Aparecido en ‘La Vanguardia’ -12 de abril de 2006-:

Posmodernismo electoral israelí

¿Cómo definir el carácter de las últimas elecciones en Israel? Lo he estado pensando un poco y creo que el término posmodernista le vendría muy bien. El arte o el ambiente posmodernista destaca no tanto en dramas trágicos, sino más bien en vuelcos absurdos, apariciones grotescas, sorpresas incomprensibles, citas subversivas de textos sagrados, omisiones inexplicables, sorprendentes cambios de identidad, juegos circenses con valores ya establecidos, combinaciones imposibles de contradicciones, y todo ello envuelto en cierto aire de ligereza y frivolidad. Y he aquí algunos hechos relacionados con las últimas elecciones israelíes que justifican que se les aplique el calificativo de posmodernistas.

Por Abraham B. Yehoshua

El inicio de la vorágine se halla en la operación de desconexión que promovió en la franja de Gaza Ariel Sharón. Tras muchísimos años en los que había proclamado día y noche que para él tan importante era Tel Aviv como los asentamientos judíos en plena franja de Gaza y tras promover enormes inversiones tanto en lo humano como en lo económico en esos absurdos asentamientos (durante la última intifada murieron allí 200 soldados y civiles y hubo miles de heridos), resulta que un buen día cambió por completo su visión y, con la oposición de la mayoría de los miembros de su partido, destruye esos asentamientos con su rotunda brutalidad.
Beniamin Netanyahu, ministro de Hacienda y que había apoyado a Sharón durante toda su trayectoria, dimite una semana antes del inicio del plan de desconexión e intenta desafiar sin fortuna el liderazgo del Primer Ministro. Y por ello, y a pesar de contar con el apoyo que le otorga el sector centrista dentro del Likud, Sharón decide dejar el partido que él mismo fundó hace 30 años y crea un nuevo partido.
Y entonces le da un derrame cerebral y entra en coma y así sigue hasta el día de hoy. Si su rival, Beniamin Netanyahu, ex ministro de Hacienda, no se hubiera apresurado en meterse en inútiles travesuras políticas, podría haber sido Primer Ministro a la cabeza de un partido fuerte, y en cambio se ha convertido en el líder del partido que antes estaba en el gobierno y que ha pasado en estas elecciones de tener 40 escaños a 12.
Y de esta forma se ha condenado a sí mismo a un exilio prolongado en el desierto de la política.
Pero esto es solamente el principio de la vorágine posmodernista. El partido laico Shinui, que se marcó como objetivo luchar contra los privilegios de los religiosos y obtuvo un gran éxito en las elecciones del 2003, se escindió en dos partidos antes de estas elecciones y ambos han desaparecido tras los resultados.
En cambio, su rival religioso aumenta su poder en el Parlamento.
Shimon Peres, líder del Partido Laborista durante los últimos treinta años y cuyo partido siempre perdía las elecciones cuando él se presentaba como candidato, político veterano, astuto y que podría entrar en el libro Guiness de los récords por ser el político que más se ha pegado al poder, abandona el Partido Laborista después de perder las elecciones primarias y se pasa al partido Kadima, el partido de Sharón y Olmert, que habían sido sus más furibundos adversarios en los últimos treinta años.
El viejo Partido Laborista, con profundas raíces históricas, ha cambiado en estas elecciones de tipo de votante bajo la batuta de un popular sindicalista, Amir Peretz. El partido ha obtenido el mismo número de escaños que en las anteriores elecciones, pero, como un animal que muda de piel, ha cambiado de votantes. En esta ocasión lo han votado sectores proletarios que nunca lo habían votado anteriormente, mientras que la burguesía liberal ha cambiado esta vez a los laboristas por el candidato del partido Kadima.
Y por supuesto el súmmum en todo esto es la sorprendente aparición en escena del Partido de los Jubilados, que ha servido y seguirá sirviendo de motivo de chiste en los programas de sátira y humor de Israel. De repente, cuando se anunciaron los resultados de las elecciones, salieron de repente, como en una especie de vodevil, los siete candidatos elegidos, completamente desconocidos, siete ancianos de entre 60 y 80 años, presidentes de asociaciones de pensionistas en todo tipo de instituciones del país.
Algunos de ellos viven en residencias de ancianos y han obtenido el apoyo de muchos jóvenes de Tel Aviv y alrededores que buscaban, así, realizar un voto de protesta contra toda la política, ya fuera en plan cómico o por un deseo auténtico de ayudar a los padres o a los abuelos que tratan de sobrevivir tras el recorte de las pensiones que llevó a cabo el antiguo ministro de Hacienda, Netanyahu.

Lecciones

¿Qué nos enseña este posmodernismo?
En una visión posmodernista se pueden decir cosas contradictorias al mismo tiempo. Por un lado, dar la espalda a los grandes problemas políticos, sobre todo el conflicto con los palestinos, y centrarse en la penuria económica de grandes grupos sociales que exigen que mejore su situación, cada vez peor en los últimos años frente al gran crecimiento del mercado y el enriquecimiento de otras clases sociales. Dar la espalda también a la tensión entre lo religioso y lo laico, que siembre ha estado presente en la esencia de la identidad judía y por ende también israelí, creyendo que el golpe que han sufrido los colonos y su ideología a causa de la desconexión de Gaza y la desmantelación de los asentamientos ha reducido el filo de la lanza guerrera de los religiosos y, por tanto, ya no hay por qué temerlos ni organizar un frente político contra ellos.
En definitiva, nos encontramos ante un posmodernismo que lleva a votar irresponsablemente de partido en partido, elegir al Partido de los Jubilados sin saber cuál va a ser su postura en el Parlamento con respecto a asuntos de gran importancia, legitimar a un partido como Israel es Nuestra Casa, con sus propuestas completamente delirantes, tales como el traspaso a la Autoridad Nacional Palestina de ciudades y pueblos con población árabe que se hallan dentro del Estado de Israel a cambio de anexionarse parte de los territorios palestinos, una propuesta absurda que nunca se había planteado entre la opinión pública y que se corresponde más bien con un pensamiento anticuado de corte soviético (de hecho, la mayoría de los votantes de este partido son emigrantes de la antigua Unión Soviética).
Todos estos son signos que reflejan cierta huida de la realidad y cansancio y desesperación por la vida política y por la posibilidad de paz con los palestinos después de la victoria de Hamas en las elecciones, y con ello se otorga legitimidad al oportunismo irresponsable pasando de partido en partido.

Un Primer Ministro ‘civil’

No sé cómo va a actuar Ehud Olmert. En comparación con los primeros ministros que hemos tenido en los últimos veinte años, éste va a ser el primer ministro más civil de todos. No cuenta en su historial con ningún episodio militar conocido u oculto, ni en los servicios de seguridad ni en el Mossad. Además, como político experimentado, irradia una tranquilidad de civil que garantiza una vida normal y corriente. Es cierto que su nuevo partido, Kadima, que se ha presentado a la opinión pública como si fuera un bonito juguete, no ha obtenido el número de escaños que se le vaticinaba, por lo que tendrá que trabajar duro dentro de una coalición apretada para lograr el principal objetivo que se ha propuesto: la retirada unilateral de la mayoría de los territorios ocupados, el desmantelamiento de numerosos asentamientos con el fin de establecer unas fronteras fijas y razonables. Se trata de un objetivo adecuado, ya que reducirá el grado de ocupación, pero será muy difícil de conseguir si se ignora por completo al nuevo Gobierno palestino.
Por consiguiente, los israelíes, que en estas elecciones han intentado mirar hacia dentro y no hacia sus vecinos palestinos, van a ver muy pronto que los grandes asuntos llaman a su puerta, y el atentado en Samaria de hace unos días, cuando un palestino disfrazado de judío ultraortodoxo hizo autostop, se subió al coche de unos colonos y se hizo estallar, no es más que la primera señal de ello.