Las hojas del almanaque nos envuelven en tal torbellino que, por momentos, pareciera que algunos acontecimientos sucedieron hace años cuando – en realidad- se trata de los últimos meses, inclusive pocas semanas, como la catástrofe del Monte Merón, o la pandemia. Bueno, la verdad es que la plaga del Coronavirus que Israel supuso como sepultada, revive ahora como cepa Delta, en tanto que la tragedia del Monte Merón ya se homologó en otro derrumbe.
Aunque, aparentemente, el país regresó a la normalidad, aquí, en mayo, hubo una guerra, «Guardián de las Murallas». El humo no se disipó totalmente y ya se habla de un probable capítulo próximo en la tele (en mi caso, la pantalla es mi ventana, frente a la frontera).
En los días de la guerra –bautizada eufimisticamente «Operativo»- tuvimos noches de insomnio. En una de esas noches, observé a un simpático erizo, con su cría, tratando de atravesar la ruta regional, la 232. Seguramente escapaban del fuego que consumió la márgen oriental de la carretera, sin advertir que la vera opuesta ya estaba, también, acosada por las llamas.
El trayecto del erizo se asemeja al drama político actual: un frente político multipartidario logró eludir los embates de Netanyahu, desplazando a un gabinete signado por el autoritarismo y la corrupción. Pero el paso de la vereda de oposición parlamentaria a la ribera de liderazgo gubernamental es una tarea ciclópea: así como el erizo debía soportar los faros encandilantes y los impacientes bocinazos de vehículos y tanques militares en la ruta, la flamante coalición debe enfrentarse al asedio del «bibismo».
Los partidarios de Bibi Netanyahu, al mejor estilo de Trump, se niegan a reconocer el cambio de gobierno. El bochornoso griterío durante la sesión parlamentaria inaugural, tratando de entorpecer el acceso de la nueva conducción, fue una muy ilustrativa representación del bibismo, como cultura política regimentada por la obsecuencia a un jefe arbitrario.
El peligro del bibismo –como el trumpismo- reside en una doble trampa: por un lado, en el asentamiento –en el imaginario colectivo- de la corrupción y el autoritarismo en tanto modalidades compatibles con un sistema democrático. A su vez, el sabotaje de las estructuras civiles, al deslegitimar la transición gubernamental, nos enseña la estrategia diseñada por Netanyahu para impedir el normal desenvolvimiento del nuevo plantel.
Similar riesgo al vivido por el erizo: apurar el paso por la ruta y descubrir los fuegos en la otra orilla de enfrente.