“Cuando llegué a París, comienzo a realizar obras a partir de puertas y planchas de madera que recupero de las calles…objetos que habían sido tirados, condenados a la basura. Después comprendí que hacer aparecer aquello que estaba perdido estaba íntimamente ligado a mi propia historia: el 11 de noviembre de 1977 cuando tenía 17 años, durante la dictadura militar, yo estuve desaparecida, secuestrada de la vida y arrojada fuera del mundo” Julieta Hanono (2005)
Un portal interactivo de la red con documentos desclasificados de los años 1975-1984 presenta el nombre de Carlos Alberto Abadi Shammah, encabezando la lista de ciudadanos desaparecidos durante la última dictadura militar argentina. Pero Abadi Shammah, apodado “el turco”, no es el único en esa lista. También figuran otros jóvenes judíos de origen sirio que compartieron los mismos valores y prácticas que otros argentinos de distintas descendencias y credos religiosos. En este marco, intentamos reconstruir algunas de esas historias de vida, de quienes fueron detenidos y puestos a disposición del Poder Ejecutivo, de aquellos que debieron exiliarse o que se encuentran actualmente desaparecidos como consecuencia de la violencia ejercida por grupos parapoliciales en épocas del gobierno de Isabel Perón y del Terrorismo de Estado durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
Es esta una historia poco conocida, el derrotero seguido por estos jóvenes y sus familias contradice las arraigadas presunciones sobre la supuesta homogeneidad de los judíos de origen sirio y de su colectiva adhesión a pautas religiosas ortodoxas. Sin embargo, sus trayectorias permiten complejizar la dinámica interna de las comunidades sirias -damascena y alepina- en los años 60`y 70`. Es decir, en una época donde se combinaba el creciente proceso de ortodoxización religiosa junto con la desvinculación de aquellos que cuestionaban la legitimidad de las estrictas pautas que se estaban imponiendo. Pautas que en definitiva, demostraron ser expulsivas, dando lugar a distintos modos de alejamiento de los centros comunitarios.
¿Pero cuáles fueron patrones comunes de aquellos jóvenes que simpatizaron o se involucraron con las diferentes fuerzas de la izquierda de esa época? Entre estos patrones se puede destacar: su acceso a la educación secundaria y universitaria, su vinculación con las corrientes judías no ortodoxas y su afiliación con alguno de los movimientos juveniles sionistas de izquierda.
¿Qué papel cumplió la educación?
Contrariamente a sus mayores, la educación amplió el horizonte de estas generaciones, los expuso a los valores y a las redes sociales de los movimientos contestatarios que predominaban durante esos años. Tan es así, que entre los jóvenes desaparecidos se puede destacar que algunos eran estudiantes secundarios o universitarios y otros profesionales. Estudiantes como Néstor Salvador Moaded, David Eduardo Chab Tarrab, Mónica Masri, Alberto Said, Marcos Chueque, Carlos Alberto Abadi Shammah o profesionales como César Alberto Antebi y Jaime Eduardo Said.
De hecho, son las mismas autoridades comunitarias y ortodoxas, que en los años 60`y 70`, parecen haber percibido a la educación como uno de los factores que minaron la religiosidad de los hijos de sus “correligionarios”, padres que según la perspectiva de la dirigencia, habrían sobrevalorado la enseñanza científica por sobre la religiosa.
El paso por Bet EL y las agrupaciones sionistas de izquierda
Las actividades organizadas por el Templo Bet El del judaísmo conservador y el Rabino Marshal Meyer, captaron el interés de numerosos jóvenes. Pero su permanencia en estos círculos fue bastante efímera. Pronto comenzaron a considerar que esas actividades no se adecuaban a su ingente interés de “transformar la sociedad por una más justa”. En cuanto a su participación en los movimientos juveniles sionistas, se puede destacar su involucramiento en agrupaciones tales como Tejezakna, Baderej, Hejalutz Lamerjav y Hashomer Hatzair. No es casual entonces, que algunos de los jóvenes que se formaron en esas corrientes, estudiando los modelos de liberación nacional para llegar al socialismo, comenzaran a comprometerse con su entorno y asociarse a algunas de las variantes de la izquierda local. Ejemplo de ello es el caso de Susana Romano Sued, en su adolescencia cercana a grupos sionistas y luego a la izquierda, y que en 1976 fue secuestrada, detenida y torturada en La Perla y La Rivera. O el de Néstor Salvador Moaded, quien estuvo cerca de Baderej y Hashomer Hatzair, y luego en la Juventud Guevarista. Hoy se encuentra desparecido.

Filiaciones políticas diversas e identidad judía
Sus preferencias ideológicas o inserción política fueron diversas y oscilaron entre diferentes propuestas. En realidad, parecían más comprometidos con su deseo de cambiar el mundo, que con una tendencia en particular en forma permanente. En este sentido, no se diferenciaron del resto de los jóvenes de su generación, dispuestos a cambiar de posicionamientos, si otras corrientes parecían más adecuadas. Es por eso que sus simpatías variaron: entre aquellos que se identificaron con la izquierda trotskista o maoista no guerrillera o la juventud peronista y otros que se integraron a organizaciones armadas como el ERP o Montoneros.

No hay duda que los proyectos por los que habían apostado se constituyeron en los componentes identitarios centrales de estos jóvenes. De todos modos, más allá de la forma de entender su identidad judía, es el mismo entorno que en algunos casos les recordaría sus orígenes judíos. Por ejemplo, antes de la dictadura, la Triple A se lo recuerda a Ricardo Halac cuando lo amenaza de muerte acusándolo de “judío y comunista” y también a algunos activistas que prefirieron no dar a conocerse como judíos en las Unidades Básicas o barrios populares que militaban. Por otra parte, es conocida la experiencia transitada por aquellos que fueron detenidos y reconocidos como judíos por sus torturadores en los campos de detención instalados por la dictadura.
Bajo el impacto de la dictadura militar
El impacto del regimen militar no fue homogéneo ni tampoco las actitudes de los judíos de origen sirio frente a la dictadura.
Algunos de los activistas fueron detenidos en forma legal y puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, otros migraron al interior o se exiliaron en Uruguay, Brasil, España, Francia, Israel, México y EE.UU o se quedaron en el país, cambiando sus hábitos y abandonando la militancia, y otros fueron detenidos-desaparecidos.
Las actitudes y prácticas de quienes seguían cercanos a las organizaciones comunitarias no fueron muy diferentes a las asumidas por la mayoría de la población argentina. De hecho, coexistieron en los mismos espacios quienes convocaron al silencio e incluso a apartar de las instituciones a aquellos que por sus vínculos con las víctimas de la represión pudieran ponerlos en peligro con otros que dieron ayuda y convocaron a la solidaridad con los perseguidos como también con aquellos que parecían vivir en una burbuja y estar ausentes de lo que sucedía en el entorno.
De todos modos, más allá de las actitudes individuales, en los espacios comunitarios primaba la idea de que la represión gubernamental se dirigía sólo a quienes estaban comprometidos en actividades opositoras. Para la mayoría, aquellos que se habían sumado a los movimientos contestatarios carecían de identidad judía. Tan es así, que los principales rabinos de origen sirio, a diferencia de otros sefaradíes, como Marcos Edery o Saadia Benzaquen, no figuran entre aquellos que se ofrecieron a brindar apoyo espiritual a los judíos detenidos en forma legal en las cárceles argentinas.

Entre las listas de detenidos-desaparecidos, seguramente incompletas o imprecisas, se podría reconocer, al menos por sus apellidos, a más de veinticinco detenidos-desaparecidos de origen sirio. En este marco, queda claro que este sector, que sumaba alrededor del 10% de la población judía local o unos veinte mil miembros, se vio menos afectado numéricamente y proporcionalmente que los judíos de origen ashkenazí. Sin embargo, si comparáramos las repercusiones de la violencia estatal entre los judíos de origen sirio y los armenios, otro grupo étnico minoritario que también se incorporó a los sectores medios, al comercio y a actividades industriales, se puede observar que el número de víctimas fatales fue proporcionalmente mayor en los sirios y judíos que en los armenios. Entre los desparecidos de origen armenio figuran veintidós de una población que en ese momento sumaba alrededor de cincuenta mil miembros.
Las historias de vida fuerte que hemos analizado pueden considerarse como paradigmáticas, aunque no abarcan el amplio espectro de procesos que condujeron al alejamiento de las creencias y prácticas ortodoxas que predominaban en las entidades centrales de origen sirio. De hecho, estas trayectorias solo han puesto de manifiesto uno de los fenómenos que dan a conocer la porosidad de las fronteras comunitarias en el marco de comunidades con criterios de inclusión y exclusión bastante estrictos y en una época donde era difícil encontrar algún espacio juvenil que no se haya visto influenciado por el espíritu de protesta que se expandió en la denominada “primavera de los setenta”.
* Dra. en Ciencia Política. Prof. Titular-Investigadora en la Maestría-Doctorado en Diversidad Cultural de la UNTREF