Preguntas

A propósito de la absolución de Carlos Telleldín resuelta por los jueces del Tribunal Oral Federal Nro. 3 en el proceso en su contra por haber entregado la camioneta Trafic blanca utilizada en el atentado a la AMIA, el periodista Tuny Kollmann analiza para Nueva Sion la sentencia y sus consecuencias.
Por Tuny Kollmann

La absolución de Carlos Telleldín debería llevar a la comunidad judía a formularse numerosas preguntas a las que habría que buscarle contestaciones o, al menos, empezar a pensarlas. La única reacción de la conducción de la AMIA y la DAIA es anunciar que apelará el fallo; por supuesto, una formalidad. Nadie piensa que prospere.

1.- ¿Es un fallo justo?
Parece claro que sí. No hay ni una sola prueba que indique que Telleldín fue parte del grupo terrorista o que colaboró con el plan de volar la AMIA. Era un delincuente al que, al menos hasta ahora, no se le encontró ningún vínculo con el terrorismo.

2.- ¿Se frustró la investigación del atentado con el fallo?
No, la investigación se frustró desde el principio. Es al revés: Telleldín fue absuelto porque nada se sabe del grupo terrorista ni del atentado en sí mismo. Lo repito en casi todas mis notas: no sabemos de dónde salió el explosivo ni dónde se montó en la Trafic ni quién manejó el vehículo hasta la AMIA ni cómo entró al país ese individuo ni quién le ayudó. No sabemos nada.

3.- ¿Quién frustró la investigación?
Desde ya, el Estado argentino, empezando por el gobierno de Carlos Menem que no tuvo la menor voluntad política de investigar. No hubo ni una reunión de gabinete dedicada al caso AMIA ni echaron al jefe de Inteligencia ni al jefe de la Policía ni a nadie. No había ninguna obsesión. Por ejemplo, debió haber una conferencia de prensa diaria o semanal para explicitar los hallazgos e instalar en la sociedad la idea de que no se podía ni respirar sin encontrar a los culpables. Nada se hizo.

4.- ¿Y Galeano y los fiscales?
Desde ya que acompañaron la desidia y tampoco lideraron nada. Terminaron convalidando la pista de los policías -que era una pista posible, sin dudas-, pero que ellos mismos supieron que era falsa. Fueron un instrumento de la guerra de Carlos Menem contra Eduardo Duhalde. Luego, Alberto Nisman, “viajó mucho, trabajó poco”, como dijeron los familiares de las víctimas, y jugó simplemente de peón en la política de la derecha de Estados Unidos e Israel.

5.- ¿Y nosotros?
Nosotros, los integrantes de la comunidad judía, empezamos por un gravísimo error. Lo digo arrancando por mí mismo: consideramos que el atentado contra la Embajada de Israel era un problema de Israel y no nuestro. No le dimos toda la importancia del mundo. Como siempre se dijo: el atentado de la AMIA vino porque no se investigó el de la Embajada. Incluso yo, como periodista, nunca me obsesioné con esa investigación: “ya Israel va a ajustar cuentas con los asesinos”, fue mi razonamiento.

6.- ¿Y la dirigencia?
Después, la conducción de la comunidad judía eligió seguir al lado de Menem, no lo confrontó pese a la evidencia de que no se quiso investigar nada sino esconder las cosas debajo de la alfombra. Lamento decir que, además, hay una sintonía entre los dirigentes y los gobiernos de derecha, algo que quedó evidente con el PRO en la Casa Rosada. Hasta se lanzaron a un hecho único en el mundo: la acusación por traición a la patria contra un judío, Héctor Timerman. Adoptaron el cliché de los antisemitas: los judíos son traidores a su país. Agregaría que también la acusación contra Cristina Kirchner fue vergonzosa: fue expresión de un alineamiento político, nacional e internacional, no una movida en base a una acusación justa y razonable.

7.- ¿No es otra vez la hora de hacer una revisión?
El fallo sobre Telleldín desnuda nuevamente que la dirigencia de la comunidad viene, desde hace décadas, aliada al poder económico y judicial. El listado de esos compañeros de ruta es oprobioso y dejó a los referentes judíos siempre del lado equivocado. Seguramente se ha dicho muchísimas veces que hay que repensar todo. Habrá que insistir, no queda otra.
No aspiro a una dirigencia como la que me gustaría, pero al menos que asomen posturas razonables que no la ubiquen indefectiblemente -como en las últimas décadas- del lado de lo más recalcitrante de la sociedad argentina e internacional.