Pandemia producida por el Covid 19. Más de 2 millones de muertos, 50 millones de contagiados reportados. Se estima que en noviembre de 2019 apareció la primera persona contagiada por este virus en China. Apenas 13 meses después, la enfermera May Parsons, entre los aplausos del personal médico del Hospital de la Universidad de Coventry, le aplicó la primera inyección de la vacuna de Pfizer-BioNTech contra el COVID-19 a Margaret Keenan, una inglesa de 90 años y se vivió uno de los momentos más emocionantes de la historia de la modernidad occidental. Sin embargo, pareciera que del otro lado de la Cortina de Hierro, esta historia de “milagro” venia sucediendo unas semanas antes y no nos importaba.
Unas semanas antes, Rusia comenzaba a vacunar a su población menor de 60 años, destacándose profesionales de la salud, trabajadores sociales, docentes y fuerzas de seguridad, con el desarrollo del Instituto Gamaleya, la Sputnik V (vaya nombre). China para esa fecha llevaba inoculadas más de un millón de personas con su producto Sinopharm, aún en fase experimental y desarrollado por China National Pharmaceutical Group, para funcionarios y jóvenes que han viajado a diversas partes del mundo. Emiratos Árabes Unidos aprobó en septiembre de 2020 el uso de emergencia de Sinopharm.
Es decir, que en el mejor de los casos Margaret Keenan ha sido la persona 1.250.000 en vacunarse. La geopolítica post caída del muro llevó a que el mundo vire para los capitalismos de fuerte presencia (EE.UU., Alemania y Francia) pero solo por diez años, momento en el cual, China comenzó a penetrar en economías periféricas como la latinoamericana, africana y europea restante, con aluvión de productos de todo tipo, desde baratijas hasta trenes de ultima generación, obras de gran envergadura, tecnología de punta y no tanto. Rusia, con el férreo control político -no necesariamente democrático- se sumó a intentar capitalizar este alunizaje del gigante asiático en territorios menos amigables con la oficina de la White House.
Eso llevó a que, desde la tercera mitad del año 2020, una innumerable cantidad de periodistas, expertos, políticos, etc., cuestionen la seguridad o la efectividad de las vacunas, solamente por su lugar de origen, mientras que aseguraban que las creadas por países “liberal friendly” son seguras y es mejor adquirir dichos productos que “no tienen nada que ocultar”. Del otro lado, están los que vaticinaban que los viejos países comunistas salvarían a la humanidad, socializando la producción de vacunas sin licencia y antes de cualquier publicación de resultados de esta. Una batalla que pasó en los medios de comunicación y redes sociales, aunque parece ser respuesta a lo que deciden los gobernantes.
El capitalismo de las vacunas
Al comienzo de la pandemia, nos advirtieron que se requieren varios años para desarrollar una vacuna y que los efectos negativos quedarían por un tiempo largo. Solo 10 meses después, algunos países ya empezaron sus planes de vacunación y algunas de las empresas que están al frente de la carrera son nombres que nos suenan familiares. Como resultado, los analistas de inversiones pronostican que al menos dos de estas, la empresa estadounidense de biotecnología Moderna y la alemana BioNTech con su socio, el gigante estadounidense Pfizer, probablemente ganarán miles de millones de dólares el próximo año. Johnson y Johnson también quiere ser parte de este negocio y con una vacuna de una sola dosis busca capitalizar contra aquellas versiones que requieren al menos dos. Sanofi, cuyo propietario es L´Oreal, se ha asociado con Translate Bio (EE.UU.) y GlaxoSmithKline (GSK, Reino Unido) para también llevarse su parte. La alemana Bayer se alió transitoriamente a Curevac (Alemania) en vías de lograr el mismo objetivo. AstraZeneca (Reino Unido), tan nombrada por nuestras tierras, tuvo sus contratiempos pero también forma parte del conglomerado de empresas productoras.
Por otra parte, Rusia tiene en su haber cinco vacunas contra el COVID 19: dos presentadas (Sputnik V y EpiVacCorona) y tres en desarrollo. Todas ellas desde distintos institutos del Estado. China, además de las SinoVac y Sinopharm, tiene pensado desarrollar al menos siete vacunas más, todas mediante institutos de desarrollo del Estado. Cuba, también con gestión estatal, planea en las distintas “Soberana” una solución a los problemas internos para combatir el COVID sin la necesidad de depender de naciones extranjeras y a su vez, exportar.
En efecto, se están desarrollando más de 160 vacunas candidatas contra el COVID19, 26 de las cuales se encuentran en fase de ensayos en seres humanos. Sin embargo, pese la existencia de estas, es necesaria la vacunación de la mayor cantidad de personas a nivel global y ello no estaría ocurriendo.
Organizaciones como Médicos Sin Fronteras o Cruz Roja exigen la supresión de las patentes de las vacunas. Son, principalmente, derechos de propiedad intelectual que conceden la exclusividad de la fabricación y de la comercialización a la compañía farmacéutica que posee la patente. Estos derechos se extienden durante, por lo menos, 20 años. Estas ONG dicen que esta exclusividad perjudica al acceso universal a la vacuna. Hasta ahora, la única empresa que ha cedido los derechos fue Moderna. El resto, a la oferta y demanda, a la billetera. El capitalismo termina imponiéndose, aun en una pandemia. Los gobiernos han aportado un porcentaje de fondos para desarrollar vacunas, en asociación con laboratorios privados pero eso no les garantiza las vacunas para su propia población y tienen que comprar en el mercado de las corporaciones. Una muestra de esto es una discusión en el Europarlamento, la cual se fijó en torno a que la Unión Europea financia hace muchos años la investigación del sector privado pero no pide la suspensión de las patentes que permita distribuir la producción en varias partes del mundo, de forma económica, con tal que llegue a cubrir la mayor cantidad de población posible.
Estados Unidos y Unión Europea aportan al mecanismo de solidaridad COVAX, que distribuirá vacunas a países de acuerdo con sus necesidades, pero esto no es realmente suficiente. El primero adquirió tres dosis por habitantes de distintas vacunas mientras que los 27 países que conforman el conglomerado europeo acopiaron 1500 millones de dosis. Para este mecanismo, solo aportan 700 millones, que llegarán a cuentagotas. Es sabido que esto es un paliativo, y que naciones empobrecidas gastan hasta 37 dólares por dosis, siendo necesarias dos, y si pensamos en que cuentan con 50 millones de habitantes, gastar más de 300 millones de dólares termina prohibiendo su acceso.
Pese a las proclamas de líderes mundiales para frenar los contagios, no se ha hecho lo necesario para que la vacuna sea accesible a la población mundial. La inmunidad de rebaño, para la cría adentro. Los problemas en la producción masiva tienen en vilo a la mayoría de los países, sobre todo aquellos con gran territorio, muchos habitantes y elevados tiempos de traslado, como los de América Latina. En el medio de todo esto, el panorama político deja a las claras que la geopolítica juega un papel tan importante como la generación de ganancias, aún en pandemia.
Geopolítica y vacunas
Vladimir Putin, mandamás de Rusia, y Xi Jinping, mandatario chino, se extienden sobre el tablero geopolítico y no solo se aproximan a sus aliados clásicos para ofrecer las inmunizaciones contra el coronavirus, sino que se amplían, el objetivo es aprovechar el vacío dejado por Estados Unidos y la Unión Europea, y hacer que su influencia sea cada vez mayor.
La ventaja de poseer producción estatal propia conlleva acciones fundamentales: la negociación es bilateral, nación – nación, lo cual favorece la posición política internacional y fomenta el comercio.
China y Rusia no solo se adelantaron a las potencias europeas y norteamericanas, anunciando meses antes el desarrollo de las vacunas sino que también hicieron las gestiones necesarias para negociar la colocación, primero a aliados pero luego a todo país que requiriera salir del esquema de las multinacionales. Los primeros acuerdos fueron con los socios más estrechos. El Instituto Gamaleya, que produce la Sputnik V, rápidamente puso primera con representantes de Bielorrusia, Irán, Venezuela, Serbia o Hungría, mientras que los chinos recibieron a Indonesia, Camboya o Filipinas.
Hay una diferencia que no es menor: el subsidio a las multinacionales sigue dejando en el mercado la gestión de las relaciones comerciales a las empresas y no garantiza tampoco las dosis a quienes invirtieron los recursos. Países como Malasia, Azerbaiyán, Pakistán entre otros, difícilmente podrían conseguir en el mercado convencional las dosis, hubieran estado en la cola de los receptores de Pfizer o Moderna, o esperado varios meses para que COVAX derrame sus bondades.
Para estos mandatarios, son estrategias de soft power (poder blando). Hace años y décadas ejercen papeles importantes en África, Asia, América Latina y países pequeños de Europa y Oceanía, en áreas como construcción de infraestructura, abastecimiento de bienes y servicios estratégicos y comercio bilateral. La entrega de vacunas a crédito a mediano y largo plazo es parte de esta estrategia de avanzar casilleros donde las potencias de Occidente dejaron el hueco a las corporaciones, las cuales no desempeñan diplomacia exterior, sino negocios.
Desde el punto de vista de los países menos desarrollados, la compra de vacunas chinas y rusas no solo responde a una cuestión política, a precios más bajos (a excepción de AstraZeneca) o de posibilidad de compra, sino también, desde el punto de vista de la logística, a sus sistemas sanitarios poco modernizados, dificultades de transporte y traslado, donde es más sencillo evitar comprar estructura para tener frascos a varios grados bajo cero como con el producto de Pfizer.
Además de la posible alianza Rusia-China para fabricar una vacuna conjunta, el pico máximo de este ajedrez geopolítico fue la declaración de la canciller alemana, Angela Merkel, quien dijo que «todas las vacunas» son «bienvenidas» en Europa tras los avances de la Sputnik V. En medio de la conflictividad con Europa por el tema Navalny o con China por Hong Kong, entre otras cuestiones de derechos humanos, la penetración en la Unión Europea de las vacunas del Oriente no los presenta de forma benévola, aunque pensando que al fin y al cabo, parte de la solución puede venir de esos lares, parece mejor permanecer en silencio.
Podemos concluir, entonces, que esta pandemia trajo un debate con olor a la década de los ‘80. Si el Estado o el mercado, si las corporaciones o la geopolítica clásica. Ya no hay un muro que divida rojos o azules. Hay formas de ver la realidad global y, parece, Estados Unidos se ha quedado unos metros atrás.