Sobre grietas y fragmentos

Lo que llamamos grieta no es un pasatiempo de pocos o algo que nos imponen los políticos, el sistema o quien sabe quién, sino que es algo que vino para quedarse, cosa que en última instancia solo puede pasar cuando es el individuo mismo quien se la autoimpone. Para que esto suceda, vale agregar algunas razones a las ya conocidas o intuidas por todos. La grieta interna, el malentendido estructural y la diversidad sin diferencias
Por Mario Hamburg Piekar

Para iniciar nuestro viaje, podríamos definir regiones geográficas muy precisas para la grieta. En primer lugar, la archiconocida región política con su hiperexplotada grieta entre kirchneristas y sus anti. Es verdad, muchos pernoctan en esta región porque el hombre es un ser político y todo lo que hace es político. Pero también es verdad que muchos lo hacen sin saberlo. Y es que la distancia entre los opuestos engendrada por la grieta tiene una funcionalidad estratégica para un dispositivo de poder que tiene como condición necesaria y suficiente la baja capacidad organizativa y de participación de los seres sobre los que proyecta su sombra. Puede que nuestra grieta política tenga raíces históricas, las conocidas entre unitarios y federales, yrigoyenistas y antipersonalistas, peronistas y antiperonistas, azules y colorados, por nombrar solo algunas de las mutaciones que tuvo nuestra polarización a lo largo de los años.
En segundo lugar, está la grieta social, de la cual mucho también se ha dicho. También es cierto que podemos instalarnos racionalmente en esta región porque el hombre es un ser social. De la grieta social mucho se puede decir pero vale destacar una vertiente quizás menor, nombrada hace más de un siglo por Freud en “El tabú de la virginidad». Freud habló del narcisismo de las pequeñas diferencias para referirse a la obsesión por acentuar las diferencias aún con las personas con quienes más nos parecemos, como una manera de diferenciarnos y así fortalecer nuestra identidad. Cómo no reconocer en nuestro horizonte urbano casos de personas tan parecidas como cercanas que se han vuelto enemigos acérrimos por motivos que no podríamos dejar de calificar como banales. Se produce entonces un violento e inquietante sentimiento de vulnerabilidad desencadenado cuando algo próximo o familiar se vuelve ajeno o extraño, sentimiento que puede llegar a producirse en cualquier circunstancia y en cualquier relación. Esto puede parecer una consecuencia natural de un sistema capitalista que fomenta el individualismo utilitarista, en el cual todo lo que hostiliza alguna parte del yo personal hostiliza el todo. Aquí vale la pena destacar que el individualismo hostil que nombramos es algo muy distinto al individualismo original idealmente pensado como el respeto irrestricto por la vida humana y el reconocimiento de que cada hombre es un ser único, inigualable e irrepetible, dueño exclusivo de su propia existencia terrenal en el sentido de progreso individual, todo lo contrario al estancamiento del “homo-tecnologicus” actual.

“La grieta íntima”

Llegó el momento de aproximarnos a la tercera región, aquella que nos hurta el diálogo y la comprensión con un otro y que parece tener su vida propia, sus propios códigos, sus propias formas de auto-conservación, al punto de convertirse en una verdadera lente a través de la cual vemos la realidad. Es ésta una región un poco menos explorada tal vez, porque es más difícil de ver, más difícil de tocar y más dolorosa al escuchar. La necesidad de ponerle un nombre ha derivado en llamarla “la grieta íntima”. Es la grieta que todos tenemos dentro de nosotros mismos, en nuestro interior. Es la grieta verdadera.
No nos fue impuesta desde el exterior, es absolutamente nuestra y tiene como carta de presentación la virtud de ser decididamente fácil de exportar de nuestros cuerpos hacia otros contiguos. Parafraseando a nuestro primer presidente post-dictadura se podría exclamar algo radical: “Con la grieta se come, se cura y se educa”. Es una grieta que no se termina con la eliminación del otro porque ese otro lo tenemos dentro de nosotros.
La grieta tranquiliza, nos ordena mágicamente el mundo de las diferencias en sólo dos, la mía, buena y correcta y la de quien no piensa como yo, incorrecta y perversa. Imaginen el ahorro energético, imaginen cuanta energía, cuantos recursos no renovables nos evitamos de consumir al no dedicar tanto tiempo y esfuerzo psíquico en tener que posicionarnos frente a lo que nos disgusta del otro u otra, esquivando pensar por qué dirá lo que dirá, desde dónde lo dirá, qué me hace pensar a mí, qué me hace sentir. No tener que reflexionar, no tener que buscar, no tener que informarse. La grieta íntima embandera como su máximo logro el poder negar, a través de ella, las contradicciones que nos habitan en cada uno de nosotros. Cuán grandioso nos parece no tener que interrogarse a sí mismo.

El malentendido estructural
No es la intención subestimar los individuos que componen la sociedad postmoderna aunque es que, en muchas ocasiones, las personas se comportan como niños que, si antes al escuchar un trueno por las noches corrían a guarecerse bajo sus mantas o bajo el sosiego de sus padres, ahora como adultos, ante la inseguridad que produce una duda dolorosa, corren a cobijarse bajo su grieta personal. Cálida manta elaborada pacientemente a la medida de cada uno. Nuestro adormecimiento del pensamiento se nos antoja intuitivamente cómodo y tendemos a repetir la fórmula al punto de convertir a nuestra grieta en la verdadera estructura de nuestro ser. Es cierto que todos los cambios son dolorosos, porque transformar cualquier realidad lo es. Toda transformación externa es una transformación interna y requiere un gran trabajo psíquico, un esfuerzo del pensamiento y del cuerpo que no estamos dispuestos a pagar.
Ya no podemos decir que la grieta es un problema de comunicación y de híper información en la era digital. La grieta no es algo que pueda solucionarse con más diálogo. En el diálogo jamás hay completo entendimiento, que se dé por el hecho mismo de hablar, dado que se nace de un malentendido estructural. Como el equívoco es constitutivo de la lengua, no se puede sino malentenderse.
Para el psicoanálisis el síntoma es una formación del inconsciente en la que entran en juego varios deseos en conflicto, un conflicto que es estructural al individuo. Podemos atrevernos a decir que el síntoma es, de alguna manera, lo mejor que encuentra el individuo para lidiar con algo doloroso, decisivo en su vida y en la estructura de su personalidad. Se puede plantear la hipótesis de que la grieta es el síntoma de todos los que habitamos nuestro país. Podemos hacer consciente la grieta pero no podemos hacer conscientes, todavía, lo que la produce, lo terrible que se oculta tras ella: ¿Una guerra civil? ¿Desaparecer como nación? ¿El no creer realmente que tengamos un futuro juntos? ¿La muerte definitiva de la democracia? ¿La propia muerte?

Una diversidad sin diferencias
La grieta tiene un costo, claro, como todas las cosas que nos son realmente importantes. Vale soslayar los ya consabidos apenas nombrándolos. Uno de los más distinguibles es que solo dialogaremos con personas muy próximas. Próximas en pensamiento, próximas en actitudes, próximas en sentimientos, próximas en lo parecido de los cuerpos, con el velado objetivo de llegar al ansiado edén del propio mundo eternizado en el espejo. Una diversidad sin diferencias. Otro costo será un gasto de energía claro, diferente al que la grieta intenta ahorrarnos en principio, un gasto que aumentará con el precio del dólar y con cualquier aproximación a una vulnerabilidad en nuestro día a día. Será una energía necesaria para apartar de nuestro camino las otras opciones, los otros pensamientos, las emociones desconocidas. El imprescindible reduccionismo, el empobrecimiento del pensamiento y de la capacidad de acción, todo eso vendrá en la letra chica del contrato que hacemos con la grieta íntima. Y más abajo, claro, casi al final de ese contrato, casi al borde del abismo, las posibles consecuencias físicas productos de las necesarias formas de agresión, de denuncias, de juicios y castigos que produce la exclusión de cualquier alteridad.
Pero hay una consecuencia aún peor: cualquiera de nosotros puede estar de un lado de la grieta en un tema político, pero si también nos instalamos en la grieta River-Boca nos tendremos que agrupar nuevamente. Si surge el conflicto por un mayor o menor apego a las normas religiosas tendremos una nueva hendidura. Si pensamos distinto sobre una mayor participación del estado en controlar la economía habrá una nueva grieta y si además tengo una opinión distinta entre mis hermanos sobre cómo nos torturaba muestra madre para que tomemos la sopa y si además no pienso muy bien de los que aprecian sobremanera el reggaetón cuando yo creo que es una música que destruye las pocas neuronas que les queda a los que la escuchan, estaremos posicionados nuevamente hasta llegar nuestra mente a convertirse en un cuadrado con rayas verticales y horizontales, con ordenadas y abscisas. Necesitaremos entonces coordenadas mentales que nos permitan encontrarnos dentro de una realidad desarticulada. Nos transformaremos en seres fragmentados que doblarán su cintura y clavarán su vista al piso para ir recogiendo los distintos pedazos, los fragmentos de nuestro ser. Y trataremos de evitar esas situaciones donde una final futbolística nos aúne en una tribuna o en un sentimiento con nuestro rival político o que a nuestro acérrimo enemigo en cuanto a democracia sí, democracia no, lo encontremos gritando junto a nosotros contra la apertura de las escuelas porque entonces crujirán todos los andamios de nuestra personalidad y se produciría una de esas crisis de incongruencia tan propias de nuestra época.
Para muchos, la grieta, aunque cómoda y mayoritaria, no es lo que somos ni es lo mejor que podemos hacer. Entonces ¿Existe rival acorde para ella? ¿Se la puede enfrentar? ¿Cómo? No hay una respuesta cierta, singular, definitiva. Solo algunas aproximaciones.
Se podría procurar romper el prejuicio de que la introducción de la diferencia, la irrupción de lo singular de cada uno, acontezca perjudicando al sujeto. Será una de las claves lograr que lo extraño se pueda disociar del dolor. Esto tendría la rara e imprescindible consecuencia de poder leer lo que nos sucede en los lazos con el otro, no bajo el axioma del narcisismo de las pequeñas diferencias, sino justamente para sostenerlas, y encontrarnos en ellas. Y quizás llegar a la utopía de entender que vivir es vivir en la diferencia y que aceptarla es lograr terminar con la amenaza del otro que también es la mía, con el miedo al otro que también me teme, con la muerte del otro que también es la mía. Comprender que no existe verdadera ligazón con el otro del espejo sino con un otro a la par nuestra. Y finalmente entender que necesitamos al otro con sus grietas para que “la grieta” deje de existir.
Quizás ese día aceptaremos que sin diferencia no hay libertad y sin libertad no hay diferencia