Vale la pena dedicarle 16 minutos a escuchar el discurso de la diputada Ibtisam Maraana al asumir su cargo en el Parlamento de Israel en representación del Partido Laborista: se lo encuentra en YouTube, en el siguiente enlace “El primer discurso en la Kneset de la diputada Ibtisam Maraana”.
Es humanamente conmovedor, pero también incluye un potente mensaje político –tanto explícito como implícito- que es muy importante considerar en relación a la resolución del mayor conflicto interno que enfrenta ese país.
Maraana es una mujer palestina, de familia islámica, nacida en una aldea árabe que no fue removida en la guerra de 1948. Es cineasta, e ingresó al parlamento en la lista del laborismo encabezado por otra mujer, Merav Mijaeli. Está casada con un israelí judío, Boaz, tienen una hija, Sofía, y se enorgullecen de la familia que han formado.
Lo primero que conmueve de su discurso es su abordaje claro y directo del drama sufrido por los árabes habitantes del Mandato Británico en Palestina. El desplazamiento, la expulsión, el desarraigo, el silencio. Ibtisam lo hace desde una mirada personal, humana, y no por eso menos política.
Expone el sufrimiento vivido, e invita a reconocer mutuamente ambos dramas, el del Holocausto y el del arrasamiento del mundo árabe existente en el Mandato hasta 1948. Pero dice algo más: el trauma del 48 se continúa en una situación de incerteza infinita, de vulnerabilidad, de derechos frágiles que viven los ciudadanos árabes.
“Este sí es nuestro tiempo”
Maraana toma un segundo desde el podio para contestarle a una pretérita afirmación de su padre, un campesino resignado y silencioso. Ante las punzantes preguntas de su hija sobre lo que había ocurrido en el pasado, él en su momento le había dicho “hija, este no es nuestro tiempo”. Desde el estrado de la Knesset, ya diputada, ella le contesta a su fallecido padre: “este si es nuestro tiempo”. Es la hora de hacer.
Ibtisam Maraana pinta un notable cuadro sociológico sobre la sociedad árabe israelí, y el impacto causado sobre su modo de vida, y sobre la propia estructura familiar por las transformaciones ocurridas luego del surgimiento del Estado de Israel. Hace una serie de alusiones al lugar postergado de la mujer en el mundo árabe, y no carga las tintas sobre la influencia del Islam en el mismo. Dice: el problema es el patriarcado, y reclama por lugares de conducción en las aldeas y ciudades árabes-israelíes para las mujeres palestinas.
No puede dudarse de su compromiso con la convivencia, porque ha puesto su propio cuerpo en ello. No puede dudarse de su compromiso democrático: está allí, electa por parte del público israelí, expresando sus ideas y exponiéndose al debate.
Y lo hace en un país que viene degradándose progresivamente por la fantasía de que es viable un proceso de “olvido” del derecho de los palestinos a la autodeterminación nacional y a tener su propio estado. Se trata de un retroceso ideológico y cultural por el cual, de la mano de la derecha israelí, se han ido profundizando las ilusiones en torno a ir “zafando” del problema palestino.
La ocupación, la resistencia, y la persistencia en la violencia que implica la ocupación van llevando a la deshumanización y a la cosificación y demonización del otro.
Netanyahu aceptó formalmente, ante la presión internacional, la solución de los “dos estados para dos pueblos”, simplemente para negarla en los hechos, favoreciendo el debilitamiento político de los dialoguistas de la Autoridad Nacional Palestina y reforzando el rol de los fundamentalistas de Hamas.
Debemos recordar que Naftali Bennett, el nuevo primer Ministro, antes de soñar que podía llegar a serlo había ido aún más lejos, negando abiertamente la posibilidad de que pueda admitirse la existencia de un Estado Palestino. No en vano entre su electorado hay una alta presencia de colonos de los territorios ocupados. De todas formas, la actual coalición que preside le impediría avanzar en medidas que apunten en esa dirección, si intentara hacerlo.
Netanyahu ha inventado que puede hacer la paz con países árabes ¡con los cuales nunca ha estado en guerra! Y con los cuales Israel ha desarrollado crecientes vínculos comerciales y una alianza contra el peligro iraní. Pero ha negado la realidad de quienes conviven cotidianamente en un mismo territorio.
Los militares más lúcidos y los especialistas en seguridad nacional más experimentados han señalado reiteradamente que los “éxitos” en materia de seguridad nunca podrán reemplazar acuerdos de paz estables con los palestinos. Lo saben perfectamente los habitantes del sur del país, que sufren sistemáticamente cohetes, globos inflamables y otros inventos del gobierno de Hamas, a quien a su vez sólo se piensa en bombardear.
Minimizar los daños no equivale a tener paz, y menos aún a poder disfrutar de todos los beneficios que una paz en serio podría traer.
Reconocer en el otro al humano
El campo de la paz ha retrocedido en las últimas décadas en la opinión pública. Pero no sólo se trata de un debate sobre la relación política con los palestinos, sino un debate humano: se profundiza la incomprensión sobre el otro, el extrañamiento, llegándose a la estigmatización completa cuando desde ciertas bancas se plantea la relación biunívoca entre árabe y terrorista.
Se consuma así una operación no menos política: plantear la equivalencia entre las legítimas pretensiones de autodeterminación nacional a puro “terrorismo” inspirado en alguna maldad congénita. No sirve de excusa política que no falten del lado palestino expresiones igualmente denigratorias y estigmatizantes de los judíos.
Si se piensa –y se educa- que de un lado están sólo las buenas personas, y del otro sólo los energúmenos sedientos de sangre y deseos de oprimir, se sella un destino interminable de daños y de dolor.
Justamente el público israelí, tan impregnado de nacionalismo y de orgullo patriótico, debería comprender perfectamente que ningún pueblo estará dispuesto a renunciar a sus derechos nacionales.
La propuesta de Ibtisam parece abordar la cuestión desde otro lado. Empezar de otra forma. Reconocer en el otro al humano, a la persona, igual a uno, con todas las diferencias.
Su mensaje parece dibujar una línea que cruza a todas las “tribus”, entre humanidad y deshumanización, entre una visión que reconoce la igualdad profunda de los humanos, y una visión étnica blindada y cerrada.
Es el choque entre la identidad vista como cristalización conservadora de un conjunto de rasgos estereotipados –sino vacíos- y una identidad en movimiento, en interacción, en incorporación del intercambio con los otros, borrando los estereotipos que llevan a la guerra eterna. Y a la degradación eterna.
Un pacto de re humanización es el primer paso para comprender, reconocer y aceptar.
* Profesor en UBA y Universidad Nacional de General Sarmiento.