Análisis de Diana Sperling, Nelly Minyersky, Hana Fleischmann y Laura Ariel de las implicancias de la histórica sanción del derecho al aborto

La Interrupción Voluntaria del Embarazo es ley

Un día antes de que termine uno de los años más complejos e inciertos de la historia mundial por la pandemia planetaria, la Argentina alumbró la ley por el aborto legal, seguro y gratuito a través de su sanción en el Congreso. Una medida sanitaria que garantiza y ampara desde el Estado la interrupción voluntaria de los embarazos no deseados y, por lo tanto, afecta de manera positiva a la población femenina que hasta ahora debía someterse a prácticas ilegales con graves riesgos para la salud, lo que incluía la muerte.
Por Laura Haimovichi

En el kilómetro Cero de la Argentina, en la inolvidable y calurosa madrugada del 30 de diciembre de 2020, miles y miles de mujeres entre risas y lágrimas escondidas a su pesar bajo los barbijos, celebraron juntas la conquista del aborto legal, seguro y gratuito.
Fue ahora y no antes, acaso, porque en 2018, cuando el Senado vetó la norma por la despenalización del aborto que habían aprobado los legisladores de la Cámara Baja, la sociedad atravesaba condiciones más difíciles, en el marco de un gobierno de derecha que, mayoritariamente, se opuso a su sanción. Pero lo que entonces no se pudo fue frenar la creciente toma de conciencia de mujeres y hombres en favor de la necesidad de esta ley. Ya estaba instalado, aunque en 2020 se logró que el símbolo del color verde se extendiera de un modo aún más masivo entre la población. Las mujeres -base de sustentación de una ley que se hizo cuerpo o, como dicen las jóvenes, cuerpa- instalaron el tema en los medios, las escuelas, los distintos territorios privados y públicos contra viento y marea.

Entre 350 y 520 mil prácticas clandestinas se realizaban cada año en el país, según los últimos datos del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad. “Aproximadamente 54 abortos por hora, es decir, 1300 por día”, según cifras del portal de información feminista Latfem. A partir de ahora, entonces, la interrupción voluntaria del embarazo deberá hacerse con el consentimiento de la persona gestante no sólo en el hospital público sino también en los lugares que dispongan las obras sociales y las empresas privadas de medicina prepaga.

Levantar sanciones morales
¿Qué otras implicancias tiene la sanción de esta ley y qué nuevos horizontes abre la norma nacida al calor de las históricas luchas territoriales del feminismo, que se fueron ampliando y profundizando en los últimos años por la incontenible y multitudinaria ola verde protagonizada por las jóvenes generaciones?
Para la filósofa Diana Sperling, contar con esta herramienta legal “implica un avance fundamental en el terreno de los derechos humanos, ya que reconoce a la mujer como sujeto legal y no como mero objeto de la decisión de otros. Tenemos derecho a decidir sobre nuestra sexualidad tanto como sobre otros aspectos de nuestras vidas: casarnos o no, tener hijos o no, trabajar, etc. ¡Es inconcebible que en el siglo veintiuno todavía las mujeres estén obligadas a continuar con embarazos no deseados! ¿Quién decide eso? ¿Por qué deberíamos someternos a tal dominio? Así que se trata de una conquista ética, legal y política, de primera magnitud. El riesgo de muerte o enfermedades en los abortos clandestinos hacía urgente arribar a esta ley”.
Claro que, según la escritora y ensayista, “seguramente no será fácil implementarla, y en eso no se diferencia de otras leyes que conmueven a la sociedad e introducen innovaciones fundamentales. Cuesta mucho cambiar las mentalidades aferradas a esquemas de siglos pasados pero que ya no pueden seguir rigiendo en la actualidad. Es probable que haya todavía mucho para trabajar y elaborar, pero bienvenido sea”.
Sperling considera que el aborto legal “consagra el derecho de la mujer a su sexualidad. Y al ser todavía dominante en las sociedades contemporáneas, especialmente de fuerte dominancia católica, la idea -inconsciente tal vez- de que ‘sexo’ implica ‘pecado’, el aborto clandestino con sus riesgos tiene la connotación de un ‘castigo merecido’. Levantar esa sanción moral es salirse de ese molde tan influyente y pesado. La idea de que la vida comienza con la concepción no es compartida por todas las creencias ni posturas, es fundamentalmente cristiana y específicamente católica. Es obsceno pensar que continuar con un embarazo en condiciones más que negativas o peligrosas ‘salva vidas’ en vez de entender que, al contrario, pone en riesgo la vida de la madre y la de una criatura que vendrá al mundo en condiciones de desamor o de precariedad en muchos aspectos. En vez de salvar, condena. Para el judaísmo, si el feto pone en peligro la vida de la madre -peligro físico o de otro orden- se privilegia la vida de la gestante. La noción de vida no es auto explicativa ni automática: no se trata de mera vida orgánica, ‘nuda vida’, sino de vida legal, social, ética, etc. No es un tema de cantidad (una o dos vidas) sino cualitativo. No somos animales, no tenemos crías sino hijos. Y eso implica otro nivel de calidad y de relación entre la vida que llega y el mundo que la acoge”.
Dice Sperling que “no se trata de promover el aborto -parece una obviedad, pero es terrible que debamos aclararlo- sino de promover la ley. La fantasía apocalíptica de que ahora las chicas van a salir a la calle ‘liberadas’ a tener sexo sin freno porque total después abortan es una nueva quema de brujas. Otra vez, se trata de una imposición moral, el resabio de criterios religiosos y culturales que hacen de la mujer una mera ‘receptora de semillas’, tierra fértil para el arado del hombre, como decían los griegos antiguos. La idea de que la maternidad es la única función -por ende, obligatoria- que nos compete… Soy madre y abuela, agradezco la bendición de mis hijos y nietos, pero pude elegir si y cuándo tener hijos. Ninguna mujer debe quedar en el lugar de pura materia natural a la espera de la fecundación. Así como tenemos derecho a elegir y disponer de nuestra sexualidad y maternidad, tenemos el deber de ejercer esos derechos con responsabilidad. Las mujeres que no pueden hacer ni lo uno ni lo otro, por vivir en situaciones precarias de todo tipo, no pueden ser forzadas a dar a luz hijos que no gozarán a su vez de derechos elementales. Por supuesto que ese es el caso extremo y más grave, madres que carecen de información o recursos para ejercer sus decisiones. Es otro plano de análisis que tiene que ver con las desigualdades y la injusticia de un sistema que las explota, condena y priva de lo más esencial. Pero también tomo en cuenta los casos de mujeres con recursos que, sin embargo, por diversos motivos, no pueden o no quieren continuar con embarazos no deseados. Ni por ser pobre ni por no serlo se debe forzar a las mujeres a eso. Vamos ganando el estatus de sujetos legales y nos corremos del lugar de objeto del deseo y la voluntad de otros. Y reitero: no se trata solo de derechos de las mujeres, sino de derechos humanos. Del mismo modo que cuando se abolió la esclavitud o las leyes contra los judíos o cualquier otra forma de discriminación, son conquistas de y para la humanidad, la cultura y la ética en general, y no solo para la minoría afectada. No se puede volver la historia atrás”.

Un símbolo de lucha para la juventud
La abogada y militante Nelly Minyersky, pionera de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, es una de las que redactó el proyecto en el que se basa la flamante ley. Y si bien hay algunas diferencias entre el texto del cual ella participó y la norma sancionada, “en líneas generales estamos muy conformes y tenemos una gran emoción porque se le da constitucionalidad a esta práctica. Lo más importante fue que se logró la legalización y la despenalización. Hubo mucha solidaridad y constancia para llegar hasta acá. Nunca abandonamos la pelea y Ni una menos contribuyó a esta lucha”.
Durante mucho tiempo, los proyectos que presentaban Minyersky y sus compañeras (ella tiene hermosos 92 años) no pasaban de ser compartidos en reuniones de alguna comisión parlamentaria, pero “fueron las chicas las que abrieron la compuerta y el tema explotó. Nunca imaginé que nos convertiríamos en un símbolo de esta lucha por los derechos humanos. Tenemos una comunicación preciosa, rica y diferente entre distintas generaciones, hicimos en conjunto un curso acelerado de igualdad, autonomía y derechos femeninos”.
Así como Minyersky, especializada en Derecho de Familia, docente en la Facultad de Derecho de la UBA y presidenta del Parlamento de las Mujeres de la Legislatura porteña, desplegó una gran actividad intelectual para pensar y escribir la norma base, también estuvo en cantidad de escuelas conversando con adolescentes “que se sentaban en el piso del patio, muy interesados en hacernos preguntas, intercambiar y escuchar” y en la histórica vigilia de junio de 2018, frente a la Cámara de Diputados, saltando a la par con quienes podían ser sus nietas. “Todavía me asombra que nos hayan convertido en símbolo, que las jóvenes nos abracen y se saquen fotos con nosotras; es una gran alegría”, dice Pila, como la llaman desde que era una niña, tal vez por su imparable energía.
“El Estado dejó de delegar sus funciones y al privilegiar la vida no hay objeción de conciencia que valga”, dice en relación al concepto nacido para preservar la decisión inalienable de no ir a la guerra que ahora fue reapropiado y resignificado por los antiderechos”.

Derecho adquirido
“Desde el punto de vista ético, la ley responde a la necesidad de que un hecho social indiscutible como el aborto se considere un derecho y no una vergüenza que puede ser penalizado”, señala Hana Fleischmann, doctora en Bioquímica con orientación en Biotecnología y referente de la comisión de Perspectivas de Género del Llamamiento Argentino Judío, a cuya comisión directiva pertenece.
El derecho a decidir sobre nuestro cuerpo hace al principio básico de la bioética y, con la ley, obliga a escuchar la voz de la mujer en una situación no deseada. Es un logro para quienes creemos que se debe vivir en equidad. Su alcance es abarcativo e incluye a quienes están en una situación vulnerable. A partir de ahora no habrá que dar explicaciones ni tendremos situaciones judiciales que defender. El aborto seguro, gratuito y legal se transformó en un derecho adquirido y, una vez reglamentado e implementado, será una herramienta para quienes por distintos motivos no deseen gestar. Quienes vivieron la ilegalidad como signo de época y no disponen de los medios económicos tendrán garantizada la vida post aborto. La ley defiende la vida de la persona gestante y su derecho a decidir si desea o no maternar.
La concepción no es vida, es producto de un coito en el que un espermatozoide entra en un óvulo y la probabilidad no funciona. La concepción in vitro, así como la eliminación de dichos embriones, demuestran claramente que son células. Un ser humano y una vida son otra cosa. La vida vivida es la que cuenta y cuando hay vida es cuando la persona nace y puede respirar. De la calidad de vida aún no hablamos.
Escritora y actriz, doctoranda en Artes Dramáticas y diplomada en Descolonización y género, Fleischmann asegura que el aborto no es algo deseado por sí mismo sino “un hecho que ocurre cuando la gestante decide no tener un hijo. No es algo que una mujer buscaría ni es agradable para ninguna, pero a veces la circunstancia y el contexto hacen que haya que tomar la decisión. Lo que se garantiza con la nueva norma es que se realice de manera segura con métodos que disminuyen potenciales peligros de infecciones. Se posibilita que no sea traumático ni peligroso para la salud. Habrá que seguir de cerca el proceso de reglamentación y el protocolo territorial posterior. Es posible que haya algunas resistencias, pero la ley debe garantizar el aborto seguro y gratuito. No hay objeción de conciencia institucional que permita la no responsabilidad en su ejecución”.

Un valioso primer paso
La doctora Laura Ariel, asesora de la dirección del Hospital Tornú y en comisión en el área de Tocoginecología del Hospital Durand, hace años que forma parte de la red de médicas socorristas. Como las otras entrevistadas, celebra la sanción de la ley, cuya ausencia hasta ahora puso en riesgo la salud de miles de mujeres que perdieron el útero, su futuro reproductivo e incluso la vida. “La norma es un valioso primer paso, lo que no es poco. Estoy segura de que no va a resultar difícil implementarla en Ciudad de Buenos Aires, Gran Buenos Aires y las ciudades más grandes del país, donde hay más cantidad de médicos y hospitales. A mí ya me convocaron para formar parte de un equipo, pero no puedo imaginar cómo será en Salta, Santiago del Estero o Jujuy, por ejemplo”.
Lo importante, considera Ariel, es que “se recluten y formen grupos interdisciplinarios con médicos, ecografistas, enfermeras, psicólogos que tengan el deseo de acompañar. Hacer un aborto es una especialidad y si bien no es una práctica compleja, no lo puede hacer cualquiera. Hay que tener el conocimiento específico, empatía, predisposición y voluntad porque la mujer que vaya al hospital no sólo va a necesitar ser recibida en un consultorio, en ocasiones disponer de un quirófano y también de una contención emocional”.
Por otra parte, como el temor y la ignorancia no desaparecen de un día para otro, cree que será necesario “reforzar la Educación Sexual Integral y poner a disposición una línea de atención eficaz y rápida porque en este tema no se puede esperar a que pase mucho tiempo hasta que la paciente reciba la atención. La paciente que demora en llegar no es porque se deja estar sino porque le costó encontrar a alguien que la oriente y ayude”.
Una de las transformaciones que deberá plasmarse es el tratamiento del tema en la carrera de Medicina. “No sé cómo es ahora, pero cuando yo estudié hace veinte años en la UBA se estudiaban los signos y síntomas desde el punto de vista clínico y en la materia medicina legal. Yo me recibí con un docente que estaba en contra, pero que me tuvo que aprobar porque yo no sólo estaba a favor, sino que sabía”, recuerda.
La aprobación de esta ley abre nuevas perspectivas para la lucha por la dignidad y la equidad y resulta imprescindible complementar esta conquista con la práctica generalizada de la Educación Sexual Integral, ESI. El conocimiento masivo sobre el cuerpo propio y del otre, el saber de la existencia y contar con disponibilidad de los métodos anticonceptivos son tareas de educación sanitaria que aún están pendientes.
Quizás también sea ahora el turno de poner en el centro de la agenda la consigna Ni una menos (Basta de femicidios) y la necesaria separación de la iglesia del Estado.