Israel a los 58 años:

Bastante usado pero en «buen Estado»

Si tuviéramos que hacer una fotografía de Israel a sus 58 años de edad... ¿qué veríamos? Esta pregunta fue el punto de partida dado a nuestro cronista para que escribiera el siguiente artículo:

Por Alberto Mazor (Desde Israel)

Los resultados de las recientes elecciones israelíes admiten fundamentalmente tres conclusiones:

1) Queda paso abierto para la política de retirada unilateral y parcial de los territorios ocupados en Cisjordania, de reducción y reagrupamiento de asentamientos y fijación de una frontera mediante el muro de separación en avanzada construcción.

2) También supone un cambio generacional y de procedencia de los líderes políticos.
Los actuales no tienen la aureola de los padres fundadores tipo David Ben Gurión, Jaim Weitzman, Moshé Sharet y Levy Eshkol entre otros, o de los que lucharon por la creación del Estado de Israel con las armas como Itzjak Sadé, Moshé Dayán e Igal Alón; ni tampoco aportan al poder el prestigio de haber salvado al país en calidad de brillantes jefes militares en las guerras con los vecinos países árabes, como ocurría con Rabin y Sharón.

3) Por último, la distribución de los votos parece indicar el cansancio de un pueblo que desde hace 58 años vive en permanente estado de guerra; que habiendo sido causante y a la vez víctima de la violencia, ahora está deseoso de un sosiego que le permita atender a los desniveles sociales y las contradicciones de una población heterogénea.

El descalabro de la derecha en las urnas descarta la toma de posiciones negativas sobre la separación de Palestina. Aunque el partido Kadima haya quedado por debajo del 30% de los votos que estimaba como mínimo presumible, ha obtenido la mayoría relativa y en él recae la responsabilidad de formar un gobierno de coalición con los laboristas y otros partidos dispuestos a la remodelación de la presencia israelí en los territorios ocupados y la aceptación de un Estado palestino.

La hora de la verdad

Israel, después de 58 años de independencia, se acerca -así- un poco más a la hora de la verdad; la de resolver su drama histórico: el de su ubicación y definición territorial. En tiempos pasados llego a hablarse de hacer realidad un Estado judío en algún lugar exótico; hasta en Madagascar. Pero la perseverancia de la diáspora en el mantenimiento del legado bíblico canalizó inevitablemente el regreso -la aliá- hacia la tierra prometida, ya desde finales del siglo XIX. Más tarde, la barbarie del Holocausto aceleró la recolonización masiva e hizo apremiante la creación del Estado de Israel, que fue efectiva en 1948 por decisión de la ONU y se consolidó un año después, al vencer el ejército israelí a los estados árabes vecinos.
La fulminante victoria israelí en la Guerra de los Seis Días, en 1967, abrió horizontes insospechados a la ubicación territorial de Israel de un modo muy vinculado a su antigua historia. La larga ocupación de Cisjordania, Gaza y las alturas del Golán suponía -en primer lugar- la consecución mitológica de la razón misma de la aliá (inmigración a Israel):
el asentamiento judío en lo que eran las raíces más profundas de la identidad territorial. Lo que para muchos judíos son las tierras de Judea y Samaria: el hogar de origen, Jerusalem con el Muro del Templo, Hebrón -lugar de sepultura de los patriarcas- Jericó, Belén, Bet-El, etc. etc.

Una Israel doble

Era la realización del ideal de la «Gran Israel» con el añadido de asegurar un lugar de atracción duradera al flujo inmigratorio del retorno desde la diáspora; además de ampliar sustancialmente el margen fronterizo para la defensa del Estado.
Desde entonces la práctica de la colonización israelí de los territorios ocupados fue constante, sistemática, creciente, imparable, hasta llegar a los 160 asentamientos actuales habitados por 250.000 colonos y una tupida red de comunicaciones que los unen.
Es como si fuese la realidad de una «doble Israel»; el originario oficial, reconocido internacionalmente, y el otro, ampliado a los territorios ocupados sin ninguna decisión propia de anexión, contra las resoluciones de la ONU y sin el apoyo de la comunidad internacional.
Solo las dos Intifadas palestinas, desde 1987 hasta 1993 y desde el 2000 en adelante colocaron a Israel, y al mundo, ante la cruda realidad: se trataba de un abuso consentido que estaba configurando la superposición de una prolongación no declarada de Israel sobre una Palestina con absoluta mayoría árabe de largos años de asentamiento real en Gaza y Cisjordania.
Las incidencias de este cruce endemoniado agravaron hasta extremos indecibles el movimiento pendular de la acomodación territorial de Israel. Los acuerdos de Oslo desembocaron en la creación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que no consiguió deshacer el apretado nudo de la anomalía. Los diversos procesos de negociación tuvieron resultados muy escasos; todo acabó en la explosión desenfrenada de la violencia, el mecanismo desesperado y pérfido del terrorismo y las represalias generales o selectivas.

La crisis de ubicación

La enorme superioridad de la fuerza militar israelí no consiguió aclarar nada. Israel se encontró cada vez más encarado a su problema de fondo. Ya en los años setenta, el Primer Ministro Menajem Begin aceptó la evacuación del Sinaí; mucho más tarde de lo debido, el gobierno de Ehud Barak creyó oportuno retirarse del sur de El Líbano. Eran operaciones estratégicas y tácticas a la vez, que parecían oportunas porque no se trataba de tierras de una Israel bíblica y permitían concentrarse en la ocupación de las antiguas Judea y Samaria.
Sin embargo, la decisión unilateral de Sharón de abandonar Gaza señalaba ya en otra dirección. La previsión de futuras retiradas de Cisjordania -el núcleo sensible de las más acariciadas querencias del sionismo mesiánico- supone el momento, hasta ahora mayormente doloroso, del reflujo del irredentismo israelí; todavía con el intento de contenerlo en parte, de dejar lastre para conservar lo esencial.
El muro de seguridad en construcción, más allá de su necesidad objetiva, es el símbolo de un comportamiento defensivo; como si dijera: ¡Hasta aquí! ¡Más no!
La ubicación de Israel está otra vez en crisis.

De Gaulle en Medio Oriente

Ehud Olmert, que es y será Primer Ministro del Gobierno, ha dicho: «no podemos realizar todos nuestros sueños». Es una recomendación de realismo que sin duda la gran mayoría de los israelíes, cansados de vivir en pie de guerra, acepta. Pero todo se hace más borroso e imprevisible cuando el mismo Olmert afirma: «Podremos conservar los grandes bloques judíos de Judea y Samaria; haremos el trazado de la barrera de seguridad de tal manera que no quedará nada fuera de ella». Y añade que espera «asegurar la perennidad del Estado de Israel como Estado judío con una clara mayoría judía». Es decir, menos dispersos, más concentrados y así más fuertes.
Olmert recuerda, así, al De Gaulle de los años setenta, cuando aseguraba que retirarse de Argelia suponía fortalecer a una Francia concentrada en la tarea de desarrollarse como potencia económica, política y militar. En definitiva, es el principio de que un Israel mejor cohesionado puede contraponer al superior crecimiento demográfico de los palestinos, su gran arma para el futuro, la de un desarrollo infinitamente mayor como potencia de rango internacional en los terrenos de la ciencia y la tecnología.

Diagnóstico

Si en el próximo gobierno de Israel actuarán junto al partido Kadima los laboristas de Amir Peretz y el Partido de los Jubilados, a esta contrapartida puede añadirse la paz como ocasión para ocuparse también del paro, la pobreza, la salud pública, la educación, la corrupción y los grandes desniveles sociales.
Con 58 años de independencia, estas previsiones parecen esperanzadoras, pero no tienen en cuenta dos detalles determinantes: el posible desarrollo nuclear de Irán y el proceder de actual Gobierno Palestino de Hamas que ni siquiera ha reconocido, por ahora, al Estado de Israel, violando, así, todos los acuerdos anteriores.
Israel llega a la «mayoría de edad» con seis sangrientas guerras y dos Intifadas en su haber, con una escalada terrorista sobre sus espaldas, siendo el límite fronterizo y político del choque de dos civilizaciones en conflicto y con un amplio deseo de aportar soluciones a su crítica situación social.
Sin ninguna garantía, tiene los recursos humanos y tecnológicos para afrontar los futuros desafíos.
En pocas palabras, se siente como cualquier persona en las postrimerías de la tercera edad: bastante usada, pero en buen Estado (valga la redundancia).