Dra. Camila Mozzini-Alister, educadora en redes sociales

“Si no cambiamos nuestra relación con la tecnología digital, la especie humana será consumida por una crisis de salud mental”

El docudrama El Dilema de las Redes Sociales, de Netflix, plantea que las redes sociales nos alejan de conexiones profundas, generando adicciones enfermizas con el propósito consciente de generar ganancia. Camila Mozzini-Alister es una académica brasileña residente en Queensland, Australia. Autora de libros publicados tanto en Brasil como en Australia, así como de cientos de artículos académicos, la investigadora de la Universidad de la Sunshine Coast compartió con Nueva Sion su visión filosófica sobre estos temas, a los que considera enlazados con necesidades y deseos profundos y muchas veces subconscientes de validación social, poder, y ‘omnipresencia’.
Por Inés Dunstan

-Tenés un interés en los modos en los que las plataformas sociales y los dispositivos tecnológicos como los smarphones generan adicción. ¿Nos podés contar más sobre esto?
-Desafortunadamente, nuestras tecnologías actuales están diseñadas para ser adictivas; es decir, están diseñadas para manipular químicamente la liberación de una hormona llamada dopamina que es responsable de las sensaciones de placer y recompensa en nuestros cuerpos. De hecho, drogas como la cocaína y el LSD están asociadas con el ciclo de liberación de dopamina. Particularmente en el caso de las redes sociales y los teléfonos inteligentes, veo seis razones principales por las que son tan adictivas.
Primero, nuestras pantallas táctiles son pantallas capacitivas, es decir, cuando las tocamos, literalmente recibimos un nano choque que ingresa al sistema nervioso y crea una relación simbiótica entre el cuerpo y el dispositivo. En segundo lugar, la estructura del suministro de noticias de Facebook está diseñada para atraparnos en la adicción. Creada en 2006, se trata de una estructura circular programada algorítmicamente para hacernos correr como hámsteres dentro de una ruleta: cuanto más ‘escroleamos’, más publicaciones se actualizan en tiempo real para que todos puedan tener sus segundos de fama en los titulares de este periódico digital. No por casualidad, tanta gente pierde horas de sus días en Facebook … Sin embargo, esta fabricación de adicción no se detiene aquí. Entra en nuestras partes blandas, las relacionadas con nuestras necesidades y deseos vitales almacenados en un nivel subconsciente profundo. La tercera razón es el deseo de poder. Sí, nos sentimos poderosos con un smartphone vinculado a aplicaciones de redes sociales. ¿Por qué? Porque con un mínimo gesto de las yemas de los dedos, podemos acceder simultáneamente a personas de todo el planeta. Ya sea en Japón, Estados Unidos, Sudáfrica, Bulgaria o Perú… Inconscientemente sentimos como si pudiéramos hacer del mundo entero una miniatura accesible en la palma de nuestras propias manos. La cuarta razón va aun más allá en nuestro subconsciente: es la pulsión sexual que se establece con las imágenes de las redes sociales. Como seres humanos, todos estamos hechos de cuatro instintos básicos de supervivencia: miedo, hambre, sueño y sexo. Nuestra pulsión sexual se sustenta en el último instinto, pero no necesariamente se reduce a él ya que se relaciona con una economía de lo que llamamos «libido» o la energía sexual psíquica. Laura Marks, reconocida estudiosa de la función háptica de la imagen, define el erotismo como nuestra capacidad para oscilar entre lo cercano y lo lejano, entre el control y la renuncia, entre ser un dador y un receptor. Deslizándose, desplazándose, ampliando y reduciendo imágenes propias y ajenas, hoy en día no solo creamos un vínculo energético debido al nanoshock de la pantalla sirviente que obedece a todos los comandos de nuestros dedos, sino que también manipulamos y controlamos imágenes de perfiles propios y ajenos, lo cual Vito Acconci (1940-2017) tan bien señaló como una forma de drenar nuestra libido. La quinta razón es otra muy básica: nuestra necesidad de validación social. La validación social es la necesidad innata de aprobación por parte de nuestros compañeros o de la comunidad a la que pertenecemos. Como mamíferos, siempre ha existido y siempre existirá. Sin embargo, con el auge de las redes sociales, nuestro sentido de comunidad se ha expandido a la comunidad de perfiles virtuales repartidos por todo el mundo en tiempo real. Por lo tanto, cuanto mayor sea el número de seguidores, amigos, me gusta, comentarios, etiquetas y mensajes directos, más alimentamos esta necesidad humana con montones y montones de dopamina. Finalmente, la última y aún más subconsciente razón por la que las aplicaciones combinadas de smartphones/redes sociales son tan adictivas es lo que yo llamo un «deseo de omnipresencia», que es una distorsión del deseo espiritual innato de nuestra mente de ser ilimitado en el deseo antropotécnico de estar aquí, allí y en todas partes al mismo tiempo, más allá de las limitaciones físicas del cuerpo.

-¿Cómo ves el futuro si nuestro escenario actual (personas pegadas a sus pantallas las 24 horas del día; la realidad virtual reemplazando las conexiones de la vida real; cámaras de eco; la difusión de información errónea) continúa su marcha?
-Si el escenario actual continúa su marcha, veremos oleadas de ataques de pánico en todas partes; desigualdades sociales cada vez mayores; una destrucción ambiental aguda y fuertes movimientos de negación de la realidad en pro de “realidades artificiales.” La especie humana será consumida por una enorme crisis de salud mental. Esto se debe a que a través de la tecnología, estamos entrando en capas cada vez más profundas de la mente y trayendo a la superficie traumas infantiles subconscientes. Pero toda crisis puede ser tanto un infortunio como una gran oportunidad. Tal vez pueda ser nuestro renacimiento como animales espirituales. Tiendo a ser una persona optimista. Creo que superaremos este momento histórico. Pero no veo que eso sea posible sin la ruptura total del sistema neoliberal y sus mecanismos de hipercontrol altamente sofisticados. Creo en nuestra capacidad de usar el caos a nuestro favor, pero también creo en el poder de las catástrofes para enseñarnos cómo hacerlo. Hasta que no nos veamos como parte de la naturaleza, no seremos capaces de romper con el modo de pensar del “Antropoceno”. Creo en los jóvenes y en los niños que vienen a este mundo. Y también creo en las muchas personas que, como yo, están dispuestas a trabajar educando sobre las redes sociales, alentando a las nuevas generaciones a desarrollar nuevas formas de pensar, usar y subvertir la tecnología a nuestro favor. Yo creo en el amor en cuanto micro-política superadora de las fuerzas de la vanidad.

-¿Deberíamos buscar la reforma de plataformas tales como Facebook? ¿Se pueden reinventar?
-Para reimaginar las redes sociales, debemos preguntarnos: ¿Qué tipo de conexión realmente satisface nuestras necesidades? Una vez más, creo que los niños son nuestro modelo más preciso. Deberíamos preguntarles a los niños y niñas de todo el mundo: ¿qué es una “red social” para ustedes? ¿Cuándo te sientes conectado? Si pudieras imaginar alguna tecnología de conexión con los demas, ¿cómo sería? Desafortunadamente, nuestra imaginación «adulta» a menudo ya está colonizada por imágenes neoliberales y lucrativas. Necesitamos dejar que los niños vuelvan a imaginar. Y también dar credibilidad a su imaginación, es decir, darles espacios reales para materializar sus inventos en el mundo concreto. Porque si seguimos con las redes sociales en su estado actual, nos van a destruir: primero, por el uso criminal de la privacidad de nuestros datos en mecanismos de predicción del comportamiento de usuarios con objetivos comerciales y políticos y sus consecuentes niveles cada vez mayores de polarización, información errónea y fragmentación social; segundo, por el tremendo riesgo de automatizar la sutileza de nuestros procesos mentales en cuanto meros procesos electrónicos, visto que el propio Facebook ya está trabajando en dispositivos capaces de decodificar nuestros pensamientos y escribir 100 palabras por minuto directamente desde la fuente: el cerebro. Por eso, creo que primero es necesario empezar con una reforma urgente, global, en torno de las políticas de privacidad de datos y, junto a eso, trabajar para ponerles límites a lo que las empresas “big tech” nos hacen creer que es nuestro “progreso”, cuando en verdad se trata del fin de nuestra libertad de imaginar.

-¿Cuál es, en tu opinión, la fuerza impulsora más profunda detrás de nuestra adicción a las plataformas sociales y los smartphones?
-Esa es la pregunta principal de mi libro “Cuerpos de luz: ¿Tienen límites las redes sociales?”, que pronto publicará Palgrave Macmillan en inglés. Después de un Máster en Psicología Social e Institucional en el que investigué meticulosamente la relación entre las redes sociales y el uso de nuestros rastros digitales, me vi en un dilema: «¿por qué todavía sigo en Facebook?» Interrogándome obsesivamente al respecto, me di cuenta de que lo que está en juego es algo que va más allá de nuestra racionalidad y pensamiento lógico. Como mencioné anteriormente, existe algo que llamé un “deseo de omnipresencia”, que es el incontrolable deseo de estar aquí y allá y en todo lugar al mismo tiempo. Según la ciencia experiencial de los yoguis tántricos, todos tenemos un deseo espiritual innato de ilimitación, que es el deseo imparable de nuestras mentes de expandirse para no tener ninguna forma de límite. Bueno, nuestro actual deseo de omnipresencia es una distorsión de este deseo mental de ilimitación en la búsqueda de ser más que el cuerpo. Desafortunadamente, el modelo de cuerpo adoptado como fuerza impulsora actual de nuestros adelantos tecnológicos es, como ha dicho el brillante filósofo argentino Fabián Ludueña Romandini en su metáfora, el cuerpo resucitado de Cristo. Después de más de quince años utilizando las redes sociales y siendo subjectivados por ellas, subconscientemente comenzamos a ver el significado de nuestra existencia ya no como “seres humanos” si no como “ángeles” a imagen y semejanza de nuestros perfiles virtuales. Queremos ser como nuestros perfiles de las redes sociales y convertirnos en seres que puedan traspasar cualquier muro, que no experimenten pausas ni demoras, que no caigan debido a los efectos de la gravedad, pero, sobre todo, que tengan la capacidad de sentir sin verse afectados, tal y como el cuerpo del Cristo resucitado. Los perfiles no tienen los instintos del miedo, el hambre, el sueño y el sexo, responsables de todo tipo de emociones incómodas como la ira, la desesperación, la envidia, la crueldad, el miedo o la tristeza consideradas como “emociones negativas” en la positividad tóxica de las redes sociales. Buscamos desesperadamente no experimentar la soledad del sentir. Porque sentir dolor, desilusión, frustración, nos obliga a afrontar el dolor del trauma. Es la cúspide de nuestra vanidad este deseo de ser omnipresentes, omniscientes y omnipotentes como si fuéramos Dios mismo. Somos seres humanos. Ángeles no. Dioses no. Demonios tampoco. Somos falibles, duales, divinos y carnales, espirituales y animales al mismo tiempo. Estamos entre el cielo y la tierra, vagabundos en el paraíso que inconsecuentemente nos atrevemos a destruir por el estúpido error de pensar que podemos construirlo mejor que el Creador mismo. Por lo tanto, al suprimir nuestra propia animalidad tratando de ser algo que no somos, ángeles omnipresentes, en realidad corremos el riesgo de nuestra propia extinción.

-¿Cómo debemos gestionar nuestro uso de internet? ¿Tenés algún consejo práctico que puedas compartir para mantenernos cuerdos? ¿O creés que la gente debería simplemente desactivar sus cuentas de redes sociales y limitar su interacción con la tecnología tanto como sea posible?
-Debemos administrar nuestro uso de internet tal y como administramos cualquier otra cosa en nuestras vidas: con equilibrio. Dormir con el teléfono al lado de la cama, despertarnos y abrir inmediatamente las redes sociales, permanecer en el teléfono hasta altas horas de la noche y llenar cualquier tiempo libre que tengamos con el dispositivo no es una forma equilibrada de usar internet. Necesitamos volver a aprender a vivir en el espacio-tiempo fuera de línea. Es un espacio lento y demanda movimiento físico. Tenemos que preparar la comida, limpiar después de cocinar, darnos una ducha, usar nuestro medio de transporte para ir al trabajo, caminar, hacer ejercicios, volver a casa y hacer todo el ritual de cocinar nuevamente, limpiar la casa… Estamos restándole importancia a todas estas cosas básicas de nuestra rutina diaria, considerándolas como algo “menor”, para poder permanecer más tiempo con nuestros teléfonos, tabletas y computadoras. Es importante darles valor a las pequeñas y mundanas cosas de la vida. Es importante poder percibir lo que nuestro cuerpo necesita en cuanto a comida, descanso, placer y movimiento. Nuestros perfiles no comen, duermen, tienen sexo, ni temen. Pero nosotros sí. Algunos ajustes prácticos sencillos pueden ayudar, por ejemplo: apagar el teléfono dos horas antes de irnos a dormir, comprar el antiguo despertador analógico para despertarnos, reinstalar el teléfono fijo, desactivar las notificaciones de las redes sociales, practicar mindfulness, leer un libro, tomar sol, poner las manos y los pies en el césped… Pero el verdadero cambio sólo se producirá cuando decidamos transformar nuestro deseo de omnipresencia en auténtico deseo de presencia. Cuando descubramos que solo seremos ilimitados en los límites de nuestro propio cuerpo y del cuerpo de nuestro planeta. Cuando renunciemos a la necesidad de controlar y saberlo todo para simplemente ser. Cuando nos demos cuenta de que, entre el momento en que sentimos el impulso de conectarnos digitalmente y el acto de hacerlo, existe un pequeño espacio de libertad que podemos usar para tomar decisiones nuevas, sin precedentes y desautomatizadas. El cambio real tiene que venir desde adentro, cambiando el deseo mismo. Por eso, no se trata de estar a favor o en contra de las tecnologías, o verlas como nuestra salvación o nuestra perdición. Se trata apenas de ponerles límites, como todo en la vida. Yo prefiero trabajar por un mundo de películas como «El Planeta Libre» (1996) que de películas como «Ready Player One» (2018). Y deseo que, en esta jornada, la eterna pregunta de Espinosa sea capaz de darnos un horizonte que todavía nos encante: “Al final, ¿qué puede un cuerpo?”

 

Sobre Camila Mozzini-Alister
Camila Mozzini-Alister trabaja como educadora de redes sociales, artista escénica en D.I.V.E. Theatre Collective e investigadora adjunta en la Universidad de la Sunshine Coast (USC), Australia. Tiene un Doctorado en Comunicación de la Universidad Estatal de Río de Janeiro (UERJ-Brasil) y un Doctorado en Artes: Producción e Investigación de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV-España), con un Máster de Investigación en Psicología Social e Institucional de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS-Brasil) y una Licenciatura en Periodismo de la misma institución. Sus intereses de investigación se sitúan en la interfaz entre cuerpo, filosofía de la mente, redes sociales, mediación digital, meditación tántrica, deseo de omnipresencia, afecto, migración y educación. A lo largo de su carrera, trabajó como Educadora de Arte en las Fundaciones Iberê Camargo y Bienal del Mercosur, así como Educadora Social en la Casa de la Juventud Mathias Velho, donde enseñó Periodismo Ciudadano a los jóvenes de la comunidad. Coeditó los libros “Estudios del cuerpo: Encuentros con el arte y la educación” (Estudos do Corpo: Encontros com Arte e Educação) en asociación con Wagner Ferraz; y “Fenomenologías de la gracia: El cuerpo, encarnación y futuros transformadores” (Phenomenologies of Grace: The Body, Embodiment, and Transformative Futures), con Marcus Bussey. En 2019, publicó su primer libro titulado “Impresiones de un cuerpo conectado: cómo la publicidad nos incita a la conexión digital” (Impressões de um corpo conectado: como a publicidade está nos incitando à conexão digital). Camila toma la escritura como un campo de experimentación poética y el cuerpo como nuestro primer y último sustrato creativo.