Kadima:

Una mayoría relativa

Por sí mismos, los intríngulis políticos israelíes interesarían a los judíos de la diáspora y a pocos más. Lo que atrae los ojos del mundo hacia Israel es el conflicto con los palestinos, y tampoco mucho por sí mismo sino más bien sus repercusiones en todo el Medio Oriente y el mundo árabe. Las elecciones del 28 de marzo estuvieron en la primera plana de la prensa mundial porque deberían representar un cambio radical en el planteamiento del Estado judío ante ese conflicto. Sin embargo, los ciudadanos objeto de tanta atención han mostrado ante las urnas el menor grado de movilización de toda su historia (un 37% de abstención) y una buena mitad de los votantes parecen haber estado más motivados por temas económicos y sociales que por la eterna cuestión que pone en juego su seguridad y su imagen exterior.

Por GEES (Grupo de Estudios Estratégicos)

¿Han defraudado entonces las expectativas internacionales? Nada de eso. Las elecciones han confirmado que el cambio es ya todo lo irreversible que los asuntos humanos puedan serlo. Lo que sucede es que ya estaba consumado antes de los comicios. Gran parte de los electores lo han dado por supuesto y eso, paradójicamente, ha minado las posibilidades de Kadima. No es la única explicación del extraño comportamiento electoral de los israelíes, pero es la principal.
Como las grandes cuestiones que han apasionado y atormentado al país desde su fundación hace 58 años han desaparecido del mapa político, han podido permitirse el lujo de desmarcarse de la consulta en proporción inusitada y de decidir su voto en función de preocupaciones más prosaicas.
El surgimiento, desde la nada, de un partido de jubilados que arranca con 7 bancas y con las pensiones como punto único de su programa, es la máxima expresión de las anomalías de los últimos comicios. Sólo en la última semana de la campaña empezaron a ser tomados en serio porque las encuestas les atribuían 2 escaños. A la búsqueda de explicaciones se dice que pueden haber recibido un voto humorístico de una juventud muy ganada por la indiferencia política.
Si así están las cosas, una buena pregunta es cómo puede afectar al futuro del país esta sobredosis de normalidad, ese desvanecimiento de los grandes ideales y las exaltadas esperanzas. Ni el Gran Israel ni tierra por paz, el primer tema, razón de ser del nuevo Estado, al que la derecha con el Likud al frente se aferró hasta ayer mismo.
El segundo, la gran esperanza para la izquierda encabezada por los laboristas de una paz negociada. Elección tras elección nadie osaba presentarse sin prometer una u otra forma de paz.
De repente esos temas se han esfumado. La desvinculación unilateral ya no se discute. La disputa es sobre cuándo y cómo. El porqué está claro: no hay nada que hacer con los palestinos.
Pero esa rara unanimidad de fondo -solo un pequeño partido representa a los colonos más irreductibles- no simplifica el problema. El cómo es una pregunta enorme, llena de trampas. De entrada no excluye la negociación si la oportunidad se presentara. No explica cómo erradicar a los colonos que ofrezcan resistencia. Gaza resultará un juego de niños comparado con lo que se viene en Cisjordania. Y no es sólo que Olmert, el substituto de Sharón, no cuenta con los imponentes activos personales de éste sino que, de hecho, por las circunstancias mencionadas, Kadima ha recibido un mandato muy pobre para llevar a cabo la tarea de la retirada unilateral de los territorios ocupados, aunque no de todos.
En los mejores momentos de las encuestas creyó superar la barrera de los 40 diputados sobre un total de 120, todo un hito en el sistema de partidos israelí, pero se ha tenido que contentar con que 29 escaños lo conviertan en una mayoría relativa.