-Vos has hecho una historización sobre el modo en que los sobrevivientes del holocausto llegados a la Argentina fueron contando y procesando su propia tragedia. ¿Podrías relatar someramente cómo se fue dando ese proceso?
-Mi investigación intenta, en efecto, contextualizar y brindar explicaciones históricas a dilemas ligados a la memoria de la Shoá/Holocausto en América Latina, no solamente en Argentina. Mi enfoque trata de rescatar del olvido a sobrevivientes que han relatado sus experiencias personales antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial– y que optaron por abandonar el continente europeo, eligiendo países latinoamericanos como destino, inicial, de tránsito o final. Este proceso se manifestó en diversas etapas, primero en la voluntad de normalizar la vida, construir familias, asegurar un estatus legal de residencia en el país.
Esta primera etapa se dio en la inmediata posguerra, en el caso de Argentina durante las primeras presidencias de Perón, cuando el ingreso legal de judíos sobrevivientes al país estaba prohibido, o al menos seriamente limitado. La memoria de la Shoá en esta etapa, como en Israel y en el mundo judío, fue nacionalizada y limitada a la dimensión ceremonial o cultural. En el caso argentino se manifestó en el enorme proyecto cultural de la Asociación de judíos polacos, que promovió el proyecto denominado “Judaísmo Polaco”, una producción de 175 libros ligados a la Shoá y a la vida judía en Europa Oriental, publicados en lengua ídish entre los años 1946 y 1966, de amplia difusión internacional. Fue una etapa de narrativas individuales o familiares, una de sus manifestaciones fue la creación de asociaciones de judíos perseguidos por el nazismo –Sheerit Hapleitá– al inicio de la década de los años 1950, tanto en Argentina como en Uruguay.
La segunda etapa surge después de la captura (1960) y juicio a Adolf Eichmann (1961). En esta etapa son publicadas las primeras memorias personales, pero en forma esporádica y aislada, como en el caso de Alberto Mann, o como producto literario y periodístico, tal es el caso de Simja Sneh (1977).
La tercera etapa surge en la era de la democratización argentina, hacia fines de la década de 1980, destacándose en ella dos sobrevivientes con mayor transcendencia pública: Jack Fuchs y Eugenia Unger. Muchos sobrevivientes comenzaron a brindar testimonios en marcos judíos y no judíos y plasmaron sus memorias en libros publicados a partir de las entrevistas brindadas en el marco del Proyecto Spielberg –oficialmente denominado Archivo de Historia Visual de los sobrevivientes-, filmados a partir del año 1994, y como producto del enorme éxito del film “La Lista de Schindler”, dirigido por Steven Spielberg, estrenado en el año 1993. En parte, también los atentados a la Embajada de Israel (1992), y en especial contra la AMIA-DAIA (1994) impulsaron a sobrevivientes a publicar sus memorias. Jack Fuchs lo hizo en 1995, con su primer libro titulado “Tiempo de Recordar”, y Eugenia Unger en 1996, con su primer libro, titulado “Holocausto: Lo que el tiempo no borró”. Otro ejemplo de importancia fue el de Charles Papiernik, quien publicó sus primeras memorias en Paris en ídish en 1946, y decidió publicarlas en castellano en Buenos Aires en 1994, denominadas “Una Escuela de Construcción en Auschwitz – El 43.422 relata”.
Pero la etapa de la verdadera explosión de la memoria del Holocausto en Argentina comenzó hacia fines de la década de 1990, coincidiendo con la finalización de la toma de testimonios en el marco del “Proyecto Spielberg”, y la inauguración del Museo del Holocausto en Buenos Aires, en 1995. Desde entonces, solamente en Argentina se han publicado cerca de 100 libros de memorias de sobrevivientes –sea por el propio autor-, en el marco de proyectos colectivos o de escritores profesionales que escribieron las memorias entrevistando a sobrevivientes, como en el caso de Alejandro Parisi.
-¿En qué se diferencia ese proceso de otros lugares del mundo? ¿Estados Unidos? ¿Otros países de América Latina? ¿A qué podés atribuir esas diferencias, si las hay?
-Las etapas que he mencionado coinciden al menos parcialmente, y son paralelas a nivel mundial. En Israel fue en algunos aspectos diferentes por haber sido adoptado, a nivel de la memoria colectiva, el paradigma sionista de recordación focalizado en el Estado de Israel como único garante del futuro del pueblo judío, impulsado por el establecimiento de Yad Vashem –por ley de la Knéset, parlamento israelí–, en 1953, cuyo primer proyecto fue la recabación de testimonios de sobrevivientes y las páginas de testimonios de familiares de las víctimas.
En el contexto latinoamericano, las etapas de recordación de la Shoá y el surgimiento de narrativas personales que trascienden la esfera privada y se instalan en la arena colectiva, son similares a las de otras partes del mundo. Cabe destacar que las primeras memorias de sobrevivientes del Holocausto radicados en América Latina fueron publicadas, en su mayor parte, por mujeres que decidieron brindar su testimonio a través de la publicación de sus memorias. Argentina inició este importante fenómeno con el testimonio de Malka Owsiany (1945-1946), relatado a Marc Turkow y publicado en ídish como el primer volumen de la trascendental serie sobre el judaísmo polaco, en 1946, volumen traducido al español y publicado en 2001, titulado: “Malka Owsiany Relata, Crónicas de nuestro tiempo”. En México, Masha Greenbaum (1962); en Uruguay, Ana Benkel de Vinocur (1972); en Colombia, Hilde Sherman (1982); y en Venezuela, Klara Ostfeld (1986). Estas pujantes mujeres, que en algunos casos también impulsaron a sus esposos o familiares cercanos a seguir sus pasos, demuestran la importancia de incorporar el estudio de género en el análisis de esta vasta literatura.
Sobre el caso uruguayo, acabo de finalizar una investigación que será publicada el año próximo en Judaica Latinoamericana, publicación de AMILAT, en nuestro noveno volumen.
-En los primeros tiempos, emerge como un ejemplo la figura de Marc Turkow. ¿Podrías contarnos su importancia y el sentido de su mención destacada?
-Marc Turkow (1904-1983), fue un judío nacido en Varsovia en el seno de una familia prominente de intelectuales, escritores y actores de teatro. Arribó a Buenos Aires en la década de 1930, y fue el director del Poylishe Farband -la Asociación de judíos polacos en Argentina-, en cuyo marco lideró el proyecto sobre “Judaísmo Polaco”, una de las producciones literarias más importantes publicadas en ídish después de la Shoá, en la ciudad de Buenos Aires. Se destaca también, como lo he mencionado antes, por iniciar la colección de este proyecto colosal, con la entrevista que le hizo a Malka Owsiany (más tarde casada con Meir Nirenberg). Turkow era un periodista y escritor, tanto en ídish como en castellano, fue desde 1946 el director de la oficina de inmigración judía del HIAS para América Latina, y a partir de 1954 el representante del Congreso Judío Mundial para América Latina, y su principal figura cultural. Luego de su fallecimiento, la AMIA decidió establecer un “Centro de Documentación e Información sobre Judaísmo Argentino”, que honra su memoria. Sin duda, es una figura central para la historia del judaísmo argentino, que merece ser investigada más sistemáticamente, y recordada.
-Vos afirmás en tu investigación que “la memoria del Holocausto pasó a formar parte de la memoria colectiva de los judíos argentinos durante la era de la globalización”. ¿Podrías ahondar en esta idea? ¿Es un fenómeno particularmente argentino o responde a una tendencia global?
-Así es, es mi principal conclusión de una larga investigación, publicada en diversos marcos. A nivel macrosocial, existía en el seno de la colectividad judía una conciencia histórica relacionada con la Shoá desde la inmediata posguerra. Pero la legitimidad brindada al testimonio individual, y la importancia atribuida a los sobrevivientes del Holocausto en Argentina, se manifiesta a partir de la década de 1980 y como resultado de la democratización de la sociedad argentina. Ello forma parte de un fenómeno global, que hacia 1998 será definido por la importante investigadora judeofrancesa Annette Wieviorka, como “la era del testigo”.
La apertura de nuevos museos sobre la temática, iniciado por el Museo Federal-Memorial del Holocausto en la ciudad de Washington DC (1993), identificado con la figura de Elie Wiesel (quien visitó la Argentina a mediados de los ‘90), hizo lo suyo. Como lo hemos señalado, un modesto Museo del Holocausto se inauguró en Buenos Aires en 1995, y la difusión de esta temática a través de la publicación del Museo, “Nuestra Memoria”, fueron elementos decisivos. Asimismo, la recabación de centenares de testimonios en nombre de la Fundación creada por Steven Spielberg, liderada y coordinada por Graciela Jinich, la primera directora del Museo, contribuyó a la elevación de los sobrevivientes a un rango de celebridades, buscadas para ser entrevistadas por los medios periodísticos y televisivos.
El cine documental también contribuyó enormemente a este proceso, comenzando por el primer film documental de Bernardo Kononovich, “Achtung-Atención” (1992), en el cual fueron entrevistados sobrevivientes y sus hijos, como por ejemplo la entrevista a Jack Fuchs y su hija Marianne.
-En tu investigación has detectado que hubo dos enfoques ideológicos iniciales de sobrevivientes en Argentina: uno tendiente a la integración al país y otro al sionismo. ¿Cómo ha sido esta evolución en la historia?
-En efecto, hubo una tendencia sionista, e incluso algunos de los sobrevivientes radicados en América Latina primero inmigraron a Israel y luego siguieron camino hacia Sudamérica, como en el caso de José Moskovits, presidente de Sheerit Hapleitá –la Asociación de sobrevivientes de la persecución nazi- durante muchos años y representante legal de muchos sobrevivientes sudamericanos ante Alemania, para obtener compensaciones materiales. No obstante, primó en todo momento la tendencia integracionista y la identificación con el país de absorción.
-¿Hasta qué punto estos enfoques son actuales, o en qué medida estaríamos hoy frente a nuevos paradigmas con relación a la segunda y tercera generación de sobrevivientes?
-Hoy en día, ya no se trata de enfoques ideológicos, me queda claro que la mayoría absoluta de los sobrevivientes optaron por integrarse a las sociedades latinoamericanas. En algunos casos continuaron viaje a otro país, como Estados Unidos o Israel, en una edad más avanzada, siguiendo los pasos de sus hijos y nietos, o debido a la situación económica y política de un determinado país.
-Vos retomás la distinción entre los conceptos de memoria e historia. ¿Cómo se da esta dialéctica en el caso de la mirada sobre los sobrevivientes llegados a la Argentina?
-La historia del Holocausto fue ampliamente investigada, y continúa siendo investigada en universidades y centros recordatorios como Yad Vashem y el USHMM (Washington DC). Yo mismo he sido becado para investigar en estos últimos años en ambos centros que poseen prestigiosos institutos de investigación. Es una disciplina científica con sus reglas y enfoques académicos. La memoria del Holocausto es fragmentada, subjetiva, acude a los sobrevivientes e incorpora sus voces, si bien no siempre recuerdan detalles o datos históricos. Es necesario discernir ente ambos campos, sin desmerecer la importancia de los testimonios de sobrevivientes. En lo personal, creo que los sobrevivientes pueden aportar mucho, y en todo caso se debe interpretar sus declaraciones en función del estudio de la memoria colectiva.
-Hay una tensión entre la memoria individual y subjetiva que se encarna en el testimonio del sobreviviente y la investigación histórica. El testimonio del sobreviviente nos llega a través de diversos filtros. Al mismo tiempo el testigo es el depositario de la memoria y su testimonio es lo que buscamos preservar (archivo Spielberg, Zicarón Basalon, etc.) Pero sabiendo que de por sí solo no constituye la «verdad» de un proceso histórico. Vos como historiador ¿cómo lidias con esa cuestión?
-Tal como lo he definido en mi respuesta anterior, debemos respetar las voces de los testigos, aunque se equivoquen al brindar datos históricos. Nuestro deber como personas es escucharlos, pero a la vez tengo la obligación como historiador de respetar lo que demanda esta disciplina académica. Al investigar las narrativas y representaciones culturales de los sobrevivientes, utilizo herramientas analíticas del campo de la memoria colectiva. Cuando dicto clases sobre los años del Holocausto o investigo la historiografía de este fenómeno, me apego a los recursos y herramientas del historiador.
-En los testimonios de sobrevivientes que has trabajado: ¿has notado una tendencia a advertir su experiencia como incomparable e intransferible a otras tragedias personales? ¿O bien observas muchos casos que proyectan conexiones con experiencias traumáticas de genocidios de otro tiempo y espacio?
-La tendencia que se impone en América Latina según mi investigación, es universal y considera al Holocausto como una advertencia para toda la humanidad. Tal es el caso, a modo de ejemplo, de Jack Fuchs, Sara Rus o Lea Novera, para mencionar solo algunos sobrevivientes argentinos. No obstante, ello no implica que se acentúe en los testimonios la especificidad del Holocausto como un paradigma basado en el genocidio y persecución del judío como tal.
-Siendo la Argentina el único Estado latinoamericano que integra la Alianza Mundial para la Enseñanza del Holocausto, ¿cómo evaluas el papel del Estado en las últimas décadas en los procesos de desarrollo de la memoria histórica.
-Argentina ha cumplido un rol importante en esta Alianza de 34 países, comprometidos con la recordación, enseñanza e investigación del Holocausto. Los diferentes gobiernos, desde la presidencia de Fernando de la Rúa, hasta la actualidad, bajo la presidencia de Alberto Fernández, han asumido este compromiso claramente, como política federal educativa. No obstante, en un plano curricular mucho depende de las acciones y decisiones de los gobiernos provinciales, y de la centralidad de la formación docente en servicio, con capacitaciones en colaboración con el Museo del Holocausto, la DAIA, y en algunos casos también con Yad Vashem desde Israel.