Al momento de concluir esta edición, no existe ningún dirigente político en Israel con un camino claro hacia el cargo de Primer Ministro de Israel. Netanyahu necesita reconciliar partidos políticos enfrentados (particularmente las dos listas no comprometidas todavía, Yamina de Naftali Bennet y Raam de Mansur Abbas) o conseguir solo a Bennet y propiciar la “borocotización” de al menos dos parlamentarios de listas opositoras. Su principal opositor, Yair Lapid, tiene un camino seguramente más complicado: necesita unificar un conjunto de partidos sólo unidos por su oposición a Netanyahu, desde Meretz y la izquierda de la Lista Conjunta hasta Liberman y su versión particular de nacionalismo secularista de derecha.
De acuerdo a la legislación vigente en Israel para la conformación de un gobierno, el proceso de negociación entre partidos podría extenderse hasta julio, si no concluye antes de su fecha natural de vencimiento por una decisión de la mayoría del Parlamento. De acá a julio, sería lógico esperar un momento de parálisis política y sin la formulación de políticas contundentes, dado que Netanyahu no cuenta con un mandato real para tomar decisiones. Cuando la única certidumbre es la incertidumbre, es solo viable pensar en escenarios posibles en lo que refiere al impacto de un nuevo gobierno en Israel en la región y su relación con Estados Unidos.
Si gana Bibi…

En el escenario en el que Netanyahu gana, nos estarían faltando jugadores, pero estaríamos ante el gobierno más decididamente de derecha de la historia de Israel. La presión sobre Netanyahu de sus socios hacia su derecha sería significativa y probablemente llevaría a la legalización de los asentamientos que son ilegales de acuerdo a la misma ley israelí. El proyecto de anexión de territorios en Cisjordania tendría un nuevo momento de fama, luego de ser cajoneado el año pasado por la aparición de los Acuerdos de Abraham con países árabes de la región.
Si el elemento mesiánico y nacionalista de la coalición impera sobre la toma de decisiones y se vuelve en el precio que Netanyahu debe pagar para mantenerse en el poder, el proceso de normalización de relaciones entre Israel y sus vecinos probablemente se vea perjudicado, encontrando obstáculos reales ante Arabia Saudita (al menos, mientras viva el rey Salmán) y llevando al deterioro de las relaciones existentes con Jordania y Turquía. La presencia de Joe Biden en la Casa Blanca puede funcionar como un salvavidas para las demandas más extravagantes de sus socios: siendo el único con experiencia en política exterior, siempre puede argumentar estar en espíritu con los proyectos anexionistas, pero que no están dadas las condiciones para arriesgar la relación especial con Estados Unidos con una reconfiguración territorial que de todas formas no tiene carácter urgente.
Paradójicamente, este recurso había sido eliminado en el mandato anterior: nadie habría creído que Trump le estaba diciendo que no a Bibi. Aunque en ese punto puede adoptar un enfoque más pragmático, la trayectoria del premier israelí nos muestra que hay temas de política exterior donde no va a tomar una postura conciliadora con Estados Unidos y adoptará, en cambio, un rol que le queda muy cómodo: el de oponerse a los esfuerzos que hace la administración Biden por resucitar un acuerdo con Irán para detener cualquier camino hacia una bomba nuclear a cambio de flexibilizar las sanciones. Anthony Blinken, el nuevo secretario de Estado en Washington, ya advirtió que la postura de Israel ante este tema será tenida en cuenta, pero no necesariamente acatada. La posición beligerante de Netanyahu ante cualquier acuerdo que perciba peligroso para Israel, ayudada necesariamente por el Partido Republicano y algunos dirigentes demócratas pro-israelíes y anti-iraníes, sería muy popular entre los votantes israelíes de derecha y también entre muchos otros más centristas que ubican a Irán en la cima de la agenda de prioridades israelíes.
Si gana Lapid…

Si bien hoy parece improbable, no debe descartarse del todo un cambio de gobierno en Israel, siendo Yair Lapid el candidato con mayores chances de acceder a Balfour. No sólo es incierta la conformación de este gobierno, sino también lo es la forma en la que gobernaría. En lo que respecta a política interior, es probable que haga algún esfuerzo por cambiar la relación entre el público ultraortodoxo y el conjunto de la sociedad israelí (luego de un año muy turbulento en este tema ante la crisis del COVID, y varios años de tensiones a las que Lapid siempre apuntó) y la situación de los árabes israelíes (considerando que un gobierno de Lapid debería o integrar o al menos estar apoyado desde afuera por dirigentes árabes, que seguramente pidan compromisos políticos concretos).
Lapid buscaría restaurar el vínculo entre Israel y los demócratas estadounidenses, golpeado por años de casi militancia republicana de parte de Netanyahu, y tendría una mejor posición para hacerlo que Bibi, dado que no viene de años de acusaciones cruzadas y rencores acumulados en Washington. En ese sentido, la actitud israelí ante las negociaciones con Irán podría ser más conciliadora, sin abandonar la posición de escepticismo cuidadoso ante las intenciones iraníes. Cabe esperar una actitud similar ante las iniciativas diplomáticas que se tomen con respecto al conflicto en Siria. El Lapid opositor criticó el enfoque de Netanyahu de ignorar a los palestinos mientras avanzaba en la celebración de acuerdos de normalización con países vecinos: el Lapid primer ministro, en consecuencia, debería al menos acompañar los esfuerzos de la administración Biden de reanudar las negociaciones con la Autoridad Nacional Palestina, pero los frutos reales de estas negociaciones parecen lejanos.
Estos esfuerzos tendrán dos grandes obstáculos: la debilidad de Yair Lapid de prometer concesiones políticas y territoriales impopulares que hagan caer su hipotética y poco entusiasta coalición gubernamental, por un lado, y, por el otro, la aún incierta situación política de los palestinos, que deberían celebrar tres elecciones este año, cuyos resultados y transparencia aún no conocemos.
Estos son algunos de los escenarios que se abren si los israelíes consiguen salvarse a sí mismos de una quinta elección y terminar la parálisis política en los próximos meses. El desenlace de esta situación puede ser hoy incierto, pero sí sabemos algo: los ojos de la región y de las grandes potencias estarán siguiendo de cerca la conformación del nuevo gobierno israelí.
* Sociólogo (UBA) y magister en Estudios de Medio Oriente, sur de Asia y África (Universidad de Columbia)