Entrevista a Danny Adeno Abebe, periodista y escritor israelí de origen etíope.

De Etiopía a Israel: “Mi generación tuvo que acortar cien años de soledad”

Danny Adeno Abebe caminó 800 kilómetros para llegar desde su aldea hasta un campo de refugiados en Sudán, donde estuvo un año antes de partir para Israel. En esta entrevista realizada en el marco del cierre del Día Limud, este periodista y escritor israelí nacido en Etiopía y llegado a Israel a los 9 años, nos adentramos en su relato desde aquellos primeros pasos de la travesía por el desierto desde Etiopía hasta su vida en estos tiempos de coronavirus en Israel. “Soy lo suficientemente consciente como para que nadie me ‘interprete’ -señala-. Pertenezco a la comunidad etíope, soy israelí, insulto y escribo en hebreo, como shawarma dos veces por semana, me gusta el falafel, me gustan las canciones de Eretz Israel, discuto con la derecha y la izquierda de la misma manera. Soy parte de esta tribu, de la tribu que se denomina ‘el nuevo Israel’”.
Por Enrique Grinberg

-Contanos quién es Danny Adeno Abebe.
-Ante todo estoy muy feliz de conversar contigo y muy contento por esta oportunidad de poder hablar acerca de mí y sobre la “israelidad”, sobre la experiencia de ser israelí. ¡Walla! Quién soy yo… Soy Danny Adeno Abebe. Nací en Etiopía, llegué a Israel cuando tenía 9 años, hace muchos años… Soy padre de cuatro hijos. Soy periodista y escritor. Hace poco tiempo volví a Sudáfrica donde me desempeñe como sheliaj, Emisario del Movimiento Juvenil Habonim Dror. Vivo en Jerusalén. Eso es más o menos quién soy.

-Perfecto. Esa es tu cédula de identidad primaria, vamos a seguir conociéndote durante la entrevista… Quizás haya personas que no escucharon hablar dela comunidad judía etíope. Si podés, contarnos en pocas palabras sobre su historia.

Portada de El viaje no ha finalizado

-La historia de la comunidad judía etíope no es la típica historia del relato sionista. Nos remonta más a la salida de Egipto. No conozco ninguna comunidad judía desde entonces que haya hecho como lo hizo Moisés, que tomó al pueblo desde Egipto y lo llevó en dirección a la Tierra de Israel. A lo largo de estos miles de años, no hubo otra comunidad que abandonara las pocas pertenencias que tenía en su hogar y marchara por un sendero largo en dirección a un sueño. Con el corazón y la voluntad puestos en ser parte de ese pueblo. Yo nací en una aldea muy pequeña, lejos de toda civilización que ustedes puedan conocer. Hasta los 9 años no sabía leer ni escribir. No tengo fecha de nacimiento, no sé cuándo nací. En mi infancia fui pastor de ganado, algunas ovejas, cabras, caballos. Esas eran las únicas propiedades que tenía mi familia. Pero me parece que si hay algo que mi historia puede enseñar al mundo occidental es que la felicidad no es lo que nosotros entendemos por felicidad. Nosotros éramos personas sencillas, crecí en una casa humilde y que no tenía “todo”. Vivíamos en una pequeña choza de un solo ambiente hecha de paja. Esa era nuestra vida. La felicidad estaba en eso. Nací en una familia judía, desde que era bebé sabía que yo era judío bajo todo concepto. Una de las cosas graciosas desde que era chico es que toda la vida nuestros padres nos hablaron de una sola cosa. Nunca nos hablaron en casa sobre la Tierra de Israel, ese concepto no existía. Había otro concepto, no menos importante: Jerusalén. Nuestros padres nos decían que algún día llegaríamos a Jerusalén. Los miembros de la comunidad etíope, en Etiopía, éramos conocidos como “falashas”, que proviene de la palabra “polesh”, extranjero. Nosotros éramos extranjeros en la tierra en la que habíamos nacido. Los cristianos creían que éramos temporales y así nos trataban. Por eso, esa experiencia, en esa tierra… Finalmente en el año 1984 o en 1983, un poco antes, mi familia y yo, como tantos miles de nuestra comunidad, decidimos emprender un camino muy largo a pie. Unos 800 kilómetros desde la casa donde nací hasta los campos de refugiados en Sudán. Piensen por un instante… uno se levanta una mañana y decide caminar descalzo con la voluntad de llegar hacia algún lugar, buscando pertenencia.
-Contaste hace un momento que sos escritor. Escribiste un libro titulado, “El viaje no ha finalizado”. ¿Qué nos podés contar de tu recorrido? Nos empezaste a contar un poco, pero si podés explicarnos cómo fue ese viaje. Con quiénes lo realizaste y si hay miembros de tu familia que quedaron allí en Etiopía.
– El recorrido… no creo que hayamos tenido en claro en ese momento qué ese era “el viaje”. Creo que nos llevó mucho tiempo, a mí me llevó 30 años asimilar lentamente qué es lo que atravesamos en términos generales. Tuve una conversación con mi padre hace no mucho tiempo. Le pregunté si se arrepentía de la larga caminata de 800 kilómetros desde su casa para llegar finalmente a Israel y qué pensaba al respecto. El me dijo: “No sólo no me arrepiento, sino que lo volvería a hacer”. Ese es un elemento sionista en esta historia. A lo largo de todos estos años, desde el establecimiento del Estado de Israel, los gobiernos israelíes, los de izquierda o de centro-izquierda nunca reconocieron a los etíopes como judíos. Hasta que un judío polaco, Menajem Beguin, la antítesis de los gobiernos laboristas, llegó al gobierno en el año 1977. Durante su primer mandato propuso reconocer oficialmente sobre la base de una prerrogativa del rabino Ovadia Iosef de 1974 que nosotros éramos judíos por completo. El proceso de aliá, inmigración a Israel, o de rescate de los judíos etíopes, comenzó a inicios de los años ´80. Nosotros abandonamos la casa, toda la familia, toda la aldea. Vivíamos en una aldea donde todos eran judíos. Mis padres vendieron las pocas cosas que teníamos. Cuándo les preguntaban por qué vendían todo, la respuesta era que su situación económica era mala y de hecho todos en la aldea comenzaron a vender sus pocas pertenencias. Una noche mi padre nos levantó a la 1:30 de la madrugada. Cuando salimos, afuera estaba toda la aldea, con los caballos y los burros listos para emprender el viaje. A nosotros como chicos no nos prepararon para la aliá, como lo hace la Agencia Judía para Israel en Argentina o en cualquier otro lugar, sino que fuimos, como se dice, sorprendidos con una caminata a pie extensa y realmente difícil. Nos tomó un mes y algo aproximadamente hasta que llegamos a Sudán. En Sudán estuvimos cerca de un año en el campo de refugiados. Ese viaje representa una herida de la cual mi generación -y definitivamente la generación de mis padres- no hablamos. Mayormente nos esforzamos por hablar del aspecto sionista de esa caminata, de la época de los campos. No hablar específicamente del sufrimiento que hubo allí. La perspectiva de nuestros padres, especialmente de mis padres, es que a pesar de todo lo que ocurrió desde la salida de Etiopía, es resaltar que finalmente el resultado fue bueno. Al final de cuentas, a pesar de los sacrificios que hicimos, a pesar de lo que las personas tuvieron que soportar, pudimos realizar el sueño de finalizar miles de años en el Cuerno en África. Esa es una visión colmada de inocencia, yo amo la inocencia.

Foto 1

-¿Qué relación existe entre el título de tu libro “El viaje no ha finalizado” con la canción de Shlomo Gronij, “El camino a Eretz Israel”?, No sé si la conocés, espero que sí. ¿En esa canción se narran parte de las vivencias que tus padres decidieron no contar?
-Siguiendo con los vínculos con la cultura israelí, o la cultura en general, en los últimos años, hay un discurso creciente, que no tiene total consenso en la sociedad israelí, pero hay un discurso sobre la comunidad etíope en relación a este asunto. Tanto en series como “Nebsu”, o una película que salió el año pasado sobre la “Operación Hermanos”. Nos llevó casi 40 años. A lo largo de esos años fuimos considerados “simpáticos”, “adorables”. A los israelíes les encantan las personas adorables. Israel es un país que transita un proceso permanente de absorción. Cada año, cada grupo nuevo de olim, inmigrantes que llegan, “perjudica” al anterior. Los marroquíes perjudicaron a los yemenitas. Los yemenitas a los iraquíes, los iraquíes a los persas, ellos a otros… Y a nosotros, todos nos perjudican. Y eso es así, está bien, es un triunfo, la sociedad israelí no es una sociedad de inmigrantes clásica, nosotros no lo vemos, no es habitual. Conozco muchas sociedades de inmigrantes, en ellas la dificultad es que los inmigrantes no son incluidos en el discurso general. Como si toda la vida quedaran al margen. En la sociedad israelí eso no sucede. Todos despotrican contra todos. Todos les pegan a todos de manera similar. Cuando era más joven, había una serie llamada “Lul, gallinero” de Arik Einstein y Uri Zohar. Es exactamente la imagen que tenía en mi cabeza en este momento. Había un sketch en el que cada camada se quejaba de la anterior y así sucesivamente. Nosotros tenemos un agregado, hay que hablar con sinceridad: el color de la piel. Soy uno de esos que quizás lograron destacarse entre el resto de la comunidad al hablar de esto con orgullo. Eso desde la suposición de que mi color de piel no me resta, me agrada y así hay que tomarlo. Del diálogo sobre lo que pasó a lo largo de tantos años, surge algo maravilloso que ocurrió y excepcional: volvimos a nacer. El 48% de los etíopes, de los 54.000 que viven en Israel, nacieron acá. “Sabras, israelíes nativos” por completo, de pelo crespo. Su idioma materno es el hebreo. Esta tierra es el único lugar que conocen, no tienen otra tierra. No son diaspóricos. Yo los llamé alguna vez “desprovistos de percepción de diáspora”. El Estado de Israel está basado en el “diasporismo”.
El acento iraquí, el acento húngaro, el acento argentino. Cada grupo tiene algo que lo distingue. Al final de cuentas, así es la sociedad israelí. Los etíopes, aún los que nacieron aquí, se los reconoce como tales no por su acento, sino porque se los ve como etíopes. No sé si sabían que una pareja de ascendencia etíope que se casa en Israel tiene hijos de piel negra. ¡Es una locura, no sé si ustedes sabían eso! (risas). El resultado es que mis cuatro hijos son negros, israelíes, de cabello rizado; no tienen acento, pero en la calle israelí son niños reconocidos como etíopes. Esa es una suerte de tragedia en cierto sentido. Ese es el “discurso” sobre el que hacés referencia. En los últimos años surgió un discurso en el cual, más allá de considerarnos “simpáticos” y “adorables”, que también es lindo, resulta también que tenemos cultura, tenemos también vivencias, tenemos también achaques, nosotros también nos enamoramos, nos decepcionamos, damos a luz y criamos niños, tomamos hipotecas: en resumen, tenemos problemas israelíes. Entonces, más y más, hoy día dentro de la sociedad israelí, se torna un debate productivo, me parece que es la respuesta sionista. Es un discurso que me gusta mucho, un discurso creativo, cultural, de posibilidades que simbolizan tu propia existencia. Definitivamente, totalmente, veo en las producciones culturales de los últimos años un tipo de adaptación muy controlada, muy medida, muy correcta, de nuestra generación. Mi generación es una generación culta. Traten de pensar que nosotros, mi generación tuvo que acortar cien años de soledad. ¿No es el nombre de un libro argentino, de un escritor argentino “Cien años de soledad”?
-El autor es colombiano, Gabriel García Márquez, y escribió el libro en México, pero pertenece al patrimonio cultural latinoamericano.
– OK. Siguiendo con lo que te contaba sobre nosotros y la brecha entre nosotros y la sociedad israelí. La brecha es de por lo menos de cien años. Mi generación logró acortar esos cien años a media generación, alcanzamos a hacerlo entre 25 y 30 años. Es un logro sin precedentes que no se encuentra en ninguna sociedad de inmigrantes. No hay algo semejante.
-¿Qué fue, cuando llegaste a Israel, lo que te pareció más raro, qué fue lo que más te llamó la atención?
-Mirá, en el pueblo en el que yo nací, nunca vi un hombre blanco. Mi primer encuentro con el hombre blanco fue en el campo de refugiados en Sudán en mi camino a Israel. Cuando lo vi pensé que estaba enfermo, pensé que se había levantado a la mañana y que se había rascado tanto que… bueno… no sabía… Cuando llegué a Israel vi muchos hombres blancos y estaba sorprendido, pero no tanto. Creo que la cosa que más me sorprendió fue una heladera, no sabía qué era esa cosa. Me acuerdo cuando llegamos a Arad, cuento eso en mi libro de manera muy graciosa pero es triste en cierta medida, para que vean cuán inocentes éramos. El concepto primitivo es incorrecto, no me gusta esa palabra. Teníamos candidez, desconocimiento, y principalmente “la modernización” no era algo que nos fuera propio. Fuera de eso estábamos muy bien. Cuando llegamos al Merkaz Klitá, el centro de absorción, nunca habíamos vivido en edificios. No sabíamos ni siquiera qué eran. Me acuerdo que mis papás y parte de los adultos corrieron afuera porque temían que todo el edificio se cayera sobre ellos. Son como conceptos difíciles de comprender para gente como ustedes que nacieron en lugares como Buenos Aires o en algún otro lugar. Les puede resultar difícil de imaginar cuán terrible puede ser esa experiencia. Cuando llegamos al edificio y nos llevaron a los pisos superiores, había un “bloque” grande, una heladera, en su época en Israel se conocía como “Amkor”, que no se podía abrir. Para abrirlo teníamos que traer diez etíopes. Una de las cosas más graciosas es que mi padre pensaba que era la casa de otra persona y entonces no abrimos la heladera dos días. No sabíamos cómo encender el gas, no sabíamos cómo se usaban o cómo funcionaban los baños. Estas son las cosas simples que demuestran la amplitud de la brecha entre el lugar de donde veníamos y la realidad israelí. Esas son las cosas con las que nos encontramos.
-¿Ese es el esfuerzo al que te referís cuando decís que tu generación acortó esa brecha, verdad?
-Totalmente, creo que mi generación es una prueba. Nosotros fuimos la generación de prueba con la realidad israelí. El hecho es que la mayor parte de mi generación es instruida, son oficiales en Tzahal, Ejército de Defensa de Israel, trabajan en distintas áreas y en todo tipo de funciones. Hay dificultades, no niego que haya dificultades espantosas, con las que hay que lidiar. Soy de los que piensan que la educación tiene el color del agua, es incolora. A medida que vos te educas y progresas, creo que la sociedad israelí da la posibilidad, primero a ella misma, y después a nosotros. Nadie te hace favores, ni a vos, ni a mí, en nuestro carácter de ciudadanos. Creo totalmente que mi generación hizo un esfuerzo de superación fuera de lo común para llegar a su posición actual. No me refiero a la generación que nació en Israel, sino a mi generación, que estuvo a mitad de camino, ni aquí y ni allí, no era ni diaspórico ni israelí, en algún lugar entre ambos extremos. Una de las dificultades más tremendas de ser Olé, inmigrante, o de ser extranjero, es que no tenés un lugar. El lugar tiene significado. La “pertenencia” es a veces el “lugar”. Veo a mis hijos pequeños que me dicen: «Papá, yo nací en Hadassah»; es decir, uno de mis hijos nació allí y el otro en Rejovot. Eso tiene un significado humano con consecuencias muy poco claras. Mi generación, que llegó a una edad relativamente muy joven, es una generación que sentía que no era ni de aquí ni de allá.
-¿En qué cambió tu vida, para bien o para mal desde que dejaste Etiopía?
-En todo, todo. Me quedé con algunas cosas… al fin y al cabo la cultura es algo que… cómo explicarlo… si vos agarrás un argentino y lo trasladás a Nueva York… no va a dejar de comer asado.
-Veo que conoces bien a los argentinos o hiciste una investigación sobre Argentina…
-Sí, hice la tarea. Tomá por ejemplo: los judíos argentinos de Kibutz Tzorá o de otros kibutzim. Verás que la cultura argentina sigue vibrando en esos lugares a pesar de que esos olim argentinos llegaron la mayoría hace mucho tiempo. A mi parecer, en materia de cultura, si hay algo que nos hace únicos como sociedad en Israel, en los últimos años particularmente, es la conciencia, de que el pasado se adapta al presente. Por ejemplo, durante muchos años, los oOlim provenientes de las comunidades orientales, es decir los que emigraron de países como Marruecos, Irak o Irán y de otros países árabes, se avergonzaban de sus culturas. El sistema provocaba que se avergonzaran de sus nombres o de sus culturas, de su pasado, o de sus vestimentas. Esta vivencia también me ocurrió a mí. Yo me avergonzaba de mis padres, en gran medida. Si hay algo de lo que no cambié de opinión hoy, a pesar de que hoy me he vuelto un hombre occidental, aparentemente culto, es que yo veo en mi pasado parte de mi “israelidad”, parte de esa experiencia, parte de ese fogón familiar. Soy israelí que habla Amharit, amárico, que come comida etíope, que baila música etíope, porque está bien que así sea, es posible, se puede hacer. Es algo que desde mi punto de vista es correcto, y por lo que transita toda la sociedad israelí. El orgullo por las raíces es algo que hoy se admira y que antes nos avergonzaba mencionar.
Ben Gurión, algunas de las cosas que hizo en su época fueron maravillosas, otras no tanto, pero tomemos lo positivo. Una de las cosas que hizo es borrar la “diasporidad” de los olim, en una época era un proyecto de “Crisol de razas”. Creo que hoy se vuelve a considerar que la identidad originaria de cada uno es algo que contribuye a la sociedad israelí. Creo que el sistema entendió tardíamente, dicho sea de paso, los errores en los que incurrió. Se puede ser marroquí o hija de una familia que hizo aliá, se puede hablar marroquí, se puede hablar hebreo adornado, con las letras Jet o Ain, se puede ser yemenita, fantástico, no hay problema, es una experiencia, es una particularidad que no tiene ningún pueblo en el mundo. El hecho es que todos podemos contribuir en una cultura común sin perjuicio de que yo soy de Etiopía, aquel de Marruecos y vos de Argentina. Creamos todos algo israelí en común y además cuidamos también la propia vivencia cultural y del propio pasado. Esto toma algún tiempo, y está ocurriendo recientemente, a mi pesar… demasiado tarde para los que llegamos directamente de Marruecos o de Etiopía. Creo, sin embargo, que la aliá rusa hizo una contribución enorme en este campo. La aliá rusa, sin embargo, vino y abucheó a la nación israelí, simplemente se mofó de la nación. Los olim rusos dijeron: “Ustedes no tienen idea de quién es Chejov. No saben quién es ni siquiera, nosotros les vamos a enseñar quién es Chejov. Vamos a hablar ruso en la calle, ustedes van a tener que aprender ruso”. Vas a un hospital y la imagen que ves es la de dos pacientes rusos hablando en ruso y al lado un paciente de origen marroquí, que no entiende nada. Esa es la fuerza de una cultura. La fuerza es producir algo que moviliza. Mi sueño es transformar la cultura de los olim de Etiopía, no en una cultura de “pobrecitos” sino en una cultura donde existe fuerza, empoderada, que contribuye a la sociedad y donde en gran medida hay mucha sabiduría.
-¿Y sobre la cultura israelí qué pensás?
-La cultura israelí es producto de un sueño. Es el mejor producto del sionismo.
-En el mismo disco que mencioné antes, “El camino” de Shlomo Gronij, hay una canción, “Shir Israelí», canción israelí, que justamente habla de eso, cada uno con su cultura, con su idioma, con su historia, con su relato…
-Está la experiencia que a mi parecer no es una descripción. No pienso que un olé que llegó ayer de Buenos Aires se siente israelí. No creo que un olé que llegó ayer de Etiopía o de Rusia o de Azerbaiyán o de Londres mañana lo sienta. Tenés que pasar aflicción para sentirte israelí. Nuestra identidad israelí está construida sobre dolores compartidos, especialmente guerras. El israelí tiene una fuerza enorme. A la sociedad israelí las guerras la unifican. Hay algo que lo genera, algo de nosotros contra el mundo o todo el mundo en nuestra contra y en seguida entran todos, los olim que llegaron ayer, los de las culturas de oriente, los de los kibutzim, los ortodoxos, los religiosos sionistas, todos sentimos de pronto que somos un pueblo. Cuando la guerra termina, volvemos a discutir. Y eso a mis ojos es la fortaleza.
-Con el covid, ¿no pensás que también están como en una guerra?
-Sí, también el coronavirus es una clase de guerra, pero hay una diferencia. Los israelíes no encuentran quién es el enemigo allí. Que de paso es algo asombroso. Los israelíes siempre buscan estar enfocados en “quién está en contra nuestro ahora”. Ahora nos encontramos con una enfermedad que no está sólo en contra nuestro, sino contra del todo el mundo, no somos los únicos. De alguna manera, los israelíes se esfuerzan por participar de manifestaciones, no porque la izquierda odie a Bibi. La izquierda odiaba a Bibi antes del coronavirus y hace diez años. En realidad, ahora no pasó nada. De pronto la izquierda salió a manifestarse en la calle Balfour frente a la casa del Primer Ministro. Les voy a decir también por qué. La izquierda y la derecha no encontraron un enemigo común. Un enemigo común que les haga decir: “Ahora tenemos esto, vamos a unirnos”. Ahora no tenemos contra quién luchar, entonces luchamos uno contra otro, esto es un hecho judío cotidiano.
-¿Tal vez necesitan ir a un psicólogo para cambiar la situación?
-Mirá, aquí todo israelí es un Primer Ministro. Es el único país del mundo con nueve millones de habitantes y nueve millones de primeros ministros. Nueve millones de ministros, de paso, son judíos. Yo no sé en Argentina, si querés revisar, ¿cuál es la dificultad de ser judío? Es saber cuántos judíos compiten para ser gabai, asistente en una sinagoga. Es una prueba de verdad que los judíos se enfrentan por el rol de gabai en una sinagoga, porque ese rol simboliza la fuerza. Nosotros somos un pueblo así, no hay lo que hacer, existe la dificultad. Los psicólogos dirían que se resuelve en la calle, insultamos a todo el mundo y a su esposa. Los olim que llegan a Israel, pienso que en gran medida se enamoran del israelí verdadero, el tajante, que te dice la verdad directamente a la cara, que no le interesa si tenían añoranza. Un día después de 2000 años de exilio llegaron a Eretz Israel, no les interesa. Los israelíes te dicen la verdad, es amarlo u odiarlo, una de las dos opciones. O aprendes a enamorarte de eso o huís como del fuego. Antes que nada, vivís con eso. La sociedad israelí, el idioma israelí, es como estar con una mujer porque tenés hijos con ella, como si dijeras: “Ok, no tengo nada que hacer con eso por ahora”. Es de verdad una sociedad en la que aprendés que hay un bautismo de fuego frente a un mundo muy extraño. Los israelíes son muy, pero muy sinceros, muy barbáricos en el sentido positivo de la palabra. Ellos te abrazan y del otro lado de la calle alguien te puede gritar: “¿Hermano, cómo estás?”, y vos no tenés idea quién es. Es la vivencia israelí que te hace sentir que sos parte de su casa y en la misma medida puede insultarte y gritarte. ¿Por qué? Porque así es.
-Me gustaría conversar sobre dos fotos. Sos vos, ¿cierto? (foto 1)
-Así es, mi familia y yo.
-Contanos acerca de la fotografía, ¿de dónde es y cuándo fue tomada?
-La foto es en el pueblo en el que nací. La bella mujer que ves allí es mi esposa, y nuestros tres hijos. Nuestra cuarta hija nació después. El viaje fue en 2013. Después de muchos problemas con los etíopes en Israel decidí llevar a mis hijos a un viaje al lugar en que nací.
-Esto que contás se relaciona con la siguiente foto que te quiero preguntar. (foto 2)

Foto 2

-Es mi hija que nació en Sudáfrica. Ella no sabe leer tiene el libro al revés, pero observa el mapa y yo pienso que va a leer el libro alguna vez.
-¿Qué pensás que te va a preguntar o decir acerca del libro?
-¡Ah!, buena pregunta. Yo supongo que va a decir que papá era un tonto. El libro describe mi vida de una manera muy cómica, no es pesado. Supongo que me preguntará: papá, ¿por qué pagás impuesto a las ganancias? ¿No te iba bien en tu pueblo?, no pagabas impuesto a las ganancias, no tenías hipoteca, no estabas en rojo en el banco. ¿Eso es lo malo?, ¡qué suerte que tiene Etiopía! ¿Qué había de malo allá? ¿Por qué te fuiste? Podías encontrara alguien allá…
-¿Todo eso en hebreo o en amárico?
-Ella habla inglés también. La verdad no me importa en qué idioma lo haga. Lo importante es que pregunte. En hebreo se la oye como israelí: «¿Papá, qué hacés acá?”. Exacto, ya que hablamos de lo tajante del israelí de antes.
-¿Alguna vez sentiste discriminación en Israel?
-Como siempre, yo pienso que la discriminación es nuestro modo de vida como judíos. Está bien, no se puede ser israelí sin que sientas discriminación. No importa si te gusta o no, si por aquí y por allá. Por suerte no me topé con un nivel de discriminación que me haya dañado. La enfrenté en algunos sitios, también soy “opinólogo”, no temo decir lo que pienso. No respondo al estereotipo del “etíope simpático”, no soy simpático. Me esfuerzo por ser sincero conmigo mismo, soy consciente. Pienso que parte del racismo es por falta de conciencia personal. Si tenés conciencia de quién sos y de la fuerza que tenés, la otra parte rápidamente… Como todos sabemos en cualquier lugar nuevo al que vayamos siempre los lugareños nos califican como extraños, a cualquier lugar que vayas. Si ustedes sienten que con su presencia que son parte de los “dueños de casa”, del juego, parte de la narrativa local, el lugareño sentirá, dirá: “Este no está bien de la cabeza”. Vos te das cuenta, en Israel, si no te parás bien plantado con los pies sobre la tierra, si no estás seguro de vos mismo, los otros hablarán en tu nombre. Hay un fenómeno en Israel, a la sociedad israelí le gusta traducirte. Soy lo suficientemente consciente como para que nadie me “interprete”. Pertenezco a la comunidad etíope, soy israelí, insulto y escribo en hebreo, como shawarma dos veces por semana, me gusta el falafel, me gustan las canciones de Eretz Israel, discuto con la derecha y la izquierda de la misma manera. Soy parte de esta tribu, de la tribu que se denomina “el nuevo Israel”.
-Cuando vinieron los rusos ellos armaron un partido político que defiende sus intereses. Quería saber si hay algún partido político que la comunidad etíope tenga preferencia, digamos algún partido al que siempre votan mayoritariamente en Israel.
-Si hablamos del discurso sobre identidades que mencionamos antes y el regreso a las raíces, hay necesidad de que la identidad tenga lugar en la sociedad general. Eso debe estar representado no necesariamente a través de un partido político. Pero si la pregunta es si vos sentís que hay alguna necesidad de cubrir ese lugar identitario en la sociedad israelí, definitivamente. No sé cómo es la construcción política allá, en Argentina, pero en Israel no hay nada que no sea político. Vos te morís y es política. Te morís y te preguntan a qué Jevrá Kadishá, sociedad de entierro, querés ir. ¿Querés ir a la de los sefaradíes, a la de los ashkenazies o el de los bujarim? ¿De dónde vienen esas preguntas? En Israel, Dios es político, ¡Dios es político! En Israel hay discusiones entre ashkenazíes y sefaradíes, entre los lituanos, también, entre los sefaradíes. ¿Qué quiero decir? La política israelí es un punto de influencia muy importante. Por eso los miembros de la comunidad deben aspirar a llegar a ella si quieren influir. No hay parte en Israel, no hay concepto, no hay cosa en Israel que no sea político. Por eso la política tiene un lugar y hay que aspirar a él. Yo me niego a organizar o crear un partido político sobre la base de ser inmigrantes etíopes. Veo en eso un hecho incorrecto, por una razón muy simple, no vinimos hasta aquí para ser diaspóricos. Los rusos crearon un partido político de ellos por varias razones, una es el tamaño. Ellos llegaron siendo un millón y algo, y nosotros somos sólo 150 mil, lo que no es mucho. Se los voy a decir de esta manera, la aliá rusa de 1991 es el milagro sionista más grande desde el surgimiento del sionismo. No hubo un milagro sionista que le haya sucedido a Israel como la aliá rusa. Es un milagro desde todos los aspectos.
Ahora, miren, hay muchos israelíes a los que no les gusta la aliá rusa, no a todos debe gustarle. Pienso que los rusos los desafían, son un desafío para la sociedad israelí. Es como la aliá de Buenos Aires en los años 2000, cuando fue la gran crisis económica en Argentina. Cada grupo capacitado, con educación superior que llega, desafía a la sociedad israelí. A la sociedad israelí no le gustan para nada los desafíos. A Israel le gusta el concepto de aliá, muy sionista, los olim le gustan menos. En esos términos la aliá rusa logró un milagro. Los miembros de la comunidad votan fundamentalmente a la derecha, la comunidad es de derecha. Mi generación es más de centro-izquierda sionista.
-¿Cuántas familias quedaron en Etiopía que aún no pueden llegar a Israel?
-De los “judíos verdaderos” casi no hay, el que quedó es un grupo que se llama “Falashmura”, hay sobre ellos una discusión en la comunidad y también en la sociedad israelí. Ya dijimos que todo es política. Sí, sí, incluso el coronavirus es en Israel un tema político.  Hay un grupo sobre el que hay un debate, creo que son unas 8.000 personas que están esperando para hacer aliá. Definitivamente es un cuento triste, doloroso. Tampoco para los miembros de la comunidad es simple. Es un grupo que se convirtió al cristianismo hace varios años, hablamos de generaciones, de generaciones. A mí no me gusta ese grupo, pero en el momento en que hacen aliá son parte de los inmigrantes de Etiopía. Espero que el gobierno haga algo con ese tema. Hay una ministra de Absorción que pertenece a la comunidad etíope, Pnina Tamano Shata, somos muy amigos hace muchos años. Hablé con ella y le sugerí terminar con este tema, concentrarse en la aliá y el proceso de absorción y no dejarlo estar. Espero que pueda completarse. Judíos verdaderos, lo que se dice judíos “kosher” no hay.
-¿Qué pensás acerca de las manifestaciones que hubieron después del asesinato de George Floyd en EE.UU.?
-La violencia siempre es algo terrible, es una fuerza destructiva. No es para eso que un oficial ingresa a la policía. También en Israel hay violencia, violencia por parte de la policía. En Israel hay un problema para nada simple con los árabes israelíes, que incluye violencia hacia ellos; también con los salidos de Etiopía. Es un problema terrible que no sé cómo se enfrenta pero la única cosa que se puede hacer, más allá de explicarlo, es educar. Para mi alegría o mi tristeza, la educación es un proceso largo, así que deberemos sufrir mucho tiempo, con una relación muy dividida entre nosotros y los policías, los etíopes, y también en Estados Unidos.
La manifestación en Estados Unidos es ante todo justificada. Por supuesto estoy en contra de la violencia. El que sale en contra de la violencia no puede ser violento. La acción de un policía solitario no es ejemplo de las acciones de todos, definitivamente no. Como sabés, un ladrón negro no asegura, no significa que todos los negros son así. Generalizar de esta forma es algo terrible, agotador en alguna medida. La manifestación estaba justificada hasta que llegó la violencia. Junto con eso, el tema creció porque el hecho fue filmado. Su registro evidenció lo que durante muchos años una comunidad determinada, la comunidad negra de EE.UU., decía. Pero yo creo que ver esa escena tan estremecedora profundizó entre negros y blancos el sentimiento de incomodidad. No puede ser, no es humano hacer eso. Por eso pienso que fue terrible. La historia de Floyd no es una historia americana, es la historia de cada uno de nosotros. Una historia de discriminación, de abuso de poder, de corrupción y sobre todo del sentimiento de “yo puedo”. Puedo matar, puedo asesinar, puedo aplastar. Porque a veces, hace falta detenerse, detenerse significa saber que el diferente vale. Básicamente veo fuerza en la diferencia, diversidad es poder. No me veo diferente, la sociedad israelí me ve como diferente, como un otro. Por el contrario, yo veo en mi diferencia una ventaja.
-¿Qué ves en las manifestaciones que hay ahora en Israel, desde el punto de vista social y político?
-Antes dije que en Israel no hay manifestaciones económicas. No hay manifestación por la suba de impuestos o la suba del precio del pan.
-Pero hubo una vez una manifestación por la suba del precio del queso cottage…
-Puede ser, definitivamente es cierto. Pero yo creo que una manifestación es en alguna medida algo que duele, una gran pena. Como en Israel, las manifestaciones se tiñen de colores políticos. Israel es campeón en eso. Los políticos israelíes, Netanyahu es al parecer el genio, el representante que mejor se vende a sí mismo, él logró definir esta protesta como una protesta de la izquierda. No creo que se sostenga, pero estoy a favor de todas las manifestaciones. Creo que una manifestación testimonia la voluntad de cambiar, la conciencia, el entendimiento profundo. Eso de que cada cuatro años voy a elecciones no me dispensa de lidiar con los complejos problemas de la sociedad israelí. Creo que es importante. Hay que continuar, pero como lo veo, terminará muy pronto, a mi pesar.
-Danny, muchas gracias por el tiempo que nos brindaste, tus historias y las enseñanzas, fueron muy valiosas tus palabras y creo que serán valoradas por quienes lean esta entrevista. Disfruté mucho de nuestro encuentro, aunque virtual muy real.
-Gracias, fue un placer, espero que la próxima vez nos veamos cara a cara y no a través de Zoom. Creo que tienen una comunidad maravillosa en Argentina. Vengan a ver, vengan a visitar Israel, el coronavirus pasará, aguanten. El coronavirus fortalece la comunidad, la responsabilidad de uno por el otro. Abran la puerta, el portón, observen el aire. No hay algo más judío que ser responsable, no solamente de otro judío sino por ese que no tiene. Hay mucho lo que hacer, es nuestra la responsabilidad.