El rabino Bernardo “Baruj” Plavnick murió como vivió: intentando ayudar a los más débiles y necesitados. Por eso, montó un centro de vacunación en su sinagoga, Fundación Pardés, y decidió dejarle su dosis a las personas de riesgo, antes de aprovechar su posición de privilegio para aplicársela él mismo.
Con la misma ética, había actuado durante la última dictadura militar en la Argentina, cuando acompañaba a su maestro, el rabino Marshall Meyer, a recorrer las cárceles en la ciudad y la provincia de Buenos Aires, para prestarles asistencia espiritual a los presos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) o en las marchas para reclamar por la aparición con vida de los desaparecidos.
Su convicción por ayudar a quienes más lo necesitaban fue la que lo movió a proponerse para alistarse como capellán, para prestarle asistencia espiritual a los soldados judíos que estaban combatiendo en la guerra de Malvinas.
Corría el 17 de abril de 1982 y, como ocurría cada sábado tras la finalización del servicio de Shabat, los discípulos de Meyer y otros socios de Bet El se trenzaban en debates sobre la política argentina y la lucha por los derechos humanos. Esa tarde, el tema fue la recuperación de las islas.
Meyer sostenía que no podían apoyar lo que había ocurrido porque era una forma de respaldar a los militares que eran responsables de secuestros y desapariciones. Un grupo, comandado por Plavnick, lo enfrentó y manifestó que, si bien tenía razón en su postura, las Malvinas eran argentinas y no podían oponerse a ello.
La respuesta fue clara: “Si vos sos tan argentino, explicame: ¿Por qué no hay un capellán judío en el ejército?”. Plavnick se ofreció a viajar al sur voluntariamente para acompañar a los soldados judíos que habían sido enviados a las islas.
Luego, vendrían las gestiones comunitarias que lograron concretar un hecho inédito para el país: que un religioso de otra fe que no fuera la católica prestara servicio en las Fuerzas Armadas por primera vez en su historia.
Si bien Plavnick estaba destinado a Puerto Argentino, nunca pudo cumplir con su objetivo ya que le impidieron cruzar a las islas por razones que van desde lo estratégico hasta el antisemitismo.
Mientras esperaba que le llegara el permiso (que jamás llegó) y ante el comienzo del Shabat, le propuso al coronel Esteban Solís realizar una ceremonia en el pequeño salón que tenía la comunidad judía de Comodoro Rivadavia.
Junto con los soldados, se dedicó a limpiar el lugar y ponerlo a punto para realizar el Kabalat Shabat. El 14 de mayo de 1982, se llevó a cabo el primer servicio religioso judío (y no católico) en la historia de las Fuerzas Armadas argentinas.
“Un hombre caminaba en un bosque y de repente vio aparecer un monstruo. Cuando éste se acercó un poco, el hombre se dio cuenta de que no era un monstruo, sino otro hombre. Cuando se acercó aún más, el primer hombre se sorprendió al descubrir que el otro era su hermano. Esto nos demuestra con qué facilidad los hombres podemos confundir a nuestros hermanos y no tratarlos como tales”, sostuvo en esa oportunidad.
Sus palabras aún retumban en los corazones de todos los soldados que estuvieron allí presentes. Para ellos, ese momento se convertiría en un bálsamo dentro de la locura y el clima de tensión que vivían en esos días, ante la posibilidad de cruzar a las Malvinas o de una invasión inglesa al continente.
Sin saberlo, Plavnick estaba quedando no sólo en la historia argentina sino que, al mismo tiempo, permanecería sellado con fuego en la memoria de aquellos jóvenes que lo escuchaban absortos.
De igual forma, lo ha venido haciendo el de los centenares de chicos para los que fue su maestro u ofició en sus bnei mitzvot, en las parejas que casó o en las familias a las que asistió espiritual y humanamente durante su extensa trayectoria rabínica. Ninguno de los que lo conoció podrá olvidarlo, jamás.
* Periodista. Autor del libro “Los rabinos de Malvinas”.