencia insular griega. En Flores para Hitler (1964), Cohen escribe “Todo lo que se mueve es blanco, / una gaviota, una ola, una vela/ y se mueve con demasiada pureza para ser imitado. /Aplasta el dolor”. Es parte del poema Hydra 1960.
Hay que aclarar que quien busca en el filme la carrera artística de Cohen, sólo la va a encontrar de manera tangencial. En el documental de hora y media la perspectiva es sobre lo más íntimo y personal, no tanto sobre la obra. Hay apenas algunas interpretaciones de So long Marianne, en vivo, y poco más. En el show que Cohen dio en Oslo, capital de Noruega, en el marco de su gira 2008, se la ve a ella, una mujer mayor, en primera fila. La cámara la exhibe en primer plano cantando al unísono con Cohen, quien lo hace desde el escenario: “Hasta luego, Marianne, / es hora de que empecemos/ a reír y a llorar, a llorar y reírnos /otra vez de todo esto”.
Sobre el final, ella está internada en un hospital donde consintió ser filmada, mientras le leen la carta de despedida de Leonard, quien murió tres meses después. Lo sentimental da un golpe certero, que algunos podrán calificar de bajo.