Los romanos, que habían convertido al antiguo reino de Israel en una provincia llamada Judea, fueron los opresores más odiados y resistidos por la población judía. La rebelión y el desafío tenaz que los judíos opusieron a la dominación romana constituyen una de las cuestiones más importantes de la historia del mundo antiguo. Sin embargo, a pesar de una decisión y coraje a toda prueba, los judíos no pudieron derrotar por las armas a las huestes del poderoso Imperio Romano. Consumada la destrucción del Templo, mandado a construir por Herodes, los romanos destruyeron Jerusalem, arando y prohibiendo la entrada de los judíos a su recinto. Estaban persuadidos de que si le era cambiado el nombre de Judea por el de Palestina, -que recordaba a los enemigos más odiados por los hebreos, los filisteos (plishtin)- y el de Jerusalem por el de Elia Capitolina, los judíos finalmente olvidarían al antiguo reino de Israel y a su capital: Jerusalem.
No olvidar
Lo que ignoraban los romanos era que lo que (los judíos) perderían con las armas, lo mantendrían con su memoria. Así fue que en cada festejo, en cada acto de duelo, en momentos privados y comunitarios, los judíos recordarían siempre a Jerusalem. Algunos de ellos permanecieron siempre allí para custodiar los lugares sagrados, hay una historia de permanencia continua a lo largo de 2000 años en la ciudad de Iavné, lugar donde los judíos reconstituyeron su continuidad luego de la derrota infligida por los romanos. Los poemas de los poetas judíos andaluces, las peregrinaciones, e innumerables narraciones dan cuenta del apego de los judíos por la antigua patria a la que nunca olvidaron.
En esa larguísima historia de la dispersión, los judíos trasformaron sus necesidades, anhelos y sufrimientos en parte de la historia sagrada. En el drama que significó para la judería española la Expulsión, la Cábala Luriánica transformó la historia de la Redención en parte del retorno a la Tierra Prometida. Fue así que no solo grandes cabalistas se instalaron en el siglo XVI en Safed. A mediados de ese mismo siglo, Doña Gracia Mendes, y su sobrino, José Nasí, Duque de Naxos obtuvieron del Sultán del Imperio Otomano, una autorización para que los judíos pudieran instalarse, vivir y trabajar en Tiberíades.
A mediados del siglo XVII miles de judíos de toda Europa, de Africa del Norte y de Asia, ante la aparición del falso Mesías, Shabetai Zvi, en el que creyeron fervientemente, se prepararon para su inmediato traslado a la Tierra Prometida.
Sueños
Cuando la Ilustración y la Emancipación irrumpieron en la sociedad europea, un judío que aparentemente había renunciado a su condición, escribió en 1854 un artículo al diario neoyorquino ‘The New York Daily Tribune’ donde expresaba su pena por la paupérrima situación de la comunidad judía en Jerusalem: “nada iguala la miseria y los sufrimientos de los judíos de Jerusalem, quienes habitan el más mugriento rincón de la ciudad, llamado Hareth al-yahoud (…) son el constante objeto de opresión e intolerancia musulmana”.
En ese mismo siglo, para 1870 un judío comunista, Moses Hess, sostuvo que la única solución para el pueblo judío era la creación de su propio Estado.
La era de los nacionalismos -con su secuela de nacionalismos, antisemitismos y pogroms- provocó el surgimiento del Sionismo, y el proyecto de un Estado Judío.
Para la década del treinta, los judíos habían creado en la Palestina bajo dominio del Mandato Británico, un Estado con todos los atributos y con todas las instituciones que lo componen.
Lo que ese Estado no tenía era entidad como tal entre las naciones del mundo, por eso no pudo ofrecer refugio a los judíos europeos que intentaban huir del genocidio que se avecinaba en la manos del nazismo.
Cuando el 15 de Mayo de 1948, las Naciones Unidas reconocían la existencia de un Estado Judío, estaban realizando un acto de estricta justicia que, a pesar de todo, no podía reparar lo irreparable: la eliminación de 6.000.000 de hermanos europeos que no habían podido hallar refugio ni la salvación que sí hubieran podido encontrar en el Estado de Israel, de haber existido.
La celebración del ‘Iom Haatzmaut’ es la celebración de todos los judíos del mundo: más allá de la tragedia, lograron la independencia de su propio Estado y no dudamos de que en algún momento de la Historia podrán cumplir con el otro sueño: vivir en paz y armonía con sus vecinos palestinos.