¿Pueden las palabras cambiar el mundo?

Cuando ya se estaba yendo el inolvidable año 2020, desde Tzavta y Nueva Sion realizamos un homenaje al gran poeta israelí Yehuda Amijai, cargado de poesía y emotividad. Como resonancia de ese momento, Natan Sonis nos ofrece sus percepciones, interceptando desde su aguda mirada algunos fragmentos de sus poemas*: “Si un terapeuta ayuda a poner palabras a nuestras vivencias para que no queden atrapadas en el silencio, entonces un poeta como Amijai es una terapeuta social, pone palabras a nuestra cultura a nuestros conflictos exteriores e interiores, a los conflictos con los otros y con nosotros mismos”
Por Natan Sonis

Quiero comenzar repitiendo un proverbio de la Torá que dice: «Qué buena es la palabra dicha a tiempo» (Prov.15:23.)

Agregaría: ¡Que bueno el poeta que la pronuncia y entonces la crea para nosotros!

Amijai pertenece a esa clase de talentos que «atraparon» aunque fugazmente en palabras, en sus metáforas los sentimientos que nos atraviesan y que al poder corporizarlos nos construyó un puente y un sostén simbólico para quienes tanto las necesitamos en esta tarea de vivir.

Tarea a veces fatigosa

Palabras.  ¿Pueden las palabras cambiar el mundo?

No sé, pero las de Amijai aportan la sustancia de vida necesaria para vibrar en este mundo. Las palabras tienen un poder mágico.

Las palabras pueden curar y pueden enfermar, la palabra duele y la palabra alivia. La palabra mata y la palabra también es la que creó el mundo según la Torá.

Hablamos hoy de las palabras que nos brindó Amijai.

Aunque soy de los que creen que toda la poesía y todos los poetas están contenidos en una palabra dicha a tiempo. Hablar de él, es también hablar de muchos.

Algunos historiadores de la cultura lo sitúan en la generación del Palmaj, otros hablan del período europeo, el período palestino y luego del ’48, del período israelí cuando dividen zonas de la creación literaria.

Yo prefiero dividir el territorio de su poesía de otro modo: situarlo como el poeta de la nostalgia, del horror de la guerra y de la muerte, del amor, de los encuentros y de las separaciones. Además: el poeta de la siempre presente ciudad de Jerusalem.

Jerusalem, lugar donde todos recuerdan

que se les ha olvidado algo,

sin recordar qué era.”

Amijai fusiona el tema de la memoria con Jerusalem.

La memoria y olvido que expresan los montes de Jerusalem:

Todo se ocupa aquí del oficio de la memoria: las ruinas recuerdan, el jardín recuerda, el pozo recuerda sus aguas

y el bosque plantado recuerda sobre una placa de mármol el lejano Holocausto o incluso sólo el nombre de un donante muerto que se recordará más que otros nombres

 El amor frente a la angustia

También es el poeta que buscó palabras para el horror de la muerte de sus camaradas de vida militar.  Una vida militar también visitada con ironía en su poesía cuando advierte que

Los hombres ascienden de graduación,

sus mangas ascienden.

No sus corazones”.

Sus palabras para sus camaradas caídos son de una hondura muy propia:

«La lluvia les cae en la cara a mis amigos,

a los que viven

y se cubren la cabeza con una manta

y les cae en la cara a mis amigos muertos que ya no se cubren con nada.”

Frente a la angustia, Amijai acude al apoyo que sustenta el amor.

Tiene su propia manera de expresar la experiencia de sobrevivir. Ser un superviviente de la

guerra. Pocos han hablado como él, del dolor de sobrevivir de este modo a sus camaradas:

Estos días pienso en el viento sobre tu pelo

en las balas que a mí no me mataron sino a mis amigos,

que fueron mejores que yo

porque no siguieron viviendo.”

Sus amigos muertos siguen siendo sus amigos.

Es que nos habitan y sus muertes atraviesan y modifican nuestro modo de seguir

viviendo/sobreviviendo, como la que expresa sobre un padre que perdió su hijo:

El Sr. Beringuer, cuyo hijo

cayó al canal que excavaron extranjeros

para que los barcos atraviesen desiertos

pasa junto a mí por la puerta de Iafo

adelgazó mucho: ha perdido

el peso de su hijo.

Por ello flota leve por las callejuelas

agarrándose de mi corazón como ramas finas a la deriva.”

Quizás lo primero que admiré en la obra de Y. Amijai es su valentía para abordar textos bíblicos y cuestionarlos. No hay reverencia, sino que los interpela con su arma poética pidiendo una señal o una rectificación.

Así toma la oración “El Male Rajamim” (Dios está lleno de piedad) y plantea el desafío de pensarlo desde otra perspectiva:

“Dios está lleno de piedad

si lleno no estuviera Dios todo de piedad

habría piedad en el mundo y no sólo en Él.

En la misma línea se anima a agarrar del cuello al Eclesiastés y le imputa que no es verdad como él “sentencia” de que cada cosa tiene su tiempo.

¡No!  No es así como transcurre nuestra existencia:

El hombre en su vida no tiene tiempo de tener tiempo para todo

Y no tiene el tiempo de tener el tiempo para todo afán

El Eclesiastés no tuvo razón cuando dijo aquello.

Un hombre tiene que odiar y amar a la vez:

con los mismos ojos amar y con los mismos reírse,

con la misma mano arrojar piedras y con las mismas recogerlas, hacer el amor en la guerra y la guerra en el amor.

Y aborrecer y perdonar y recodar y olvidar

y ordenar y confundir y comer y digerir

Lo que una larga historia hace en muchísimos años.

El hombre en su vida no tiene tiempo

cuando pierde, busca

cuando encuentra, olvida cuando olvida, ama

y cuando ama, comienza a olvidar.”

En este conflicto Amijai toma partido por el hombre, no deja vacante el lugar para que lo ocupe “lo sagrado”, sino que lo poblara con nuestra presencia.

Vaya un poema para explicar esta ubicación central de lo humano en un país en que a veces lo sagrado termina desplazando:

Una vez me senté sobre unos escalones junto a la ‘Fortaleza de David’, y puse a mi lado las dos bolsas pesadas que traía.

Al grupo de turistas que allí estaba parado alrededor del guía le serví de punto de referencia.

  • ¿Ven ustedes aquel hombre con las bolsas? Un poco más a la derecha de su cabeza se encuentra un arco de la época romana. Un poco más a la derecha de su cabeza.

Me dije en mi corazón: la redención vendrá solo si les dicen:

¿Ven ustedes aquel arco de la época romana?

No importa:

pero a su lado, un poco más a la izquierda y hacia abajo,

está sentado un hombre que compró frutas y verduras para su casa.”

Tomar lo humano, es al mismo tiempo tomar lo judío de su ser, su continuidad le es

importante, pero no siente deuda que obliga a expresar esa continuidad en tener que recorrer senderos de otras ortodoxias.

Los caminos son nuevos

los zapatos comprados ayer mismo,

pero la marcha es antigua y heredada.

Impotente frente a la violencia que se respira, que nos constituye, Amijai también la acusa Tengo que llorar, dice:

«porque las personas tienen opiniones y las opiniones dientes«.

 Racista de la paz

Eso le lleva a posicionarse claramente en relación con la paz, racista de la paz se nombra a sí

mismo:

Soy racista de la paz:

gente de ojos azules asesina,

gente de ojos negros mata,

gente de pelo rizado destruye,

gente de pelo liso dinamita,

gente de piel morena desgarra mi carne,

gente de piel rosada derrama mi sangre.

Sólo los carentes de color, sólo los transparentes son buenos porque me dejan dormir por la noche sin temor

y ver a través de ellos el cielo.

Su racismo -como le llama- es una protesta, la misma que dice refiriéndose al aire de Jerusalem que está ya «saturado de oraciones y sueños, como el aire de las ciudades industriales, es difícil respirar«.

Encara esa atmósfera de la siguiente manera:

Tiran piedras, me tiran piedras

semitas tiran contra semitas

y antisemitas contra antisemitas

tiran los malvados y tiran los justos,

tiran los pecadores y tiran los tentadores, tiran los geólogos y tiran los teólogos

tiran los arqueólogos y tiran los pandilleros el pasado tira piedras al futuro

y caen en el presente

Piedras de llanto y piedras de risa

incluso Dios en la Biblia tiraba piedras.

Y Herodes tiró piedras y le salió un templo.

Por favor no tiréis más piedras vosotros la movéis contra el mar y el mar no la quiere

el mar dice: no me pertenece.

tirad piedras blandas, terrones que endulcen tirad arena de playa

tirad arcilla del desierto, tirad papel tirad polvo, tirad viento,

tirad aliento, tirad la nada

hasta que se cansen las manos y se canse la guerra

y se canse incluso la paz, y exista.

Francamente se ha sentido un explorador, y así lo dijo en sus palabras que tanto resuenan:

Hace muchos años

fui enviado

a explorar la tierra

mas allá de los treinta años.

Me quedé allí

y no volví a los que me enviaron, para no tener

que contarles nada de esta tierra

y no tener

que mentir.

Para terminar, insoslayable el tema del amor, la nostalgia, lo perdido en su obra encuentra

palabras:

«Una vez un gran amor cortó mi vida en dos.

La primera parte sigue retorciéndose en otro lugar, como una serpiente partida«.

 Es un hombre y es todos los hombres

Amijai engarza lo singular y lo social. ¿Acaso lo privado no es también político?

No sé si la historia vuelve

pero sé que tú… no.

Recuerdo que la ciudad estaba dividida no sólo entre judíos y árabes

sino entre tú y yo

cuando estábamos juntos en ella

El lugar del amor es lo sagrado para Amijai.

Me hiciste posible vivir algunos meses sin necesitar religión

ni percepción del mundo

En su escenario social, su cultura, hasta el amor se mide con parámetros de la guerra:

Incluso mis amores se miden con días de guerra,

digo: eso ocurrió después de la segunda guerra mundial.

Nos encontramos un día antes de la guerra

de los seis días.

Nunca diré:

antes de la paz del 45-48

o en medio de la paz del 56-67

Si un terapeuta ayuda a poner palabras a nuestras vivencias para que no queden atrapadas en

el silencio, entonces un poeta como Amijai es una terapeuta social, pone palabras a nuestra

cultura a nuestros conflictos exteriores e interiores, a los conflictos con los otros y con

nosotros mismos.

Las palabras que ayudan:

Los dientes de leche se han caído

Los dientes de carne se caen

Los dientes de amor, también.

Pero mis entrañas y mis palabras

todavía se miman unas a otras.

Sus reflexiones sobre el amor se “respiran” en cada poema.

El amor es un deposito

de bondad y mimos,

como graneros y estanques

en tiempos de miseria

El presente y el pasado, el adentro y el afuera, fueron por hoy el medio por el cual quisimos rendir un homenaje. Enrique Grinberg nos ha convidado a acompañar esta reflexión sobre su obra que es también reflexionar sobre la cultura judía, una cultura que intenta coexistir sin opuestos dilemáticos.

Una cultura que es presente, pasado y futuro, que es palabra y es sentimiento.

Es un hombre y es todos los hombres, por eso para terminar un poema que Amijai llamó: poema infinito:

Dentro de un museo moderno una sinagoga antigua.

Dentro de la sinagoga

yo.

Dentro de mí

mi corazón.

dentro de mi corazón un museo. Dentro del museo

una sinagoga,

dentro de ella

yo,

dentro de mí

mi corazón,

dentro de mi corazón un museo.

* Fragmentos de poesías tomadas (y con mucho agradecimiento) de las siguientes ediciones con traducciones:

*         Mira, Tuvimos más que vida. (Elefanta Editorial/México) Traducción de Claudia Kerik

*         Ahora y en otros días. (Universidad de Granada/España) Traducción de Manuela Mata Amaro

*             Detrás de todo esto se oculta una gran felicidad. (editorial La Poesía Señor

Hidalgo/España) Traducción de Raquel García Lozano

*             Un idioma, un paisaje. (Editorial Hiperion/España) Traducción Raquel García Lozano

*             Poemas escogidos. (Editorial La semana/Israel) con Traducción de Claudia Kerik

*             versiones “caseras” se agradece el aporte a Miriam Zaguiel de Israel