Después de los primeros años en los que el dolor es agudo y terrible, vienen años en los que la herida comienza a cubrirse con capas de realidad y cotidianidad. Hay cosas que deben hacerse. Hay trabajo y relaciones con familiares y amigos. Están todos los deberes de la vida y también sus alegrías. Hay Corona y hay política y, en contraste, hay bebés recién nacidos en la familia en duelo. Incluso hay distracciones del dolor. Por momentos como si se olvidara que sucedió.
Poco a poco, de las interminables negociaciones con la vida, surge una forma de vivir con la pérdida.
La realidad parece esparcirse sobre nuestra herida, sobre nuestro abismo privado, algun manto fino y flexible, y nosotros, los dolientes, aprendemos a caminar sobre ese manto, tendidos sobre el abismo.
Y caminamos sobre él muy bien. Heroicamente, se podría decir.
Casi todas las familias en duelo que conozco viven con heroísmo.
Sí, vivimos nuestras vidas con todas nuestras fuerzas. Cumplimos con todos nuestros deberes, en la familia y el trabajo, en los estudios y en todos los ámbitos de nuestra vida. Muchos de nosotros ayudamos a personas que necesitan ayuda, somos activos, involucrados y creativos.
Pero la verdad es…
Que no hay manto sobre el abismo.
Fingimos que lo hay, pero no lo hay.
Todas las acciones buenas e importantes que hacemos para permanecer por encima del abismo no pueden cancelar el abismo y la intensidad de su radiación hacia nosotros.
Digo «abismo» porque no tengo otra palabra para describirlo. El vacío absoluto, este aspirador muerto. Es imposible de describir y es imposible de entender.
Porque donde hay muerte no hay lógica. La muerte, y especialmente la muerte de un joven, contradice la lógica que conocemos. Realmente no puedo entender que Uri, mi hijo, se haya ido. Simplemente es incomprensible. A mis ojos, a los ojos del padre que era, a los ojos de todo lo que pienso sobre la paternidad y la maternidad, no tiene lógica.
Más literalmente, es impensable.
Y aunque sé del hecho, el hecho de su muerte, no la conozco realmente. No como sí conozco los otros hechos de mi mundo. Al final es un hecho impenetrable. Conozco su significado por una fracción de segundo, luego se rompe nuevamente en fragmentos de malentendidos.
A veces pienso: si nos atrevemos a comprender realmente lo que le sucedió a nuestro ser querido, si tocamos aunque sea por un momento, con toda nuestra alma, el núcleo de este hecho; Si nos permitimos mirar en él de una manera que no tenga protección, el abismo nos tragará en un abrir y cerrar de ojos.
Nosotros también nos transformaríamos en un sin.
Ésta es quizás la gran tarea, nuestra misión de vida, de quienes han experimentado tal pérdida: aprender a caminar sobre el manto que evita que caigamos al abismo.
Y saber que no hay manto que nos proteja.
Y sin embargo, andar sobre él
Y caer una y otra vez
Y aún así caminar
Y también al caer
Y dentro del abismo mismo
caminar.