Entrevista a Javier Sinay

El sueño de la voz propia

Todo aquel que tuviera al menos una mano o un pie escribía, decía un refrán en ídish. Y eso es lo que revela Javier Sinay en “La Caja de Letras”, su último libro, donde rescata y traduce los “Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina” de Pinie Katz. Publicado originalmente en el idioma diaspórico ancestral, sus páginas dan cuenta de las peripecias de los creadores de los medios comunitarios desde 1898 hasta 1914, le etapa fundacional de la llegada de los inmigrantes judíos a la Argentina.
Por Laura Haimovichi

Javier Sinay nació en Buenos Aires en 1980 y es periodista. En 2015 ganó el Premio Gabriel García Márquez de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) por su crónica “Rápido. Furioso. Muerto”, publicada en la revista Rolling Stone. Sus textos han aparecido en los diarios La Nación y Clarín; y en el medio web RED/ACCIÓN. Además, fue corresponsal en Sudamérica de El Universal (México) y editor de Rolling Stone (Argentina). Colaboró con las revistas Gatopardo (México), Etiqueta Negra (Perú), Letras Libres (México) y Reportagen (Suiza). Publicó los libros Camino al Este: Crónicas de amor y desamor (2019); Cuba Stone: Tres historias (en coautoría, 2016); Los crímenes de Moisés Ville: Una historia de gauchos y judíos (2013); y Sangre joven: Matar y morir antes de la adultez (Premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón, 2009). Dictó talleres y seminarios en España y en varios países de América Latina.
En La Caja de Letras, su flamante libro, trae al presente aquel volumen original de Katz, ahora traducido al castellano con la colaboración de Jana Powasek de Breitman, donde se narran las andanzas de un grupo de editores y cronistas idishes que compitieron hasta lo inimaginable para ofrecer a la comunidad las mejores piezas de periodismo de su tiempo. Aquellas aventuras incluyen la puesta en escena de una gama variada de sentimientos humanos, desde los más amorosos hasta los más bestiales. Pero además, La Caja de Letras tiene una magnífica introducción que pone todo en contexto, con un lenguaje ágil y atrapante para cualquier lector.
Javier Sinay rescata la figura de su bisabuelo Mijl Hacohen Sinay, quien llegó a confeccionar en forma manual Der Viderkol, el primer periódico judío argentino y, claro está, la del potente Pinie Katz, uno de los creadores (y el director) de Di Presse. Katz, protagonista insoslayable de la colectividad en la primera mitad del siglo XX, fue en parte testigo y cronista excepcional de aquel grado cero de la escritura de los primeros inmigrantes judíos. En paralelo a sus actividades periodísticas, Katz fue el promotor principal de la creación del ICUF en la Argentina y Uruguay en el año 1941, luego de haber sido convocado como representante del movimiento progresista judío al congreso internacional que tuvo lugar en septiembre de 1937 en París.
Las páginas de La Caja de Letras, título que surge de una anécdota que por sí sola merece la lectura del ejemplar, resultan un viaje entretenido y placentero a un tiempo acaso no tan distinto al del presente. Al menos, en lo que a las peripecias de los periodistas se refiere. Los lectores, agradecidos.

-Tu bisabuelo Mijl Hacohen Sinay fue periodista y contemporáneo de Pinie Katz, ¿llegaste a conocerlo?
-No, mi bisabuelo murió en 1958 y yo nací en 1980. Aprendí mucho sobre él cuando investigué y escribí «Los crímenes de Moisés Ville», un libro iniciado con un artículo escrito por Mijl en 1947, «Las primeras víctimas judías de Moisés Ville» (en el original estaba en ídish). Sé que Mijl fue un bohemio y un apasionado por el periodismo y la escritura, también maestro e inspector de escuelas y actor de teatro ídish. No fue un hombre muy ambicioso, no dejó libros ni tuvo una carrera esplendorosa como la de Pinie Katz, pero aun así fue un referente cultural de su tiempo. Como su periódico Der Viderkol fue el primero en la prensa judía, siempre llevó el título de «der pioner»: el pionero. Un tío, nieto suyo, me dijo que lo vio poco a Mijl, pero que lo recordaba prendido a su máquina de escribir, tecleando y tecleando, acaso quejándose del ruido alrededor suyo porque estaba metido en una polémica con algún otro periodista. Esa es una imagen muy descriptiva de Mijl Hacohen Sinay.

-¿Hubo otros periodistas en tu familia? ¿Rubén Sinay, el dirigente del ICUF y mentor junto a Julio Schverdfinger de la revista Tiempo, fue pariente tuyo?
-Es una familia de periodistas o, al menos, de personas que toman la palabra pública: el padre de Mijl Hacohen Sinay fue el rabino Mordejai Reuben Hacohen Sinay, muy activo en las colonias y en la ciudad, autor de varias piezas que hoy llamaríamos «columnas de opinión» en diarios judíos rusos y argentinos. Luego vino Mijl Hacohen Sinay, creador del primer periódico judío en la Argentina, y colaborador en decenas de publicaciones. Uno de sus hijos fue Rubén Sinay, a quien mencionás: activista político y cultural, traductor, dramaturgo y periodista; figura del ICUF. Uno de los nietos de Mijl (hijo de Moisés, un hermano de Rubén) también es un autor de temas de esencia humana, con un pasado como periodista. Yo soy hijo de Horacio y bisnieto de Mijl.

-¿Tuviste una formación judía?
-Nula, desde la educación formal y desde la religión oficial. Me hice judío comiendo guefilte fish en la mesa de mi abuela. Después tuve mi propia formación, con la inmersión cultural que significó hacer «Los crímenes de Moisés Ville», con cuatro años de investigación sobre mis ancestros, sus ideas y la evolución del judaísmo en los últimos 150 años.

-¿Qué es ser judío en vos?
-El orgullo de conocer las propias raíces. Una cuestión de identidad ligada con el pasado y con el futuro. Ser parte de algo, un eslabón de la cadena dorada de las generaciones, eso que en ídish se dice «di goldene keit».

-¿Relacionarías periodismo con judaísmo? Pienso en esa idea de ser el pueblo del libro, a la que se le podría añadir… y de la prensa.
-No lo sé. Pero es cierto que pareciera haber una mirada judía sobre el periodismo. La fiebre comunicativa acerca de la cual escribe Pinie Katz y que vivieron los pioneros de la prensa judía argentina en el período 1898-1914, cuando lanzaron unos 40 periódicos, nos está diciendo algo al respecto. Evidentemente hay una inclinación en algunas personas judías (en muchas) a escribir sobre su realidad.

-¿Cómo y porqué se te ocurrió involucrarte, comprometerte, trabajar con el libro de Katz?
-“Apuntes para la historia del periodismo judío” en la Argentina me sorprendió porque era como un libro de aventuras. Los héroes (y algunos villanos) eran un puñado de periodistas, inmigrantes bastante quijotescos en la belle époque, llegados a un confín del mundo: Buenos Aires. Cargaban con los abrigos viejos que habían traído desde la Rusia zarista, con samovares y con ritos milenarios que en esta ciudad valían poco o nada y a veces, mientras trabajaban de cualquier otra cosa, se ocupaban de fundar una nueva tradición basada en los artículos de prensa. El libro de Katz los mostraba en toda su humanidad, con sus iniciativas vocacionales y también con sus competencias despiadadas, y aun con sus miserias personales. Lo sorprendente es que cualquier periodista del siglo XXI entiende todo eso perfectamente. El periodismo cambió; los periodistas no tanto.

 

Una caja de letras

-¿A quién se le ocurrió el título de esta edición que cuenta con un prólogo tuyo que es el retrato narrado de una época e incluye maravillas y miserias de los primeros periodistas judíos de la comunidad en la Argentina?
-El título se nos ocurrió a mi esposa Higashi y a mí. Yo estaba buscando uno más breve que el original porque la idea era que Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina pudiera estar en el subtítulo, junto a la explicación de la operación literaria de este libro: su hallazgo y recuperación. Así que me pregunté -junto a Higashi- qué era lo más interesante, o más bien lo más inolvidable que contaba el libro y me di cuenta de que se trataba de un episodio relacionado con el robo de una caja de letras hebreas de hierro, tipos de imprenta que en 1898 eran el único juego que existía en la Argentina. Entonces, el diario que tuviera esas letras tendría la palabra; es decir, la posibilidad de una voz propia. Toda esa intriga en torno a la caja de letras me parece una metáfora de lo que fue la génesis del periodismo judío en el país: una sucesión de aventuras protagonizadas por héroes y villanos que perseguían el sueño de la voz propia en esta ciudad extraña.

-Antes de descubrir el libro en ídish en la casa de tu abuela, ¿qué sabías de Pinie Katz?
-Poco y nada. Yo apenas trabajaba con una fotocopia de este mismo libro, que Eliahu Toker me había facilitado.

-¿Qué fue lo que más te atrajo de los Apuntes para la historia…?
-Siempre me pregunté si mi bisabuelo habría escrito algo sobre aquellos 22 crímenes de la colonia de Moisés Ville en el periódico Der Viderkol, y buscando una respuesta, y sin tener chance de ver el periódico original, recurrí a otros informantes, como Pinie Katz. Pero cuando leí su libro me topé con mucho más: Katz había escrito una historia de la prensa judía en la Argentina y era un relato intenso, ágil, indiscreto. La humanidad de los personajes y su vibrante actualidad espiritual, si podemos llamarla así: eso fue lo que más me atrajo. Me sentí identificado con muchas de sus vivencias.

-Tu introducción está escrita con un estilo ágil, cercano al habla oral, está llena de información, atrapa por sus anécdotas y por el uso de un lenguaje accesible, nada expulsivo. ¿Cómo dirías que está escrito el libro de Katz, incluido en La Caja de Letras?
-Diría que busca lo mismo: un tono entretenido pero capaz de contrabandear algunas ideas. Supongo que las dos son escrituras periodísticas que tratan de entender y describir.

-Una de las imágenes que abre el libro es la de un periódico, Nuestra Palabra, que muchos años después fue el nombre del periódico del partido comunista argentino. ¿Hay alguna relación entre ambos?
-El semanario Unzer Vort de 1911 fue fundado como un emprendimiento privado de Pinie Wald y Robert Kogan, nos informa Pinie Katz. El primero, un bundista; el segundo, un socialdemócrata ruso. Unzer Vort pasó luego a la organización Avangard. Dice Katz: «Como órgano partidario, Unzer Vort salió ocho veces, y en total tuvo 18 números. Sin tomar en cuenta que como periódico apartidario Unzer Vort tuvo dos números más que como partidario, todo este trabajo debe ser considerado como parte del lineamiento de Avangard. Esto es, un lineamiento que traducía La Vanguardia, el órgano del Partido Socialista, al ídish y que trataba de llevar las masas judías al Partido Socialista». No se refiere al posterior Nuestra Palabra; a mí no me consta relación, pero no lo estudié en detalle.

-¿Te imaginás a tus lectores?
-Pienso que este libro será leído por mucha gente que aún recuerde al enorme Pinie Katz, por algunos amantes del ídish y por interesados en general en la cultura judeoargentina. Pienso que este libro es un puente entre generaciones y por eso me encantaría que fuera leído por jóvenes.

-¿Quiénes son tus referentes dentro del periodismo argentino?
-Leila Guerriero, Chani Guyot, Hernán Casciari, Cristian Alarcón y Martín Caparrós.

-¿Tuviste alguna militancia por fuera de tu ejercicio del periodismo?
-No.

-¿Creés que existe un periodismo independiente, en el sentido de carente de ideología?
-No. Todo periodismo es ideológico, eso se llama «línea editorial» y es válido; quiero decir, no es un escándalo o un sesgo terrible. Pero hoy, además, una buena parte del periodismo es propagandístico, y eso es muy diferente.

-¿Dónde estás trabajando ahora?
-Soy parte del staff de RED/ACCION.com.ar

-¿Cómo llegaste a Ediciones del Empedrado?
-El editor es Norberto Chab, un buen amigo mío. En 2014, «Los crímenes de Moisés Ville» acababa de ser publicado y Chab me preguntó mientras tomábamos un café si no conocía otra historia parecida a la de esos asesinatos. Por entonces él estaba iniciando su sello Ediciones Del Empedrado y encendió su radar de temas. Pensé un rato. No, no conocía otro cuento como aquel, pero hay algo que me había quedado en el tintero y era la idea de rescatar la voz directa de esa generación de pioneros. Especialmente porque la mayor parte de lo que escribieron —de lo que dijeron— fue publicada en ídish y hoy es ajena a la gente que desconoce ese idioma, y es una pena porque entre fines del siglo XIX y la década de 1960 hubo una enorme cantidad de diarios, revistas y libros que contaron la vida judeoargentina, que es una parte de la vida argentina. En una proyección de casi un siglo (1898-1989), 337 publicaciones judías vieron la calle, según Alejandro Dujovne, investigador especializado en el libro y la edición. Hay que rescatar algo de todo eso, pensé, y le hablé a Chab de “Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina” (del cual yo ya tenía traducido algo). Le dije que es un libro maravilloso, útil, incluso necesario. No sé cómo, pero lo convencí.

-Están haciendo una preventa por las redes. ¿Por qué eligieron esa modalidad comercial? ¿El libro llegará a las librerías?
-La elegimos para dar una chance al público general de ser parte del proceso y permitirnos, con su apoyo económico, imprimir más ejemplares. En mayo llegará a las librerías con la distribución de Qué Leer y alcanzará a una red muy amplia de librerías.

-¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?
-En junio reeditaremos “Sangre joven: Matar y morir antes de la adultez”, mi primer libro, que tiene ya algo más de diez años. Es una crónica de seis crímenes. Saldrá corregido y aumentado en 50 páginas. Será una cosa poderosa. Espero que en los años por venir veamos más traducciones del ídish al español. Lo que hay en ídish, toda esa producción literaria y periodística, es un tesoro al que lamentablemente accede poca gente. Y como en 1943 dijo en la revista Judaica un periodista llamado Aharon Ioel Zacusky (justamente en una nota sobre traducciones del ídish): “Dejemos ya de ser un misterio”.