Mi experiencia peronista

Con el documental “Perón y los judíos” como disparador, el escritor Ricardo Feierstein propone un delicioso recorrido en el que recopila -en diferentes postales, con sus correspondientes frentes y anversos- algunas anécdotas vivenciales que giran alrededor del fenómeno peronista.
Por Ricardo Feierstein

-El agua caliente quema. Pero el agua tibia hace vomitar.
El joven de 19 años que yo era entonces quedó impresionado por la metáfora que uno de los profesores pronunció en la reunión del Consejo Directivo de la Facultad de Arquitectura. Una fórmula que atravesaba mis constantes pruritos intelectuales. Al fin algo a lo cual aferrarse: se es progresista o reaccionario, nazi o judío, corrupto o ético, verídico o mentiroso. Se está con los de arriba o con los de abajo, qué tanto embromar.
Pasaron algunos años hasta que me permití revisar esa adhesión. Influyó una charla de juventud sobre el tema “lógica formal y lógica dialéctica” y, admití bastante después, mi experiencia vivencial con el fenómeno del peronismo. Todo cambia, todo el tiempo.
La reciente visión del film “Perón y los judíos” y la discusión con su realizador Shlomo Slutzky, trajeron al presente esa necesidad de una definición más cautelosa y matizada sobre un ejemplo que puede simbolizar el nudo de la cuestión.
¿Soy Peronista? ¿Soy gorila? ¿A veces sí y a veces no?
Una suave catarata de imágenes amenazó sepultar estas preguntas. Las ordené en ambas variantes de significado.

Postales (frente)
1) Ingreso en la escuela primaria de mi barrio de clase media baja, en Villa Pueyrredón. Doy examen libre de los grados primero y superior e ingreso al segundo grado con apenas seis años. En mi octavo cumpleaños escribo una carta a Evita. A vuelta de correo, recibo un par de zapatillas blancas, camiseta y pelota de básquet como regalo. No puedo creerlo, mi familia tampoco. Es mi debut deportivo en el colegio.
2) Tengo 9 años y curso 5to grado (la escuela me ha premiado con un “Guion Sanmartiniano” como mejor alumno, pero sigo siendo un pequeño tímido y reservado). El rector Aragón -hombre de aspecto severo, voz gruesa y pantalones de ancha botamanga al que todos temíamos- ingresa al aula. Cuchichea unas palabras con el joven maestro, luego me llama y anuncia: “Este alumno ha sido elegido como representante de la escuela para concurrir al velorio de Eva Duarte de Perón”. Lo que sigue fue un sueño: viaje en ómnibus, fila en las calles lluviosas, mate cocido que sirven los soldados mientras esperamos. Desde los palcos de un gran edificio veo el ataúd de cristal, gente que desfila besándolo, triste presidente a la cabeza del féretro. Mi familia solicita detalles. Los relato como puedo.
3) Año 1954. Escuela secundaria. Curso Ejercicio Físico en la U.E.S. (Unión de Estudiantes Secundarios), un predio que impone largo viaje en colectivo. Realizamos calentamiento, gimnasia, picado de fútbol. Al volver al vestuario, mientras comemos sándwich de jamón y queso y Coca-Cola que se entrega a cada chico, por la puerta aparece el general Perón. El único que sabe reaccionar es el negrito Naya (cuyo padre es suboficial del Ejército): se cuadra en posición de firmes y grita: “¡Buenas tardes, mi general!”. Perón se acerca y estrecha la mano a cada uno, pregunta si nos han dado de comer, queda conversando unos minutos. Tiene la sonrisa más seductora que jamás he encontrado en otros (Borges decía que era la misma de Carlos Gardel). Difícil de describir: contenedora, franca, maravillosa. Un tío cariñoso al que, para mi sorpresa, se le marcan en la cara señales como de viruela, que no aparecían en las fotos del diario “Crítica”. Nos hizo sentir protegidos y felices.
4) Día de elecciones. Mi madre -gracias al voto femenino que impulsó Evita- participa por primera vez en la compulsa electoral. Pregunta a los hijos a quién debe votar. “¡A Perón!”, contestamos los tres al unísono. Ayuda a los chicos y a la gente como nosotros. Y papá ha podido, en esos años, comprar nuestra casa y hasta pensar en agrandarla, con un crédito del Banco Hipotecario, que jamás le hubiera concedido un banco privado.
5) Inicios de años ’60. El partido político al que pertenezco tiene nueva línea: infiltrarse en el peronismo. No alcanzan discusiones de café y programas maximalistas sobre una Revolución que nunca llegará. Hay que acompañar a sus futuros portadores, identificarse con ellos “desde adentro” para despertar su conciencia de clase. Pero en la Facultad de Arquitectura casi no hay peronistas. ¿Con quién hablamos?
6) Mesa familiar del domingo. Uno menciona las conquistas del peronismo: aguinaldo, vacaciones, ley de la silla (¿) y otras. “Proyectos socialistas anteriores, él sólo las reglamentó” contesto, según lo aprendido en las filas partidarias. Mi madre interrumpe: “No es lo mismo proponerla que imponerla. De soltera, yo trabajaba ocho a diez horas diarias -como vendedora- en una casa de modas para gente de la alta sociedad. Prohibido sentarnos. Todas debíamos estar de pie por si ingresaba una clienta al local. Várices, calambres, dolor de espalda y cintura. Esa ley nos salvó la vida…”. Se hace un silencio.
7) Año 1989. Carlos Menem, próximo presidente de Argentina, ingresa a la cancha de tenis de Ciudad Universitaria junto a su secretario Ramón Hernández. Separados por una decena de metros, mi hermano y yo disputamos un partido individual. Él se acerca, nos estrecha las manos con una gran sonrisa (¡casi tan seductora como las de Gardel y Perón!), conversa unos minutos y vuelve a su lugar. Cada tanto una pelota se desvía y nos la devolvemos con gentileza. Los empleados del club se amontonan a su alrededor para una foto. No sería mala idea tener esa imagen en la billetera en los años que vienen, pero decidimos no hacerlo, aunque él se ha mostrado tan amable.

Veterano del entierro de Evita, edad anómala para esa misión (9 años), junto a sus compañeros del grado, todos dos años mayores

Postales (dorso)
1) Nuestra pequeña escuela primaria, en la calle Tequendama (luego, Gabriela Mistral) se llama Tomás Perón. El profesor de Música compone el himno del establecimiento, que los chicos entonamos antes de ingresar al aula. La primera estrofa: “Tomás Perón/ fue el abuelito/ de nuestro líder/ don Juan Perón…”. Aburridos de entonarla cada mañana, los niños inventamos formas de resistencia: cuando el maestro comienza a tocar el piano, muchos de nosotros abrimos la boca y gesticulamos (como en un play-back) pero sin emitir sonido alguno. No pueden individualizarnos. Travesuras.
2) Tenemos un Buick 38, nuestro primer y único coche, que durará un par de años. Guarda el vehículo en un estacionamiento cercano, sobre la misma avenida Mosconi. El dueño es don Manuel, un español ya mayor. Luego de dejar el coche en su lugar, mi padre comenta en voz alta su descontento con una medida del gobierno. La respuesta es insólita. Manuel le rodea el hombro con su brazo y dice: “Venga, don Isaac, tengo en la oficina un vino de la mejor cosecha que envió mi sobrino. Tiene que probarlo”. No puede rehusarse. Cuando entran al cuartito, el encargado cierra la puerta y le dice: “¿Usted está loco? ¿Cómo comenta en voz alta contra el gobierno? El señor que entró después de usted trabaja para la Sección Especial de la policía. Haga lo que quiera, pero con estas cosas no se juega: usted tiene mujer e hijos, tenga cuidado. Le puede costar caro”. Mi padre, muy impresionado, relata esta anécdota cuando vuelve a casa.
3) El tío Bernardo nos regala -a mi hermano y a mí, adolescentes- una cachiporra. Trozo de manguera de goma, corto y angosto, cerrado en ambos extremos. En su interior, pequeños bulones de hierro. Arma flexible y efectiva, que puede llevarse escondida y cuyos golpes son muy dolorosos. Sabemos que le quedó desde cuando integraba un grupo de defensa de su club deportivo judío, a finales de la década del ’40, atacado a veces por patotas nazis de la Alianza Libertadora Nacionalista.
4) Dos hombres –robustos, aspecto marcial- ingresan al negocio. Mi padre está cosiendo un traje a medida que le han encargado. Nos envía al interior de la casa. Por la noche, cuenta que llegaron a verlo de la Sección Especial de policía, por un aviso que había publicado en el periódico comunista. Les dijo que no entendía nada de política. “Soy un sastre y quise hacer propaganda para mi negocio. No leo ese tipo de diarios, en mi casa no entra la política”. Parece los convenció, porque no volvieron.
5) Estudiamos en la escuela el libro “La razón de mi vida”, de Eva Perón. Los nombres de ella y de su esposo se repiten, cada vez más: calles, avenidas, urbes (La Plata, Ciudad Infantil de los Niños), barcos, hoteles, escuelas, provincias… A los chicos no nos molesta demasiado.
6) El gobierno es derrocado en setiembre de 1955. Cantitos obscenos circulan por las calles, los chicos repetimos esas estrofas. En mi escuela, cuando ingresa el profesor de “Cultura Ciudadana” (rebautizada “Educación Democrática” por el golpe triunfante) hay silbidos y abucheos. El docente está nervioso y no sabe qué hacer. Articula una frase: “Tengan cuidado, chicos. Tengo más años que ustedes y sé que estas cosas cambian con el tiempo. No se embarquen para siempre en un odio circunstancial”. Nadie lo escucha.

Más frentes: Leyes sociales. Industrialización del país. Populosa clase media a la que pueden ascender obreros, artesanos y pequeños comerciantes como mi padre. Fundación Evita. Hoteles populares en Chapadmalal y Córdoba. Inmensa lista de prioridades a favor de los humildes y el progreso de la sociedad. Línea nacional y popular, que los años del kirchnerismo retomarán como parte progresista de ese movimiento.
Más dorsos: Alianza Libertadora Nacionalista. Jerarcas nazis de alto y mediano rango llegando al país clandestinamente tras el fin de la guerra bajo protección gubernamental: Eichmann, Priebke, Mengele, Schwamberger, croatas de Ante Pavelic. Informantes barriales controlan pensamiento de la población. Tacuara. Patotas sindicales. Triple A. López Rega. Nefasta y neoliberal presidencia de Carlos Menem.

Conclusión ¿dialéctica?
¿Qué es el peronismo, en suma? En la citada película de Slutzky, hacia el final, el director reúne en el Museo Evita al historiador israelí Ranaan Rein y al periodista y escritor Abrasha Rotenberg. El primero, vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv, recuerda que ha recorrido todos los discursos de Perón y Evita así como sus decisiones políticas y de ninguna manera puede mencionarse alguna actitud antisemita. Rotenberg (nacido en 1926), que vivió personalmente esos años, tiene en cambio una mirada muy negativa respecto al régimen peronista a partir de sus experiencias vivenciales. Y los dos tienen sus razones.
Entre otras calamidades, el Posmodernismo ha traído la posibilidad del vaciamiento de sentido en el lenguaje, reduciéndolo a una cáscara que cada uno llena con necesidades del momento. La palabra han ido desapareciendo en la comunicación electrónica, reduciéndose a una letra que la representa o, cada vez con mayor frecuencia, a íconos (emojis) representativos de estados de ánimo. Supongo el próximo paso será la vuelta a la escritura rupestre de la prehistoria.
El peronismo se transforma en una especie de significante incompleto, donde pueden confluir corrientes fascistas y marxistas. Y no sólo ellos.
Socialistas se unen a la ultraderecha en la ciudad de Buenos Aires y aprueban espantosos proyectos neoliberales (hace unos años, su propio candidato a presidente afirmó que la sociedad se mueve por “la mano invisible del mercado”). Revolucionarios trotskistas ayudan con su abstención a que Macri se imponga por mínima diferencia al peronista Scioli porque “ambos son lo mismo” y llegan cuatro años de destrucción del país, empobrecimiento y venta de todo lo transable a multinacionales. Nostálgicos de la dictadura genocida de Videla desfilan clamando defender república e instituciones. Conspiranoides, libertarios y anticuarentena gritan ser defensores de la democracia y la Constitución mientras niegan la pandemia y apoyan fusilar por la espalda a pibes sospechosos. En Alemania, manifestaciones que niegan el coronavirus e intentan ocupar el Parlamento -como Hitler en 1933- reúnen terraplanistas, nazis y veganos, comandados por una médica homeópata, profesora de yoga y antivacuna, que se proclama pacifista. Sionistas que fundaron un Israel socialista están en minoría frente a religiosos fundamentalistas unidos a colonos derechistas. Nuevos paradigmas con nombres viejos.
Una mirada dialéctica trataría de englobar tan distintos puntos de vista. Todo lo expresado es verosímil, pero no simultáneo. El “peronismo” no es una sola posición, sino que ha ido variando -de manera insólita, de extremo a extremo del arco político- y cada vez, en su mirada pragmática, revela una poderosa fuerza de resurrección en la memoria colectiva.
Como aseguraba Jorge Luis Borges en su poema a Buenos Aires, frente al avance neoliberal impiadoso y vengativa que aparece cada tanto para endeudar y destruir el país, “no nos une el amor, sino el espanto”. El horror ante una alternativa que no ofrece ninguna esperanza, salvo ampliar la terrible injusticia del mundo.
Este recorrido sólo pretendía recopilar algunas mínimas anécdotas vivenciales. No supone una valoración del fenómeno peronista ni una opinión política.
¿Será así?