Cuando el partido de los Smotrich se autodenominó Sionismo Religioso, me embargó la alegría. Nada más adecuado para esa horda de violentos que, indudablemente, representa fielmente los valores y las acciones del sionismo religioso. Es decir, una mezcla de instintos, racismo, violencia y patetismo. Así es exactamente como se ve un sionismo atacado de infección religiosa.
Lentamente, la alegría se fue opacando. También la sonrisa burlona se esfumó. En su lugar surgió una amarga y triste reflexión: ¿acaso hay otro sionismo? ¿Acaso se puede encontrar aún un sionismo no-religioso? ¿Acaso lo hubo alguna vez?
En realidad, ¿qué es un sionismo no-religioso? Teóricamente, podría describirse como un sionismo que abraza una igualdad de todos los seres humanos, que rechaza el concepto de “pueblo elegido”, que aspira a un Estado democrático para todos sus ciudadanos, sin distinción de religión, raza, etnia y género. Que separa con un muro de acero religión y estado. Que no somete la condición personal a ninguna ley religiosa. Que no determina límites y política nacional según una mitología de la era de bronce. Que prohíbe taxativamente toda imposición religiosa y anti-religiosa. Cuya lengua es (también) el hebreo, cuya cultura es (también) judía, cuyas festividades y celebraciones son (también judías) y… más o menos eso.
¿Acaso podemos juntar a todos los sionistas que adscriben a lo enumerado y hacer con ellos dos mandatos? ¿Uno? ¿Medio? Cazzo. Dicen que hubo muchos de ellos en el pasado. Sobre todo antes del surgimiento del Estado. Una vez establecido el Estado, se evaporaron. El primero en asestarles un golpe certero fue David Ben Gurión. El acérrimo ateo los alejó del poder para acercar a su gobierno al Frente Religioso Unido. Aquel día se puso la simiente del Sionismo religioso.
El 7 de junio de 1967, cuando el Rabino Shlomo Goren hizo sonar el Gran Shofar al pie del Muro, germinó el brote y echó raíces el sionismo religioso en la tierra liberada. Desde entonces hasta hoy crece y cunde sin control aquella raíz que produce hiel y ajenjo, envenenando todo en derredor, devastando en su carrera hacia la toma del poder al “sionismo no-religioso”.
De modo que no es necesario decir Sionismo Religioso, basta con decir sionismo, y ya todos saben de qué se trata: una comunidad de atacados de religiositis aguda en distintos grados de gravedad: desde el caraísmo primitivo de los criminales de las colinas hasta la cortés devoción de los observantes de la “Mayoría Judía” y de los derechos inmobiliarios bíblicos, que han embarcado a toda una nación en la cristalización de un capricho mesiánico delirante.
El máximo exponente del sionismo no-religioso fue un tal Teodoro Herzl. Su lúcida visión quedó detallada en su novela “Altneuland”. Paralelamente a las descripciones utópicas de un Estado igualitario rayano en la perfección, atinó Herzl a identificar el peligro que encerraba su visión, personificada por el Rabino Geier, descrito por varios personajes del libro como: “Maldito fanático religioso, embaucador, instigador y xenófobo… munido de toda la consabida soberbia y de su aparente bonhomía. De pronto resulta que él es el patriota, él es el judío nacional, y nosotros los amantes de los foráneos. Si seguimos oyendo lo que dice, todavía vamos a descubrir que somos malos judíos y hasta extranjeros en el país de él… mientras las ideas de Geier no se impongan, seguiremos siendo felices”.
En la contratapa de la primera edición de “El Estado Judío”, debajo del título dice Versuch, es decir, prueba o intento. Lo lamento Teodoro, la prueba fracasó, las ideas de Geier se impusieron.