Nuevos límites en la convivencia

Más allá del muro

El muro que construye Israel para separar a palestinos e israelíes, lejos de garantizar la seguridad para la población judía, introducirá un elemento de conflictividad mayor en la relación y hará más penosa la vida de los palestinos, con lo que también aumentará la frustración y el resentimiento.

Por Bárbara Bakewell

Actualmente, obtener mercaderías indispensables producidas en Nablus o en Ramallah es una odisea: cada tanto una camioneta llega hasta el límite de su rango de movimiento, es decir, un puesto de control. Allí, la mercadería tiene que ser descargada y trasladada a mano del otro lado del puesto, donde otra camioneta espera. Este procedimiento se repite hasta cuatro o cinco veces hasta que la mercadería finalmente alcanza sus mercados. Hay recorridos de apenas 2 kilómetros que demandan una hora de marcha. Y ahora se pretende sumar mayores impedimentos.
Munira tiene 38 años y vive con su esposo y los seis hijos del matrimonio en una modesta casa en el límite de la aldea de Mas’ha, en Cisjordania. Mas’ha tiene aproximadamente 2.000 habitantes, muchos de los cuales huyeron de Kufr Qasem en la guerra de 1948. Mas’ha fue inicialmente un lugar en donde los aldeanos pastaban sus ovejas y tenían algunos cultivos. La mayor parte de las tierras perteneció a la gente de Kafr Qasem.
La casa de Munira fue construida hace aproximadamente 30 años y ella se mudó con su marido tan pronto se casaron. Viven a un paso del asentamiento ilegal de colonos judíos de El Kana, construido hace aproximadamente 20 años. A pesar del hecho de que las tierras empleadas para El Kana son palestinas, Munira tenía buenas relaciones con sus vecinos. Se visitaban mutuamente y celebraban juntos los nacimientos de sus niños. Esa amistad se quebró desde el comienzo de la segunda Intifada. Desde entonces, la vida de Munira y de su familia es cada vez más difícil.
Una franja de terreno al este de su casa ha sido confiscada por el ejército israelí para la construcción del muro. Todo lo que queda de su parcela original de tierra es 2.000 metros cuadrados, en donde está su casa y un pequeño fondo con varias cabras y pollos.

Preguntas

La casa quedará del lado oriental del muro, en tierras palestinas, pero más allá del alcance de los palestinos. Se transformará en un área fantasma. El estatus de esa zona es incierto. ¿Cómo podrán ellos comunicarse con otros palestinos cuando el acceso a su propio pueblo esté bloqueado por un inmenso muro o quizás un cerco electrificado y con alambres de púas? Le dicen que habrá una puerta en el muro para facilitarle el acceso al pueblo, y que le permitirán pasar tres veces por día, a la mañana, al mediodía y al atardecer. Esto impide toda posibilidad de una vida social normal y les provoca angustia, especialmente al pensar qué sucederá en emergencias médicas. ¿Y si se trata de un viernes por la tarde, en que comienza el Shabat judío? ¿Habrá alguien para abrir la puerta? ¿Y si los amigos vienen a visitarlos y entonces la puerta no se abre para permitirles regresar? ¿Cuánto tiempo estarán ellos obligados a quedarse? ¿Y si el guardia de seguridad, por capricho, decide no abrir la puerta como prometieron? ¿Y si necesitan buscar comida? Estas son sólo algunas de las preocupaciones que cualquiera en una situación similar tendría que enfrentar.
¿Por qué -podría uno preguntarse- no puede ella entrar en Israel y hacer las compras, ir a ver a un médico o llevar a sus niños a la escuela? La respuesta es bastante simple. Ella no puede entrar a Israel libremente. Como cualquier otro palestino, si tuviera un automóvil, no podría manejar en caminos israelíes. La chapa patente de su automóvil, verde y blanca, se destaca a simple vista de la amarilla que usan los israelíes, por lo que si ellos fueran detenidos por la policía, el automóvil sería confiscado. Ella tiene miedo de ser arrestada si va por los caminos que usan los colonos judíos. Por esa razón, ella nunca se animaría a ir a un asentamiento. Los asentamientos han sido desde el comienzo exclusivamente para judíos, un mundo donde los judíos pueden sentirse razonablemente seguros. Es trágico que esta idea de exclusividad cree una sociedad segregada y un sentido falso de seguridad.

La resistencia

La familia tiene otra opción: dejar la casa y mudarse a alguna parte del otro lado del muro, el muro que todos sospechamos que será el nuevo límite. Sin embargo, la familia ha decidido quedarse y vivir con todas las dificultades y ansiedades que semejante existencia traerá consigo. “Ésta es nuestra forma de resistencia” dice Munira.
Quizás ellos pueden sobrevivir trabajando los 400 dunums cerca de los asentamientos ilegales de Oranit que todavía pertenecen a su familia. Está a sólo 2 kilómetros de distancia, pero recorrerlos les toma una hora. La dificultad es que el ejército les prohíbe que sigan el camino vecino al asentamiento de El Kana porque también está cerca de la Línea Verde. Por lo que tienen que usar caminos llenos de baches, que se vuelven lodazales en el invierno. A lomo de burro transportan sus productos a Kafr Qasem, donde algunos vehículos cargan las mercaderías producidas en las aldeas y ciudades palestinas. Conseguir mercaderías de Nablus y de Ramallah es muy caro debido a las barricadas y puestos de control.
Cada tanto una camioneta llega hasta el límite de su límite de movimiento, allí, la mercadería tiene que ser descargada y trasladada a mano del otro lado del puesto, donde otra camioneta espera. Este procedimiento se repite hasta cuatro o cinco veces hasta que la mercadería finalmente alcance sus mercados.
Con un poco de suerte, la familia conseguirá lo necesario para sobrevivir. Su manera de resistir es quedarse en el lugar y arreglárselas lo mejor que pueda. Su casa está despojada de todo y está claro que la vida será aún más dura.