Aparecido en ‘La Vanguardia’:

La última ocasión, tal vez

Los resultados de las recientes elecciones celebradas en Israel no se han adecuado en todos sus términos a las expectativas de los sondeos anteriores a los comicios, aún cuando cabe reconocer que tampoco han sido una sorpresa. El Likud se ha hecho trizas y la izquierda apenas ha perdido fuerza en tanto que Kadima se ha convertido en el primer partido de Israel, a expensas principalmente del Likud y del Shinui (Cambio), partido éste de talante progresista y antirreligioso que ha sido borrado del mapa político.

Por Yossi Beilin

Kadima, liderado por Ehud Olmert, formará el nuevo gobierno, para lo que se valdrá tanto de fuerzas políticas de la derecha como de la izquierda. La naturaleza de la próxima coalición gubernamental en Israel determinará si a lo largo de los próximos meses se producirá realmente un esfuerzo para alcanzar un acuerdo palestino-israelí tras los fracasos de los últimos años.
Si se forma una coalición que engloba el partido Kadima, la derecha y los partidos religiosos, Olmert podrá llevar adelante su gobierno. Si la coalición que promueve Kadima incluye el partido laborista, el Meretz y el partido de los jubilados, Olmert podrá aplicar la política que ha propugnado a lo largo de las últimas semanas. En breve conocerá el mundo en qué dirección se encamina Israel.
¿Qué política se halla en juego? La victoria de Hamas en las elecciones parlamentarias palestinas ha dado paso a un nuevo panorama en el que dos liderazgos palestinos han surgido en paralelo: un gobierno que no reconoce a Israel no está preparado para mantener negociaciones con Israel ni quiere la paz con Israel y un presidente dotado de numerosos poderes que promueve negociaciones inmediatas con Israel con vistas a alcanzar la paz.
Todos los partidos de la coalición por la paz (Kadima, Avodá, Meretz, el Partido de los Jubilados) están listos para entablar negociaciones con Mahmud Abbas, el Presidente palestino, de modo que el telón de fondo de las conversaciones sea el ‘Mapa de Rutas’, aceptado por los partidos en el 2003 pero que desde entonces no se ha aplicado.
Abbas promete que cualquier resultado acordado de las negociaciones será sometido a referéndum en el ámbito de la Autoridad Palestina (y, en calidad de presidente de la AP, tiene autoridad para convocar un referéndum).
Sólo en el caso de que las conversaciones no tengan éxito actuará Israel (en un periodo de tiempo de seis meses a un año) de manera unilateral, de forma similar a la retirada de la franja de Gaza puesta en práctica por Ariel Sharón el año pasado. Dado que una retirada afectaría a cientos de miles de colonos en Cisjordania, constituiría una medida mucho más compleja que sólo debería producirse si Israel llegara a la conclusión de que no existe oportunidad alguna -cualquiera que sea- de alcanzar un acuerdo congruente con los intereses nacionales de Israel. En tal circunstancia, Israel intentará llegar a un entendimiento de carácter internacional que reconozca la línea de retirada de Israel como frontera temporal a partir de la cual se desarrollen eventualmente negociaciones en el futuro, cuando sea posible.
Una retirada unilateral presenta varios inconvenientes: no solucionará el problema de Jerusalem ni solucionará el problema de los refugiados; podría reforzar a los extremistas palestinos, que prefieren que Israel adopte iniciativas de naturaleza unilateral de modo que no hayan de entablar un diálogo con Israel ni alcanzar acuerdos con él, y no garantiza a Israel ningún acuerdo ni compromiso en materia de seguridad como por ejemplo la desmilitarización del Estado palestino que se asentará en las áreas de las que se retire Israel. No obstante, sería el final -aunque parcial- de la ocupación, que resulta un objetivo vital de Israel tras casi 40 años en los que una guerra defensiva israelí se convirtió en una ocupación que ha alterado la faz moral del Estado, que ha conducido a la equivocada creación de asentamientos y que es susceptible de colocar a Israel en una situación por la que -en sólo pocos años- una minoría judía gobernará sobre una mayoría árabe.
Israel no puede permitirse adentrarse en una situación de estas características. La importante crisis que ha experimentado la derecha desde el proceso de Oslo proviene del hecho de que amplios sectores de ella, bajo el liderazgo de Ariel Sharón, han internalizado la convicción de que Israel no podrá ser un país al mismo tiempo judío y democrático, a menos que se apresure a desembarazarse del peso de la ocupación.
Tal vez sea verdad, a la postre, que si lo hubieran comprendido antes habría sido posible alcanzar un acuerdo.