Ehud Olmert:

Perfiles II

Dicen que el chofer de Yitzhak Rabin, Yehoiel Damti, cansado de que su amigo Ehud Olmert le repitiera con sorna que debía jubilarse, le dijo que sólo lo haría cuando él fuera Primer Ministro. Lo que empezó como una broma que indicaba las escasas chances políticas de Olmert, terminó convirtiéndose en realidad.

Cuando su amigo Ariel Sharón tuvo su serio problema de salud, a tan solo dos meses de las elecciones, Olmert era el único disponible para reemplazarlo dentro de Kadima (dado que, por ejemplo, Shimon Peres -y a pesar de su nombre internacional- venía de fracasar en las últimas siete elecciones en las que se presentó).
Tomar la posta de Sharón para renunciar al sueño del Gran Israel no es fácil para alguien considerado un político sin experiencia militar destacable -su paso por el Ejército se limitó a un destino como oficial de Infantería y otro como periodista en la revista militar-, sin visión de estadista y, que por su edad, no es considerado un padre (fundador) del Estado.
Las urnas, donde lograra una victoria más estrecha de lo previsto, ya le dieron un primer baño de realidad, y encontrará algunos más en este duro proceso que le espera para formar un nuevo Gobierno de coalición.
Pero Olmert -diplomado en Psicología y Filosofía, verborrágico, pianista ocasional y, ante todo, un hombre- no es un novato y ya sabe qué es ocupar el sillón de un líder carismático: en 1993 relevó como alcalde de Jerusalem a Teddy Kollek, un símbolo político de Israel.
Durante su gestión como alcalde, hasta el 2003 cuando Sharón lo convirtió en su número dos, Olmert impulsó la expansión de los asentamientos alrededor de Jerusalem y construyó un sistema de judaización de la ciudad que implica un discriminación de la población árabe en cuanto a servicios que se mantiene hasta estos días.
Eran tiempos en los que los analistas bautizaron a Olmert como «príncipe del Likud», aunque su buena estrella se extinguió cuando Sharón lo derrotó en 1999 en su intento por liderar la formación. Pero ese choque no fue personal, así que continuaron recorriendo juntos el camino político, luego contra ‘Bibi’ Netanyahu. También se opusieron a Oslo y continuaron promoviendo la colonización de Gaza y Cisjordania, y luego -muy posiblemente producto del auge que había empezado a tener el llamado ‘Acuerdo de Ginebra- comenzaron a diseñar el desalojo de la Franja de Gaza y a demarcar las fronteras de Israel que supone anexionarse todo Jerusalem, gran parte de Cisjordania y evacuar los asentamientos que quedan al otro lado del muro, con unos 60.000 colonos.
Olmert cuenta que su cambio de opinión -y la de Sharón también- empezó cuando se dio cuenta de que tenía que renunciar a su sueño geográfico como la única forma de garantizar una mayoría judía dentro de las fronteras de Israel, y ante la explosión de la bomba demográfica árabe.
Si el electorado le indicó un camino duro para armar mayoría en una coalición, en su casa las cosas no le han ido mejor: su esposa Aliza -con la que tiene cinco hijos, una adoptada-, milita en el partido de izquierda Meretz quien nunca había votado por su marido en las elecciones (y ahora admitió haberlo hecho con muchas reservas).
Aliza recuerda grandes discusiones hacia adentro de la familia cuando Olmert era alcalde de Jerusalem (por sus políticas con los palestinos, especialmente cuando en 1996 apoyó el plan de Netanyahu de construir un túnel por debajo de la Explanada de las Mezquitas).
Dos de sus hijos viven en el extranjero, se rehusaron a cumplir con el servicio militar obligatorio y apoyan a los objetores de conciencia que se niegan a servir en los territorios ocupados. Una de sus hijas tampoco se sumó a filas y la otra milita en Machsom Watch, una organización de mujeres israelíes que supervisa los controles militares en Cisjordania y publica informes sobre los abusos y humillaciones que sufren los palestinos.