La vista desde el cuarto piso era lamentable. Hubiera sido más práctico escucharlo por ‘Radio Jai’. No se veía nada y el sonido era muy pobre. ¿Se habrán hecho pruebas previas? Tampoco la disposición escénica parecía pensada para el Colón, cuya arquitectura requiere una puesta distinta a la de los teatros tradicionales.
La pantalla gigante -cuyo alquiler debe haber demandado importantes recursos- estaba al fondo del escenario, de modo tal que sólo quienes estaban sentados en platea podían observarla.
Los actos de Iom Hashoá, al menos desde que este cronista los presencia -hace 10 años aproximadamente- son siempre iguales: los dos himnos, dos coreografías, la recitación de un poema de Bertolt Brecht (o similar), el encendido de las seis velas, los cinco discursos (más algún político invitado) y el Himno a los Partisanos.
Un acto de Iom Hashoá requeriría la producción de un hilo temático que nos permita reconocer cada año distintas facetas del genocidio más grande que se cometió en la historia de la humanidad. El contenido del mismo debería surgir tras una extensa discusión política en la que todos podamos reavivar la llama de la memoria, mediante la óptica de las problemáticas actuales que se desprenden de dicho horror.
Una vez definidos esos criterios, éstos serían informados a los disertantes para que ellos puedan expresar su opinión -no sobre una generalidad como es la Shoá- sino sobre esa cuestión puntual que se trabajará en dicho año. Sobre ese tópico se pensarían muestras artísticas creativas y de nivel.
Pero, tal vez, pensar en un eje temático podría reavivar las diferencias existentes en las instituciones. Mejor es hacer lo mismo todos los años.
Y así las cosas, la conclusión es evidente. Los jóvenes son unos maleducados e irrespetuosos a los que no les interesa nada.