La Guerra de Malvinas:

Causa justa y aventura militar

El 2 de abril de 1982, como un signo de la agudización de las contradicciones internas en la sociedad argentina, en el propio régimen dictatorial y en la posición internacional del país, y pocos días después que manifestaciones de protesta obrera y popular hubieran sido reprimidas en los aledaños de la Plaza de Mayo, se producía la recuperación por las Fuerzas Armadas argentinas de las Islas Malvinas. Las mismas constituían desde 1833 -cuando fueron capturadas por los ingleses en un acto de piratería típico de la época- un enclave colonial británico en territorio nacional. Su recuperación y la posterior declaración de guerra británica con el envío de una flota al Atlántico Sur, cambió profundamente el escenario político interno e internacional y colocó en primer plano la especificidad del 'conflicto Norte-Sur' en las relaciones internacionales y en la política exterior argentina.

Por Mario Rapoport

Sin duda, la cúpula dictatorial, encabezada por Galtieri, buscó ganar consenso popular para el régimen y para su propia hegemonía dentro del mismo apelando a una causa de reivindicación nacional frente al imperialismo británico, cara a las mayorías populares. Pero con ser éste un determinante de peso, sobre todo para comprender el proceso político interno durante el conflicto, no agota la explicación de su génesis ni mucho menos la del desarrollo de la guerra. Tampoco, su razón puede limitarse a la ideología del ‘nacionalismo territorial’ presente en las doctrinas militares.
La explicación más probable es que la corriente que dirigía la dictadura e impulsó la recuperación de las Malvinas, haya tenido esa iniciativa para detener la crisis en la que el país se hallaba sumido y resolver las contradicciones que surgían de su posición internacional, obligando a Londres a una salida negociada y reposicionando al Estado argentino en la disputada área del Atlántico Sur.
La solidaridad argentina con la estrategia global norteamericana fomentó un serio equívoco: la cúpula militar creía ingenuamente que su colaboración con los Estados Unidos sería correspondida con una devolución de lealtades durante la posible acción militar. El propio gobierno republicano contribuyó a desarrollar esa percepción de la realidad al brindar a Galtieri una pretendida amistad preferencial.
Sin embargo, la “alineación” que planteaba la Argentina no significaba, para la nueva cúpula en el poder, renunciar a una cierta idea del interés nacional, simbolizado en la recuperación de las Islas, tanto por razones ideológicas como por el deterioro de la situación interna. Como había ocurrido en el pasado, la postura pro occidental, e incluso pro norteamericana, de ciertos sectores dirigentes no parecían incompatibles con una posición nacionalista en determinadas cuestiones. Así, tras la ocupación, la diplomacia militar realizó, obligada por las circunstancias, un cambio sustancial de su política internacional.
Ante las sanciones económicas y militares de los Estados Unidos y el apoyo norteamericano a Gran Bretaña, el gobierno dictatorial, que había exaltado su carácter de “bastión de Occidente”, se declaró dispuesto a recibir ayuda de la propia Unión Soviética, el “enemigo” ideológico.
Además, pese a su proclamada postura pro occidental, la Argentina se había mantenido dentro del Movimiento de Países No Alineados. La intención original de Galtieri era disminuir progresivamente el bajo perfil argentino en el mismo hasta desligarse. Sin embargo, durante la “operación Malvinas”, los apoyos encontrados dentro de los países no alineados llevaron al gobierno a revalorizar su presencia en el Movimiento. El canciller Costa Méndez, comparó en la Habana la lucha de la Argentina por Malvinas con las libradas por Argelia, India, Cuba y Vietnam para lograr su independencia. De todos modos, esta improvisada vocación tercermundista no logró la mínima credibilidad internacional.
En el país, mientras tanto, la situación interna era compleja. Por una parte, la recuperación de las Islas para la soberanía argentina y, más aún, la agresión inglesa, con el envío de su flota al Atlántico Sur, implicó una gran conmoción social y política. La emergencia de profundos sentimientos de reivindicación de los intereses nacionales, contradictorios en su esencia con la naturaleza del régimen dictatorial, desbordó los intentos de manipulación y generó iniciativas de solidaridad popular hacia los soldados y tropas que marchaban al combate.
Por otra parte, el desarrollo de la guerra produjo una profunda crisis en el seno de la dictadura y en el Estado. La guerra, lejos de amalgamarlas, agudizó las pugnas entre las diversas corrientes militares y civiles por la hegemonía dentro del régimen. Importantes jerarquías militares, de la burocracia estatal y del establishment actuaron durante el conflicto apostando al desgaste de la cúpula que lideraba el conflicto y se prepararon para un recambio interno. Además, entrenadas, sobre todo, para la represión interna, las FFAA argentinas, en la primera guerra en que estaban involucradas durante el siglo XX, debían enfrentarse con una de las principales potencias de Occidente.
En las filas de los que buscaron llevar adelante el esfuerzo bélico aquellos que confiaban en el apoyo, o la mediación norteamericana, vieron jugarse todo el respaldo de Washington a favor de su aliado inglés, que contó también con el de las otras potencias de la Comunidad Europea, con la solitaria excepción de España. Asimismo, la creencia en el sostén soviético frente a Inglaterra, basada en las estrechas relaciones consolidadas bajo la dictadura, se vio decepcionada. La Unión Soviética, pese su apoyo verbal, no vetó en las Naciones Unidas la resolución condenatoria de la ocupación argentina de las Islas e incluso suspendió sus compras de granos en el transcurso del conflicto.
Por el contrario, fueron los países latinoamericanos -desde Brasil y Perú a Cuba- así como el amplio campo de naciones del Tercer Mundo, quienes respaldaron la posición argentina y desde donde emergieron las manifestaciones más amplias de solidaridad popular. Tales contradicciones generarían, luego de la derrota, profundas fisuras en las filas militares. Esta crisis en las fuerzas armadas se conjugó con la incapacidad del Estado dictatorial para llevar adelante con eficacia el esfuerzo bélico. La Junta Militar no tomó ninguna medida que apuntara a crear mejores condiciones para el aislamiento y desgaste de la posición inglesa (sanciones económicas, etc.). En última instancia, a medida que se desarrollaba el conflicto se volvía más aguda la contradicción entre el régimen dictatorial y las exigencias de política interna y exterior que el enfrentamiento con Gran Bretaña imponía, lo que condicionó fuertemente la derrota y rendición argentina en junio de 1982.
El régimen dictatorial se terminaría un año más tarde como consecuencia, en gran medida, de esta aventura militar que revelaba la ineptitud profesional de los que implementaron en forma sistemática el “terrorismo de Estado” en la Argentina y sacrificaron la vida de muchos argentinos que cayeron combatiendo por la patria.