La encíclica del Papa Francisco cumple seis años y resulta un verdadero manifiesto estético, político, económico y social. El tópico central en el cual se basa y comienza su reflexión es el cuidado del medio ambiente, o como él lo llama, nuestra casa común, para enfatizar que la ecología es parte fundamental de la vida humana. Sin embargo, lo trascendente de la encíclica es el abordaje de la ecología como un modo de rodear la problemática generada a partir del sistema económico tecnocrático y político, que produce una profunda crisis social; allí es donde se observa el mayor peligro sobre el descuido del medio ambiente. El problema en torno al ecosistema es una consecuencia de la acción humana –de la irresponsable acción humana–, y por tanto, la solución se encuentra en un cambio de comportamiento por parte de la sociedad, en una conversión ecológica que se base en volver a los lazos recíprocos y las relaciones simétricas, tanto entre las personas como entre la humanidad y la tierra.
Lo llamativo de esta encíclica es que Francisco no solo intenta explicar el modo en el que se llegó a este contexto de crisis y peligro, sino que también pretende volver a resignificar esa idea original del bien común, de una sociedad que cuida a su ambiente y se cuida a sí misma; y para ello busca en sus raíces desde un punto de vista teológico, es decir en la Biblia Hebrea y en la idea de Dios como Creador. A partir de analizar los textos sagrados y su exégesis, Francisco logra poner en primer plano el modo en el que cree que hay que avanzar en pos de una sociedad más justa, que a su vez llevará a un mayor cuidado del medio ambiente, porque el “planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados” (LS, 93). Es así que esta encíclica puede ser tomada como un manifiesto, donde no solo se pretende comprender las causas y los síntomas del peligro en nuestra casa común, sino que se proponen ideas concretas, tanto a nivel teológico como a nivel social, político y económico, sobre diversas maneras para poder accionar. La reflexión no queda solo plasmada en un mero discurso, sino en un accionar colectivo. Porque, por más individual que pueda ser la acción, el cambio debe plantearse como una labor en conjunto –donde todos formemos parte– para ser efectivo.
Causas y consecuencias sociales de la degradación ambiental
Todo ídolo es una construcción que sustenta mecanismos de poder. A partir de ello es posible pensar en el sistema capitalista como un ídolo fetichizado, es decir un falso dios. La denuncia detrás del manifiesto del Papa Francisco por la preservación ecológica es que el sistema económico tecnocrático se ha sacralizado, se ha convertido en una necesidad para el funcionamiento de la sociedad, se ha naturalizado para poder sostenerse. En el artículo “Sustentabilidad, Laudato Si como critica a los fundamentos teológico-políticos de la economía”, Emilce Cuda sostiene que el Dios Verdadero es quien que crea y sostiene aquello que ha creado, mientras que el falso dios es un ídolo porque crea pero no es capaz de sostener. Allí está la verdadera cualidad: la sustentabilidad, una idea que también tiene sus raíces en la tradición judía. El capitalismo se transformó en un sistema divinizado, que está llevando a la sociedad a su propia destrucción. La desigualdad social, producto del sistema económico, conduce a una inequidad de los recursos necesarios para la vida y al gasto del material con la creencia –falsa– de que son inagotables. El capitalismo es un ídolo porque no puede sostener el mundo que creó y pide sacrificios; pide que los apartados de la sociedad arriesguen sus vidas, su salud, su fuerza de trabajo en pos del buen funcionamiento del sistema. Y cuando un sistema pide algo a cambio para su buen funcionamiento es porque ese sistema se ha divinizado. Allí radica su peligro, se lleva las vidas de las personas que no tienen los recursos económicos suficientes para sustentarse en la sociedad. En un sistema divinizado el que debe cometer los sacrificios es el más frágil, como en este caso lo son los pobres y el medio ambiente.
Como explica Hugo Assman en La idolatría del Mercado, la idea del falso dios esconde tras de sí una perversidad porque el sacrificio se torna en una constante, un fin necesario. Y por ende, no es un dios misericordioso, sino que culpa a uno mismo de sus males por no haber realizado bien su trabajo en la sociedad. Dos claros ejemplos de la naturaleza que da Francisco en la encíclica son el agua y los desechos. Son elementos cuya degradación en el ambiente conllevan un deterioro social y a su vez, esa inequidad social trae más peligro sobre los recursos naturales, es un círculo sin fin. Como explica Cuda, la causa humana de la crisis ecológica es producto de las relaciones asimétricas y del sistema cultural y político-económico que ha sido divinizado, funciona en sí mismo como un sistema de creencias. Por eso, para Francisco la solución está en un cambio de las relaciones sociales. El pontífice expone que el deterioro de la calidad y de la disponibilidad del agua es debido a su privatización y regulación como un elemento más del mercado, sometido a las leyes capitalistas como si fuera un objeto suntuario, cuando en la realidad es un recurso vital y un derecho humano. Por lo tanto, la escasez de agua es un problema económico y social. La consecuencia de la privatización del agua la pagan los pobres, porque la clase alta puede tener acceso a ella. Pero también es un problema político y cultural “porque no hay conciencia de la gravedad de estas conductas en un contexto de gran inequidad” (LS, 30). Por otro lado, cuando Francisco se detiene en el problema de los desechos no solo hace referencia a los residuos que contaminan el planeta sino también a los pobres, a los descartados sociales, que son tratados del mismo modo que la basura, como un problema que está a la vista pero no se acciona en pos de mejorar ese aspecto. Francisco lo llama la “cultura del descarte” (LS, 22), donde hay humanos que se sienten “más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos” (LS, 90).
Retorno a las raíces bíblicas
Para Francisco, la falla –humana– en el cuidado del ecosistema es consecuencia de una falsa omnipotencia, en donde el hombre cree ser superior a la tierra y por tanto puede tener una relación de dominio sobre ella. A partir de ello intenta volver al concepto teológico fundante de Dios Uno Creador. La figura de un Padre Creador supone la idea de que hay una figura superior que domina y tiene la verdadera supremacía. Este es el motivo por el cual no debemos olvidar que hay un Dios por encima de la figura humana y que las personas fueron creadas junto con la naturaleza. Por ello se establece una relación de igualdad y reciprocidad. Esto puede verse en el relato bíblico de la creación, donde Dios creó al hombre para que “lo labrara y lo cuidara [al huerto]” (Génesis 2:17), es decir que no solo le encomienda aquella tarea de proteger y volverla fructífera, sino que el humano es creado para ese propósito, que ha sido perdido de vista con el paso del tiempo. Más allá de los diferentes relatos sobre la creación del varón y de la mujer en el Edén, el nombre que le otorga Dios a su primera creación humana es Adam. Esto no pasa desapercibido en una lectura desde el punto de vista ecológico, como lo hace Francisco, ya que este nombre proviene de dos palabras hebreas. Por un lado, hace referencia a dam, que significa sangre, y por otro a adamá, que significa tierra. Entonces, el hombre fue creado de la tierra, “Dios formó al hombre del polvo de la tierra” (Génesis 2: 7), y ella es parte de su sangre, de su vitalidad, como explica Francisco en la encíclica, “olvidamos que nosotros mismos somos tierra” (LS, 2).
Por otro lado, Francisco menciona el arca de Noé como un relato paradigmático en el que la humanidad es castigada por los pecados cometidos. Los personajes y las historias pertenecientes al Génesis de la Biblia Hebrea son arquetipos de carácter mítico que intentan dejar tras de sí un mensaje. El relato de Caín y Abel puede ser interpretado como una pronunciación en contra del derramamiento de sangre. Aquí, Dios le dice a Caín: “La voz de las sangres de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Génesis 4: 11). Se puede observar de manera casi explícita cómo la sangre derramada repercute en la tierra. Esto es lo que quiere demostrar Francisco desde su manifiesto, que todas las acciones humanas tendrán consecuencias en la misma tierra. Caín es condenado a ser nómade, es penado a cambiar su modo de producción en la tierra, y por tanto su estilo de vida. En esta historia, además del mensaje ético que se desprende, hay un intento de explicar las causas o el origen del mal, de la violencia, que es la libertad humana. Francisco lo explica en la encíclica: “Todas ellas [las heridas del ambiente] se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites” (LS, 6). La Biblia seculariza el origen del mal y denuncia a la irresponsabilidad en el accionar humano. Por último, un relato fundamental para entender esto es la historia del sacrificio de Abraham a su hijo Isaac. Dentro de las numerosas exégesis de esta historia, una posible interpretación es que este relato es la demostración de que Dios es Verdadero porque no mata y no exige el sacrificio ni el derramamiento de sangre para su sustentabilidad. Los sistemas creados por falsos dioses necesitan del sacrificio para poder funcionar y sostenerse. Por eso, el hecho de que Dios le demuestre a Abraham que no debe sacrificar a su hijo como una ofrenda hacia Él, en realidad, es una demostración de su carácter Verdadero.
Esta encíclica estética, teológica, social, política y económica es una denuncia y un manifiesto en pos de mejorar el ecosistema y la sociedad mundial. El Papa Francisco toma las preocupaciones históricas desde la creación del capitalismo, pero las lleva más allá y propone que el sistema mismo es pecaminoso porque plantea una falsa creencia divinizada de un régimen que no hace más que exigir sacrificios, donde los más perjudicados son siempre los mismos: los frágiles. Por eso resulta crucial proporcionar las claves para un accionar ético, íntegro y colectivo, con una perspectiva intergeneracional. El sistema capitalista ha instaurado una conciencia de lo inmediato, donde prima el beneficio instantáneo y la especulación. Es por este motivo que Francisco enfatiza la necesidad de actuar en el presente, para que las generaciones posteriores no deban sufrir las consecuencias del maltrato actual hacia nuestra casa común. La creencia que proviene de la tradición judía propone un intento de amalgamar espiritualidad y naturaleza. El retorno a las raíces bíblicas que expresan los textos sagrados proporcionará la base para un nuevo entendimiento de los lazos sociales, que a su vez se traducirán en los sanos vínculos políticos, económicos y culturales.
Es menester tomar esta encíclica como una convocatoria interreligiosa. Y por eso, tenemos ante nosotros la oportunidad de repensarnos profundamente de manera individual y también comunitaria.
* Licenciada en Letras (UBA), maestranda en Sociología de la Cultura (UNSAM)