“El fracaso (viene a decirnos Fitzgerald) está en el corazón de la esperanza, en lo más ahincado del amor se agazapan la pérdida y el olvido: toda vida es un proceso de demolición”.
Ricardo Piglia, Escritores norteamericanos (2016).
Las herencias se reclaman, los legados se dejan. Este es el papel fundamental para entender las responsabilidades de las tradiciones. Somos responsables de ellas para relatar nuestra historia, la historia de la errancia. El impío (2021), la novela de Andrés Spokoiny, relata la historia de una errancia, el tránsito de una responsabilidad. La premisa de una tarea comienza y se funda luego de usted, luego del mandato paterno.
El caos, el desorden y lo disperso es lo que signa esta novela. Un padre, un poeta y un desordenado. El orden es lo primero que hace Dios: organiza un mundo, el mundo de la errancia. El mundo de un padre que está dejando una verdad, pero una verdad que necesita ser relatada para que otros la hereden. Este es el argumento fundamental de la novela o, podríamos decir, el revés de la trama. El sentido oculto de la narración. El padre de David dice: “Porque ahora necesito un narrador, no un poeta, y tú tienes talento de narrador”. Un narrador y no un poeta; una narración y no una poesía. Existe la necesidad de contarle algo al mundo, una verdad, que no es evidente. Si el poeta es el más extranjero de los escritores, el narrador es el único que puede anunciar una verdad en la esfera pública. David no tiene que seguir las reglas de una poesía, no es un poeta, no hay pautas, no hay un modo de escribir concebido en esta historia y solo queda registrarlo. Tal como pronunció Simon Dubnow antes de morir: “Yidn, shraybt un farshraybt” (judíos, escriban y graben). Bajo esta premisa, David está cumpliendo con el legado de su padre y reformulando una herencia: la herencia de la escritura. Entonces escribir es la única manera de aferrarse a este mundo.
El pedido de un padre hacia un hijo es el pedido de una super-vivencia. Una vivencia que va más allá de los límites de la vida. La escritura es el testimonio de la errancia en este mundo. David va a escribir y, efectivamente, escribe el tránsito mundano de un padre (y de un Padre) a través del desierto de la existencia. Al fin y al cabo, se cuenta una historia. La historia de un judío como defensa o, como precisa el narrador, como alegato. En ese alegato se encuentran las pasiones que no se pueden juzgar, los desvelos que turban los sueños de un hombre y las obsesiones que recorren la tragedia de la existencia junto a su camino por la vida: el infierno no es lo que vendrá, sino esta vida misma. La precisión de la vida, del infierno de la vida, es, en lo fundamental, los calvarios que nos acosan. Nuestra historia no es solamente nuestra, sino que también es de todos.
Una novela judía
La historia o la narración del silencio divino es el testimonio de los tiempos. El argumento de la novela se vuelve a verificar con los sufrimientos de las diversas configuraciones de los judaísmos a través de la Historia. Porque si hay maltratos, subyugaciones o sufrimiento del judío, es la razón para contar la historia y no invisibilizarla. Volverla a contar. Entendámonos: El impío (2021) es una novela judía porque cuenta un sufrimiento trágico que es testigo de los tiempos. El Rabí Israel de Rischin dice en un relato jasídico: “No sabemos ya encender el fuego, no somos capaces de recitar las oraciones y no conocemos siquiera el lugar en el bosque: pero de todo esto podemos contar la historia”. Y esta es la verdad: podemos volver a contar la historia. La figura del sedentario formulado magistralmente por Walter Benjamin en su texto El narrador se vuelve lugar crucial para pensarlo en esta novela porque hay que volver a contar la historia y mantener el derecho a la memoria.
Saberse fracasado en esta vida es un alivio y la novela relata la historia de un fracaso, es decir, se subraya un fracaso. La escritura remarca la belleza del fracaso o, en otras palabras, es necesario saberse fracasado para brillar en otro ámbito de la vida. Esta es la premisa kafkiana de la escritura: éxito en lo literario, fracaso en la vida terrenal. Al tratar de vivir en todos los mundos, al tratar de abarcar toda la existencia, no se vive en ninguno. Digámoslo sin tapujos: hay que tomar decisiones y ellas se afrontan con responsabilidad. La ética judía nos dice algo: solo podemos cargar nosotros mismos con nuestra responsabilidad. Una responsabilidad es algo que no se puede delegar a otro. Caso análogo: la trama de la novela se centra en una responsabilidad, la responsabilidad de una vida judía marcada por exilios, diásporas y fugas. Y sin embargo, una herencia sí se puede dejar, los vestigios de un pasado sí se pueden transferir.
Una novela como la de Andrés Spokoiny es un hecho para atestiguar. No solo por el relato de una ética judía que queda injerta dentro de la trama, sino también por el carácter religioso tan criticado en estos días. Las historias judías, historias dignas de volverse a contar, consiguen su umbral de redención. El impío (2021) es una novela que relata una redención o la materialización de una tarea: una trascendencia que irrumpe en la historia transformada en su ruina porque es golpeada por un rayo de luz que brilla en ella desde una fuente externa así como el Mesías puede ingresar por la puerta o la ventana sin pedir permiso. La novela de Spokoiny es una escritura sin preparación, sin anticipación, sin pre-visibilidad. Al fin y al cabo, es un acontecimiento: un hecho irreductible.
* Estudiante avanzado de Letras en la UBA. Escribe regularmente en las revistas Ex Libris, Panamá y La Vanguardia.