Joe Biden, ¿un sapo para Bibi?

Será en la política internacional donde más rápido se notarán las diferencias que habrá en la Casa Blanca con el cambio de gobierno a partir del 20 de enero. Joe Biden, el próximo presidente de Estados Unidos, romperá con la política de Donald Trump hacia Medio Oriente, que estuvo claramente alineada con los intereses políticos del gobierno de Bibi Netanyahu. Si bien nadie debería dudar que Biden es un firme aliado de Israel, muchos no lo van a notar, por lo menos en el corto plazo.
Por Damian Szvalb *

Joe Biden pertenece al ala más proisraelí del Partido Demócrata, y, según recordaron estos días algunos periodistas, en algún momento hasta llegó a definirse como un “sionista”, para expresar su admiración por Israel. Estos antecedentes serán usados por el presidente electo para legitimarse e intentar encauzar el conflicto entre israelíes y palestinos bajo la fórmula de “Dos Estados para dos pueblos”. Ese consenso, instalado en la Casa Blanca desde la década del ‘60, está agonizando.
Desde que los palestinos colocaron en la agenda internacional la demanda por un Estado propio a partir de la aparición de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) conducido por Arafat, primero a través de la violencia terrorista y luego de la institucionalización de sus demandas a partir de los Acuerdos de Oslo a principios de los ‘90, Occidente tomó la fórmula de Dos Estados para Dos Pueblos como la única alternativa para alcanzar una paz justa y estable. Esto traía implícito que cualquier decisión sobre el futuro del conflicto debía contar con el consenso de ambas partes.
Al reconocer a Jerusalén como capital de Israel y proponer el “Acuerdo del Siglo” para Medio Oriente, Trump cambió esas reglas ya que avanzó en la búsqueda de una solución al conflicto con una propuesta que no tenía en cuenta a una de las partes: los palestinos. No se trató de una decisión caprichosa, sino del análisis de un contexto regional que cambió las prioridades de las potencias mundiales y de los países de Medio Oriente. Todo empezó con la invasión de Estados Unidos a Irak, que empoderó a Irán como actor regional; luego sucedieron las primaveras árabes y la feroz guerra civil en Siria, que sacaron a los palestinos de la agenda regional; y por último, la política de Bibi de correr de las prioridades estratégicas israelíes el tema palestino.
Obama ya había leído este panorama y fue él quien empezó a desenganchar a su país de Medio Oriente. Dejarle Siria a Rusia e Irán para que hiciesen lo que quisiesen con Bashar al Asad y ese territorio fue la mejor muestra. Sin embargo, Obama no se olvidó de los palestinos y se esforzó mucho para que ellos y los israelíes se sentaran en una mesa para que retomaran las negociaciones. Se cansó de fracasar.

El motivo del silencio
A Netanyahu no le va gustar nada que la nueva administración estadounidense le pida cosas que desde hace cuatro años nadie le pide. Por ejemplo, que contenga la expansión de los asentamientos y que renuncie definitivamente a la anexión de Cisjordania. En definitiva, Biden le va a pedir a Bibi algo que el líder israelí no siente ni quiere: volver a prestarle atención al tema palestino.
Quizás porque todos sabemos cómo Bibi y Trump se habían transformado en socios estrechos, a nadie sorprendió que mientras las redes sociales se llenaban de felicitaciones de los líderes internacionales por el triunfo de Biden, Netanyahu mantuvo el silencio durante más de 12 horas. “Joe, hemos mantenido una larga y cálida relación personal desde hace casi 40 años y sé que eres un gran amigo de Israel”, saludó finalmente a través de Twitter.
Biden dijo en la campaña que mantendrá la sede de la Embajada de EE.UU. en Jerusalén, pero al mismo tiempo empezará a darle lugar a los palestinos en la agenda del Medio Oriente. Para los palestinos, la llegada de Biden tiene una extraordinaria importancia. Cuatro años más de Trump los hubiera condenado a la perpetuación de su irrelevancia. Por eso y para no volver a perder la oportunidad de encontrar una salida a su situación, deberán hacer lo que nunca hicieron: una renovación real de su dirigencia y hacer una lectura pragmática de sus reales alternativas y de lo que pasa en la región. Hace rato que en el Medio Oriente no hay lugar para posturas idealistas.
Los palestinos deben ser conscientes que están frente a un momento histórico que no deberían desaprovechar, porque más allá de los gestos que pueda dar, Biden no se va a “inmolar” por ellos. Está más que claro que Medio Oriente en general, y la cuestión palestina, en particular, dejó de ser una prioridad en Estados Unidos tanto para republicanos como para demócratas.

Irán, Arabia Saudita e Israel
Pero a Bibi hay algo que le preocupa muchísimo más que los palestinos: la posibilidad de la reactivación del acuerdo nuclear con Irán, suscrito por Obama y Biden en 2015, y del que Trump se desenganchó apenas asumió. Si esto sucede, y si los vínculos con Irán se recomponen y se flexibilizan las sanciones y las presiones al gobierno de Hasán Rohaní, seguramente Bibi retomará el discurso más duro que señala a ese país como la principal amenaza existencial para Israel. Eso incluye, indefectiblemente, que la opción militar para detener por la fuerza el plan nuclear iraní podría volver a estar sobre la mesa.
Un restablecimiento del acuerdo entre EE.UU. e Irán sí impactaría en el tablero regional e incomodaría no sólo a Israel sino también a Arabia Saudita. Pero no sólo porque le devolvería a Teherán su posicionamiento geoestratégico que entró en crisis por Trump sino también porque Biden tiene pensadas otras decisiones que van a caer pésimo en Riad. Por ejemplo, la nueva administración evaluará quitar apoyo a la guerra que Arabia Saudita lidera en Yemen y mirará con más atención las violaciones a los derechos humanos. Está muy fresco todavía el recuerdo de cómo Trump dejó pasar por alto el brutal asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado Saudita de Estambul. No le importó ni siquiera que hasta la CIA haya responsabilizado al príncipe heredero saudita de haberlo ordenado.
De todos modos, en política internacional nada es tan lineal ni tan definitivo. Más allá de las intenciones y de las promesas de campaña, a Biden no le va a ser tan fácil ni retomar el acuerdo con Irán ni marcarle la cancha a Arabia Saudita. Por ejemplo, hay que tener en cuenta que desde que Trump abandonó el pacto, los iraníes no se quedaron quietos y, según el último informe de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), ya acumula doce veces más uranio enriquecido de lo que le permitía el pacto. También superaron el máximo de pureza fijado. En estas condiciones es impensable que Biden pueda avanzar mucho en el acercamiento con Irán.
Por todo esto, Biden deberá ser cuidadoso y, si está decidido a retomar la vía diplomática con Irán, lo tendrá que hacer desde una posición dura, no sólo para exigirle que retome sus obligaciones en el acuerdo nuclear sino para disuadirlos a no seguir interviniendo en los conflictos regionales.
Además, y mientras se ocupa de Irán, Biden no puede descuidar a sus principales aliados en la región, Israel y Arabia Saudita, por más que no le gusten mucho sus gobiernos. Por eso es esperable que continúe la estrategia de normalización que Trump impulsó entre Israel y los países árabes sunitas. Son demasiados y muy fuertes los intereses que unen a Estados Unidos con Arabia Saudita e Israel, tanto comerciales como en materia de seguridad. Por eso, a ninguno de los tres gobiernos les conviene sacar los pies del plato.
Por todo esto, lo más probable que presenciemos un delicado y meticuloso juego diplomático y político de la administración Biden para Medio Oriente. Aunque parezca difícil de lograr dejar conformes al mismo tiempo a los iraníes, israelíes y sauditas, éste parece ser el momento para intentarlo.

* Magister en Relaciones Internacionales (UTDT)