Durante los años de la Guerra Fría, ante la evidencia de que podíamos sucumbir ante un holocausto nuclear, Naciones Unidas comenzó a trabajar para evitar la proliferación, que sólo podía agravar la situación y hacer más factible el uso del arma atómica. De aquellos días y aquellas preocupaciones vienen tanto el marco legal como el institucional de que hoy disponemos para regular este delicado asunto. La energía nuclear es extremadamente importante para garantizar el funcionamiento de nuestras economías, pero debe evitarse que más países den el salto a su uso militar.
Violaciones
Irán es un Estado signatario del Tratado de No proliferación y un miembro de la Agencia. A pesar de ello incumplió sus obligaciones y ocultó durante años que estaba desarrollando un programa nuclear. Fue la oposición política la que desveló el hecho, activando las inspecciones de la Agencia y haciéndose pública la violación del Tratado. Irán reconoció entonces lo que había negado, pero insistió en su voluntad de emplear la energía para usos civiles.
A la violación del Tratado, por ocultamiento voluntario, se sumaba la falta de lógica económica: Irán posee extraordinarios yacimientos de petróleo y gas natural que hacen redundante el programa nuclear.
La Agencia, por una parte, y el trío europeo -Alemania, Francia y Reino Unido- por otra trataron de encontrar vías de entendimiento.
Al final fue Rusia quien ofreció una alternativa que parecía contar con el visto bueno general: se reconocía a Irán el derecho a tener centrales nucleares, pero el combustible llegaría de fuera y volvería al punto de partida tras su utilización. Se garantizaba así que el régimen de los ayatolás no dispondría de la tecnología para desarrollar armamento nuclear. El rechazo de Teherán ha puesto fin a una fase de la crisis, elevando el problema al Consejo de Seguridad. Si Irán no cede llegará el momento de plantear sanciones y, como último recurso, el uso de la fuerza, con resolución o sin ella, por parte de Estados Unidos o de Israel.
Si Naciones Unidas no es capaz de forzar a Irán a dar marcha atrás, nos encontraremos ante una grave crisis del régimen de no proliferación. India y Pakistán, desde fuera, pues no eran signatarios, y Corea del Norte, desde dentro, habían asestado a la credibilidad del régimen duros golpes. Irán puede ser la puntilla que acabe con un mecanismo esencial para garantizar nuestra seguridad. Si Irán llega a tener armas nucleares sus vecinos sentirán la necesidad de poseerlas para disuadir las ansias hegemónicas de los ayatolás, produciéndose un efecto dominó de difícil gestión.
Si Irán llega a tener cabezas nucleares que puedan acoplarse a sus misiles puede darse el caso de que las use, poniendo en peligro a un elevado número de países, aquellos que estén en el radio de acción de los Shahab.
Escudos varios
Pero el arma nuclear no actúa sólo como una espada, también reúne las propiedades de un escudo. Los ayatolás quieren disponer de ella para disuadir a sus rivales, evitar intimidaciones y garantizarse el poder seguir adelante con su proyecto político, tanto en casa como en la esfera internacional.
La revolución de Jomeini iba dirigida a establecer en la vieja Persia un orden teocrático e islamista. Irán aspira a representar la causa islámica, desbancando a los sunitas y a su máximo representante: Arabia Saudita. En el jomeinismo hay un componente de guerra civil musulmana, latente desde hace siglos. Pero Irán va más allá: Quiere liderar la causa islamista y por eso apoya a grupos terroristas de este signo, como Hizbollah o Hamas, o financia canales de televisión, radios y páginas en Internet.
Están convencidos de que el Islam derrotará a Occidente tanto en las tierras de mayoría musulmana como en Europa y Estados Unidos, por efecto de la emigración y de los conversos. El arma nuclear sería, para ellos, una garantía de que ni los sunitas ni los occidentales podrían impedir su estrategia de apoyo a la subversión.
En nuestras manos está impedir que Irán accede al arma nuclear, con todas sus implicaciones. De lograrlo se sentirá en condiciones de seguir propagando el radicalismo islámico; pondrá en peligro el régimen de no proliferación y dañará la credibilidad del Consejo de Seguridad, incapaz, una vez más, de lograr un acuerdo entre sus miembros para atajar una clara amenaza a la seguridad internacional.