Creada por la escritora judía Amy Sherman-Palladino, La Maravillosa Señora Maisel (The Marvelous Mrs. Maisel) se estrenó en 2017 y dio poco de qué hablar por estos pagos. En Estados Unidos, sin embargo, ganó Emmys, Globos de Oro y 64 premios que incluyen: Mejor Serie, Mejor Guion, Mejor Dirección, Mejor Casting, Mejor Actriz Protagónica, Mejor Actriz de Reparto, Mejor Actor Invitado, Mejor Musicalización, Mejor Vestuario de Época, Mejor Producción, Mejores Peinados… Las principales calles de Nueva York (donde transcurre la serie) están empapeladas con afiches de su protagonista, Rachel Brosnahan, quien da vida a la Sra. Maisel.
Miriam Maisel es un ama de casa neoyorkina, veinteañera, de fines de los ‘50. Tiene una vida soñada (o eso cree) en un piso precioso del Upper East Side, donde reside la gente de clase acomodada. Sus padres refinados, los Weissman, viven en el apartamento de abajo y la ayudan a cuidar a sus hijos. Miriam está muy enamorada de su marido, Joel Maisel, y hace lo imposible para complacerlo. Él quiere dedicarse a la comedia, quizás en serio, tal vez como pasatiempo, todavía no lo tiene claro.
Miriam lo apoya en todo: le consigue shows en un bar y hasta le escribe los chistes. Ella siempre fue verborrágica y divertida. Culturalmente, no le molesta vivir a la sombra de su marido (o eso cree); levantarse cada día media hora antes que él a maquillarse, peinarse y volver a la cama para hacerle creer que se despierta así de hermosa naturalmente. Hasta que un día, Joel le confiesa que tiene un romance con su secretaria. Él se siente estancado, abrumado por lo “maravillosa” que es Miriam, y la deja. La vida de ella queda patas para arriba. La Sra. Maisel se emborracha en Yom Kippur, va al bar donde él solía actuar y se desquita con un improvisado monólogo de stand-up por el que terminan arrestándola. Ese es apenas el comienzo de la historia.
El disfrute como estandarte
La Maravillosa Señora Maisel es, probablemente, la ficción más disfrutable de la última década. Así como Miriam, que siempre vivió pendiente de los deseos de Joel, ahora debe descubrir su propio deseo, su propio goce, la serie parece diseñada para disfrutar tanto o más que ella su viaje de autoconocimiento y realización personal. El elenco hace reír a carcajadas; en especial Abe, el padre de la protagonista, intelectual y neurótico; y Susie, la tragicómica mánager de Miriam. Los diálogos son ingeniosos, veloces, mordaces. La idiosincrasia judía es un condimento extra para cualquiera que la conozca de cerca, y un atractivo original para aquellos que la desconozcan. La serie no teme adentrarse en escenas emotivas o ideológicamente profundas cuando la trama lo amerita, aunque casi siempre termina relajando la tensión con un chiste.
Estéticamente, es igual de placentera. Hay escenas que son verdaderas coreografías. Discusiones en medio de bailes complicados, o en una ajetreada centralita telefónica, más propias de una comedia musical que de una serie de TV. La música, la moda y los paisajes nos llevan de paseo por una Nueva York deslumbrante, por Las Vegas, y hasta por París.
Cuando en el relato aparece un número artístico, ya sea un monólogo de stand-up, un show musical o una obra de teatro, se lo muestra completo. No se apresura la trama ni se corta rápido a otra cosa. Dejan saborear el despliegue de talento, sin prisa, con la convicción de que el público lo va a agradecer. Y en estos tiempos de pandemia, aislamiento e incertidumbre obligatoria, vaya si se agradece.
El nuevo rol de la heroína
Hay una frase que afirma que no se va a lograr la igualdad cuando una mujer sea protagonista, sino cuando una mujer egoísta (o incluso imbécil) sea protagonista. Aplica tanto para la ficción como para la política y el mundo de los negocios. Hace rato que los antihéroes varones colmaron la pantalla y los puestos de liderazgo. Hombres fallidos, poco capacitados, estúpidos, borrachos, miserables, a veces en busca de redención, otras veces ni siquiera eso. Los Homero Simpson, los Tony Soprano, Walter de Breaking Bad, Don de Mad Men, Michael Scott de The Office.
En los últimos años, el feminismo logró que mujeres empoderadas protagonizaran más historias. Sin embargo, durante un tiempo, esos personajes sólo eran: o víctimas, o la Mujer Maravilla. O la criada en busca de liberación de The Handmaid’s Tale; o mujeres que eran súper mamás, brillantes en su trabajo, perfectas en el sexo y en cada ámbito de la vida. Mrs. Maisel vino a proponer un nuevo arquetipo. Ella no es una antiheroína. Es maravillosa, sí, como el título indica. Pero también comete errores. Es una madre imperfecta, es ingenua, desubicada, caprichosa e impulsiva. Se emborracha, se pone en tetas y se arrepiente. A veces no sabe qué quiere. Lastima a la gente que ama. Entiende que no puede con todo. Pide perdón. Pide ayuda.
La serie podría haber tomado el camino fácil y hacer de Joel Maisel un villano, un exmarido tóxico. En cambio, es uno de los personajes más entrañables. El público puede identificarse con él, y es claro por qué Miriam todavía lo ama (y sigue usando su apellido). A un cómico que la ningunea por ser mujer, ella le responde: “Nosotras podemos hacer lo mismo que ustedes, y con tacos altos”. Es cierto. Pero también es cierto que Mrs. Maisel abrió las puertas a nuevas heroínas que pueden equivocarse. Mujeres humanizadas que no cargan con la presión de tener que hacer todo perfecto.
* Andrés Pascaner es escritor y guionista de televisión. Fue guionista de la biopic Maradona: Sueño Bendito y autor de la serie El Marginal.