Aunque los resultados obtenidos (28 escaños) son mucho menores que los presagiados, el probable concurso de los socialistas del sindicalista Peretz (con 20 escaños) y de otros grupos que apoyan el fin de la ocupación de Cisjordania garantiza a Olmert la gestión del ejecutivo israelí.
El plan de Olmert está casi garantizado por el derrumbe del Likud, el partido hegemónico en Israel prácticamente desde 1977 con los históricos Begin y Shamir, que ha pasado de los 38 escaños que obtuvo en el 2003 a tan sólo 11. Eso significa el fin político del halcón Beniamin Netanyahu y obliga al partido a una travesía del desierto. La jugada de Ariel Sharon al fundar el Kadima se ha cumplido: arrinconar a la derecha nacionalista que, partidaria del Gran Israel a sangre y fuego, llevaba al país a algo parecido a un suicidio. De seguir en esta política y con el crecimiento demográfico de las dos comunidades, en el año 2020 los árabes iban a superar a los judíos en Israel. Dejar Gaza y Cisjordania a los palestinos es asegurar un Israel judío, y así lo ha entendido el electorado.
La gestión de Olmert estará muy condicionada y en diversas direcciones. Primero, por una Knesset (Parlamento) muy fragmentada, en la que emerge el grupo del ultraderechista Liberman, que ha logrado doce escaños y que se enraíza en la comunidad del millón de rusos, sobre todo de los llegados después de la desaparición del imperio soviético. También deberá Olmert lidiar con la crisis económica que ha llevado al Partido de los Jubilados a lograr siete escaños. Pero, sobre todo, habrá que ver cómo reaccionan los palestinos. Si bien el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, se ha ofrecido a negociar la retirada de Cisjordania, el Gobierno de Hamas ha rechazado el plan de Olmert porque reduce a menos de la mitad el espacio palestino, el de la resolución 242 del Consejo de Seguridad, que obliga a Israel a retirarse de los territorios ocupados militarmente en 1967.
Israel abre ahora un nuevo ciclo histórico. Descartado el sueño del Gran Israel, se adentra ahora en el Israel sólo para judíos, con una Palestina prácticamente condenada al aislamiento fronterizo y, por tanto, muy debilitada.