“lej”… ¿pero quién vendrá?

Pinturas sobre el Israel vertiginoso en estos tiempos de pandemia, de corrupción gubernamental y de manifestaciones inéditas y masivas. El entusiasmo de una nueva generación, que ejerce el patriotismo a pie de asfalto, prueba que si hay ansias de cambio y progreso. Pero ese reclamo sigue huérfano de representación política
Por Ofer Laszewicki Rubin *

Pasado el primer cierre del coronavirus en marzo, el premier Biniamin Netanyahu vendió que nuestro logro era “un modelo a imitar”. Que el teléfono rojo de líderes mundiales no dejaba de sonar: anhelaban la fórmula secreta del nuevo milagro de la “Start-Up Nation”. Efectivamente, Israel se adelantó a la mayoría de Occidente al imponer una cuarentena obligatoria de 14 días a quien ingresaba al país, y el parate total de dos meses sirvió para pasar con éxito (sanitario) la primera ola pandémica. Con todos encerrados y angustiados en casa, aplanar curvas es tarea fácil.
La pandemia fue el pretexto que usó “Bibi” para salirse nuevamente con la suya. El “opositor” Benny Gantz terminó rindiéndose a sus pies tras las terceras elecciones, pese a que las cuentas daban para construir un bloque alternativo anti-Netanyahu junto a la Lista Árabe Unificada (tercera fuerza) y demás facciones opositoras.
Pero en una combinación de inexperiencia, cobardía e imperdonable traición de la voluntad de sus electores, Gantz claudicó. Apelando a una “unidad por encima de todo” que ni él mismo jamás creyó, se fundió con Netanyahu en el “gobierno unitario de emergencia”. Probablemente, el ejecutivo más desunido, disfuncional e inflado de la democracia israelí -36 ministerios-, justo cuando la grave crisis socioeconómica provocada por el Covid-19 requería más austeridad y liderazgos valientes, honestos y consecuentes.
En mayo, tras el logro de la primera ola, “Bibi” nos invitó a “salir y beber”. A festejar la vida. A partir de entonces, un cúmulo de despropósitos y cansinas batallas políticas, junto a un creciente descrédito social hacia restricciones impuestas por políticos que eran ignoradas, llevaron a Israel al último lugar de la tabla. Del más seguro, al país con más contagios por densidad de población. En lugar de atajar quirúrgicamente los focos de infección, se lanzaba más leña al fuego. “¡Culpa de los árabes!”, ¡culpa de los ultraortodoxos!”… jamás he sentido un odio tan acrecentado entre las “tribus” de Israel como en estos tiempos.
Fue verdaderamente deprimente lanzar por la borda la ventaja inicial obtenida. Olía casi a una operación deliberada, de alguien que mantiene secuestrado a un país al borde del abismo. “Lo que es bueno para el país, es malo para él, y a la inversa. Su objetivo es mantener la silla a toda costa”, apuntó el presentador Yossi Levi refiriéndose al modus operandi del premier.
Se confirmaron los peores presagios: nuevo cerrojo para Rosh Hashaná en septiembre. Y con ello, más injustificables maniobras. En la primera ola, “Bibi” trató de paralizar el sistema judicial para intentar esquivar la fotografía sentado en el banquillo de los acusados. No olvidemos que el líder de mayor permanencia en el poder en la historia del estado judío afronta tres graves causas por soborno, fraude y abuso de confianza, a las que también podría sumarse supuestas irregularidades en la compra de submarinos militares.
En el segundo lockdown fue más allá: intentó aplacar las protestas que exigían su dimisión. Pero generó un efecto boomerang, y la bestia durmiente despertó. Alegando que las manifestaciones (al aire libre) eran un foco de contagio de irresponsables anarquistas que pretendían sumir al país en el caos, el Gobierno logró pasar una regulación temporal para restringir las marchas.


Hasta antes del veto, las protestas se centraban exclusivamente en las corruptelas del premier, y mantenían el típico ADN del “Israel liberal”. Las caras visibles eran ex jefes militares o de servicios secretos, y eran concurridas mayormente por gente mayor ashkenazí, sin kipá alguna a la vista. Con mi amiga Juli nos preguntamos constantemente: “¿dónde están los jóvenes?”
Pero ese carácter, ocasionalmente descrito como exclusivo y elitista, se revolucionó. En la víspera del primer Shabat sin libertad de manifestación, decenas de miles de israelíes empezaron a salir esporádicamente a calles y puentes de todo el país. En los barrios bajos de Tel Aviv, la policía se vio absolutamente desbordada. Con bandanas cubriendo sus rostros, megáfonos y bombos en mano, una generación hasta entonces apática decidió pelear por su futuro. “Lej” (vete), “bushá” (vergüenza), o “maapejá” (revuelta) se convirtieron en las consignas de jóvenes que sólo conoce Israel bajo mando del “Rey Bibi”.
Aquella noche, con policías montados en motos y a caballo deteniendo y apaleando gente sin motivo, marcó un punto de inflexión. Ignorar la prohibición de salir del domicilio no justifica codazos que rompen narices. De un plumazo, la vibrante juventud israelí había perdido sus empleos, ocupaciones y sueños, y encima les exigían quedarse en casa contemplando el nauseabundo circo político. Antes, los volátiles trabajos temporales les permitían costearse una constante evasión de la convulsa realidad israelí, vía pasajes a Berlín o excursiones al desierto del Sinaí. Pero eso terminó. Y quien sabe hasta cuándo.

Estado policial
Repentinamente, el grueso de la población israelí probó una pizca de la realidad diaria impuesta por el régimen militar más allá de la Línea Verde. Checkpoints, toques de queda o rastreo de smartphones por parte del Shabak se convirtieron en rutina. La represión de “la policía de Ohana” –en referencia al ministro de seguridad interna- incluyó el uso de cañones de agua a presión apuntando cabezas. El patrón se repetía noche tras noche: hileras de policías y vallas intentaban frenar las improvisadas y enfurecidas procesiones, hasta que los protestantes las sobrepasaban. Luego, el caos.
Tal vez por los evidentes paralelismos con la realidad de quienes llevan viviendo 53 bajo el yugo de un régimen militar, un sector en las manifestaciones alzaba retratos de Iyad al-Halak, el joven palestino autista abatido por guardias fronterizos por “levantar sospechas” cuando se dirigía a su centro de educación especial en la ciudad vieja de Jerusalén. Democracia sí, pero para todos, insisten algunos.

¿Hatikvá?
Las jornadas durante el segundo cierre fueron especialmente grises. Tel Aviv, cabizbaja, había perdido su característico dinamismo y frenesí. Pero una pancarta, colgada en el balcón de mi vecino, me recordaba cada mañana al salir de casa: “Anajnu Hatikvá” (nosotros somos la esperanza).
La presión popular es fundamental, pero la “demokratia” que demandan exige victorias en la Knesset. El entusiasmo de esta generación, que ejerce el patriotismo a pie de asfalto, prueba que si hay ansias de cambio y progreso en Israel. Pero ese reclamo sigue huérfano de representación política. Azul y Blanco lanzó por la borda su credibilidad, Amir Peretz se encargó de fulminar al laborismo, y Meretz, encerrado en su burbuja, con suerte aspira a revalidar cuatro o cinco escaños.
Tras votarse la disolución del Parlamento a principios de diciembre, que apunta a cuartas elecciones en dos años y confirma la profunda crisis política que sufre el estado judío, la movilización popular anti-Netanyahu debe ir acompañada de una alternativa política realista y aplicable. Y la matemática no engaña: el cambio pasa por una alianza árabe-judía, a pesar de las enormes complejidades que ello supone. A día de hoy, siguen sonando viejas y fracasadas fórmulas, con especulaciones sobre ex generales para liderar listas, y las típicas batallas de ego entre la izquierda de salón.

* Periodista especializado en política internacional y autor del libro “Israel fuera del foco, retratos de la sociedad más allá del conflicto”. Reside en Tel Aviv

Fotos: Ascaf: facebook@ascaf.avraham. Instagram: Instagram.com/ascaf