Por Dios y por la Patria

"Moreshet" (Legado, Revista de Estudios sobre el Holocausto y el Antisemitismo, publicación del Instituto Testimonial Anilevich de Israel), reabre, en su número 100, diversos debates sobre el genocidio y la discriminación. Graciela Ben Dror se refiere allí, en su ensayo "Pío XII y los judíos durante la Shoá", a la aguda controversia en torno a las políticas de la Santa Sede en aquel tiempo.
Por Moshé Rozén, desde Nir Itzjak, Israel

Una pequeña ciudad, a 120 kilómetros de Varsovia: fiel copia de centenares de aldeas a lo largo y a lo ancho de Polonia. En horas tempranas de la tarde, el visitante se encontrará con calles arboladas, floridos jardines y calmo ambiente.
Frente al pintoresco mercado, el «Rynek», está la antigua iglesia, que conserva aún su originalidad medieval. El enorme portón está siempre abierto y, en la leve penumbra se percibirá, a toda hora, el susurrante rezo de algún parroquiano.
En las altas paredes, una detallada pintura al fresco relata el martirio de Jesucristo.
Pueden observarse legionarios romanos pero muchísimos rostros judíos, atuendos sacerdotales y papiros con letras hebreas.
No se escucha el eco del sermón dominical, pero es probable que, hace ocho décadas, muchos feligreses se hayan inspirado en aquellos muros para justificar la masacre, a manos de del invasor alemán, de sus vecinos, descendientes de aquellas figuras.
Una esquina de Buenos Aires: Corrientes y Uruguay, otoño de 1962: un sacerdote católico, Alberto Ezcurra, amenaza a los judíos, responsables tanto del asesinato de Jesús como de una «conspiración masónica y bolchevique».
Aquella iglesia en una aldea de Polonia y el sermón fundamentalista en una avenida porteña se asientan en similar diseño.
En su artículo, Graciela Ben Dror se refiere a la polémica iniciada hace 60 años con la obra El Vicario, drama teatral que relata el Concordato suscripto en 1933 por el Vaticano y la Alemania nazi. El obispo Pacelli, designado posteriormente Sumo Pontífice, representó a la Iglesia en aquel acuerdo.
El silencio de Pacelli-Pío XII ante la persecución y masacre de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial se enhebraría en el oscuro tejido de relaciones entre la máxima institución eclesiástica y el Tercer Reich.
El debate rompe el molde historiográfico y cultural para atravesar al ámbito diplomático cuando, en los años ‘90 del siglo pasado, la Santa Sede propone canonizar a Pío XII: el Estado de Israel y la comunidad judía de Italia consideran que la beatificación amerita una previa y absoluta verificación de la política papal frente al Holocausto.
Otro dramático hito en esta confrontación se marca a principios del 2019, cuando el Papa Francisco anuncia la apertura de archivos que facilitarán el acceso público a la documentación de aquella época.
La complejidad del tema radica en su trascendencia fuera del marco biográfico individual de Pío XII, pues la Iglesia se define a sí misma como un organismo totalmente jerárquico cuya cúpula mayor reside en Roma. En tal sentido, las actitudes de Pacelli afectan al conjunto de la institución, inclusive antes de asumir la investidura papal, cuando ejercía el cargo de Secretario de Estado del Vaticano.
En octubre de 1934, Pacelli es promotor del Trigésimo Cuarto Congreso Eucarístico, desarrollado en Argentina. En su presencia, el Arzobispo de Buenos Aires, Santiago Luis Copello, saludó a la bandera hitleriana en la Catedral de San Isidro Labrador.
¿Acaso la apatía evidenciada por Pío XII ante el genocidio de millones de judíos se inscribe en las inclinaciones filogermanas de ministros eclesiásticos, registradas con anterioridad al estallido de la Segunda Guerra Mundial?
La Dra. Ben Dror señala que dicha controversia dista de ser clausurada, pero la incidencia de prejuicios teológicos antisemitas amalgamados en intereses políticos coyunturales se observa en Europa y América Latina en el transcurso de múltiples etapas y situaciones: el periódico nacionalista Cabildo, en diciembre de 1942, al referirse a la multitudinaria protesta antinazi convocada conjuntamente por la comunidad judía y corrientes diversas de la sociedad civil argentina, sostuvo que (el acto público en el Luna Park) «es una evidencia más de la identidad ideológica entre judaísmo y comunismo».
Como se sabe Cabildo fue –también- el nombre adoptado por la revista vocero de la derecha clerical en 1973, que alertaba «a la patria» contra «el complot tramado por el sionismo y la subversión».
En los años ‘40 del siglo pasado, Alberto Ezcurra Medrano decía: «Se debe conocer al judaísmo en toda su espantosa gravedad». Transcurrieron 20 años y su hijo, Alberto Ezcurra Uriburu, retomó ese mensaje en su arenga en la esquina de Corrientes y Uruguay: un puente paralelo al «Cabildo» de los dos tiempos.
La exhibición de El Vicario, la pieza teatral que movilizó el debate sobre Pío XII, fue prohibida en Argentina, en 1966, por un decreto, fruto de presiones públicas del Arzobispo de Buenos Aires y Primado de Argentina, Antonio Caggiano; el gobierno de la Unión Cívica Radical trató de eludir choques con el cardenal, que adoctrinaba en los cuarteles contra la expansión del ideario comunista.
La posición gubernamental frente a El Vicario era semejante a la adoptada en otros ámbitos sociales: evitar la ira de círculos militares y eclesiásticos opositores. Pero, poco tiempo después de censurada la obra, el coronel Perlinger le solicitó al Presidente Illia que abandone su despacho.