Otra vez el otoño

El asesinato de Itzjak Rabin ha tenido una relación con la música de un modo más complejo y estrecho del que hemos recibido en su momento.
Por Leonardo Naidorf

Recordemos en primer lugar el contexto en el que ocurrió el magnicidio de Rabin. El 4 de noviembre de 1995, la plaza Reyes de Israel (rebautizada como plaza Rabin), fue el escenario de una manifestación convocada por la coalición gobernante “a favor de la paz y en contra de la violencia”.
La consigna a favor de la paz es la que nos resuena más claramente. Rabin y su aliado de entonces, Shimon Peres, lideraban un proceso de paz en la región que tenía como foco central el alcance de un acuerdo definitivo con el pueblo palestino. Ese proceso tenía lugar en el marco de los Acuerdos de Oslo, que por entonces habían perdido su fuerza inicial, y el gobierno buscaba relanzarlos ante la ofensiva de la oposición, con Binyamin Netanyahu como rostro más visible.
En cambio, la consigna “en contra de la violencia” ha quedado más difusa. Algunos la recuerdan como repudio a la creciente ola de atentados terroristas, pero otros subrayan el clima social beligerante al interior de la sociedad israelí, tanto en las relaciones sociales como en las manifestaciones políticas que señalaban a Rabin, el héroe de la Independencia, y fundamentalmente de la Guerra de los Seis Días, como un traidor a la patria emparentado con los peores enemigos de Israel y del pueblo judío.

Adiós, amigo
Postal uno. La manifestación contenía artistas y canciones entre las que se destacaron dos: “Livkot lejá” (Llorarte), del irreverente Aviv Guefen, y la archipopular “Shir Lashalom” (Canción para la paz), con la imagen final de Rabin y Peres cantando abrazados a la cantante Miri Aloni, quien popularizara el tema a fines de los años ‘70 y cayera en desgracia por las críticas que el mismo Rabin y los halcones de la política israelí habían lanzado contra un tema que mellaba la moral de las tropas.
A la semana de la tragedia se organizó el recital homenaje “Shalom javer” (Adiós, amigo) en alusión al saludo de Bill Clinton durante el funeral. Rabin y la amistad comenzaron a ser sinónimos en retrospectiva. Los allegados recordaban entonces que su canción preferida era “Hareut” (La amistad) que narraba la camaradería de los compañeros de armas asociado a los motivos más típicos de la épica sionista.
En dicho recital, en el que estaban prohibidas todo tipo de declaraciones por parte de los artistas, Aviv Guefen dio la nota al salir a escena con un chaleco antibalas. Tiempo después declararía con cierta ingenuidad política que con el asesinato de Rabin sintió por primera vez que podían matar a alguien por sus ideas. El recital dio origen a un disco doble homónimo que inmortalizó las “canciones de Rabin”, aunque ninguna de ellas había sido escrita en honor a él ni en referencia a su asesinato.

El saludo de “Shalom javer” fue el que eligió también Arik Einstein, acaso el articulador más importante de la industria musical de los años ‘60 en adelante, para su evocación a Rabin. El relato de lo ocurrido aquella noche en Tel Aviv, matizado una vez más por la referencia a “Hareut” “…nuevamente cae la noche sobre el Neguev…” y la sentencia posterior “…qué vamos a decir, no hay palabras más simples: adiós, amigo”.
La tentación de llorar por el futuro que no fue, nos resulta más conocida por estos lados que lo que sabíamos hasta entonces de la cultura israelí, que por su joven historia tuvo preeminencia de obras que moldearan ese futuro posible.

Oh, melancolía
Postal dos. Los manifestantes conocen la noticia de que el Primer Ministro ha sido asesinado y tras el caos y el llanto generalizado, los jóvenes activistas los movimientos juveniles encienden velas y se sientan en rondas a cantar canciones que reflejan la emoción del momento. Es así como se despliega casi espontáneamente un repertorio arraigado en la memoria popular que combina tres elementos: canciones de la época del Palmaj , canciones de Iom Hazikaron y canciones contemporáneas del rock israelí que representaban cierto espíritu de época.
Esa escena es la que buscó retratar en 1996 el poeta Natan Yonatan en su canción “El otoño sin él” (Hastav biladav), musicalizada e interpretada por Ajinoam Nini y Guil Dor.
Las citas a canciones antiguas como “Hafinjan” (La tetera) y las mencionadas “Hareut” y “Shir Lashalom” evocan un dolor oscuro y desesperanzado.
Vale recordar que por varios años, los viernes por la tarde un grupo de veteranos del Palmaj se juntaban, acordeón mediante, a evocar aquellas canciones en el sitio mismo en el que Ygal Amir disparó contra el Primer Ministro.

La culpa es nuestra
Sin embargo, ese no fue el único camino elegido. En el documental “Sof onat hatapuzim” (1998), que relata la historia del rock israelí, el cantante Eran Tzur reflexionaba sobre el peligro cuando la música deja de ser efervescente para poner el acento en algo antiguo, conocido y tranquilizador.
El rock tenía algo para decir y se vio expresado en dos canciones que hicieron foco en la violencia.
En “Doj retzaj” (Informe de un asesinato), Shlomo Artzi compara el asesinato de Rabin con el de John Fitzgerald Kennedy. El asesinato de un jefe de Estado, a manos de un ciudadano, por razones políticas y para minar un prometido futuro de paz. “Cuántas lágrimas, cuántas velas, cuánta locura es posible soportar. Cúantos días, cuánta oscuridad pasarán hasta que todo se olvide”, se pregunta Artzi, baladista transgeneracional que combina en dosis equivalentes canciones de amor y oscuros pensamientos que forjó en los años ‘80 cuando las esperanzas de paz en Israel parecían perder el rumbo.
En un registro más punk, se expresó Aviv Guefen, el símbolo del rock contestatario de los ‘90, hijo del poeta Yonathan Guefen y ahijado del exministro de Defensa, Moshé Dayan. Famoso por desertar al Ejército y por lograr la masividad con un discurso apocalíptico, Aviv Guefen sorprendió cuando apareció en aquella marcha del 4 de noviembre de 1995 por el contraste que representaba su imagen con la del héroe nacional que caería en desgracia. Como él mismo contó más tarde, fue el mismo Rabin el que intercedió para que él actuase en esa manifestación.
En “Mered Hadmaot” (La revolución de las lágrimas), Aviv Guefen corre el foco principal de la paz trunca. “Asesinaron a la paz en la plaza”, para enfatizar la violencia social que sirvió de contexto para el asesinato. “La violencia aflora en las pantallas de televisión, cuando los cerdos del rating engordan eso no nos hace más inteligentes…cuándo vamos a entender que la culpa es nuestra…”.