El acuerdo de normalización entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein

Paz entre amigos

La paz siempre suena bien. Pero en este caso, falta un detalle importante, casi se podría decir elemental: la guerra. En los acuerdos de normalización entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahrein, quienes más celebraron son quienes estuvieron prestando menos atención.
Por Kevin Ary Levin *

Tras la firma del 15 de septiembre, se formalizan los lazos diplomáticos entre Israel y los Emiratos y entre Israel y Bahrein. El acuerdo, que habla de comenzar “un nuevo capítulo de paz” en la región, fue celebrado como una proeza diplomática de los tres países mezzo-orientales y de Donald Trump, que necesita anotarse un logro diplomático de cara a las elecciones decisivas de noviembre y mientras su país se acerca a los 200.000 muertos por COVID. A Netanyahu tampoco le viene mal, a medida que Israel reingresa a la cuarentena estricta y no desisten las protestas frente a su residencia oficial.
Sin embargo, por más aceitada que esté la maquinaria de relaciones públicas de los cuatro gobiernos involucrados, es absurdo comparar estos acuerdos con la paz celebrada con Egipto en 1979 y con Jordania en 1994.
Incluso dejando de lado que nunca hubo derramamiento de sangre entre los tres, está la cuestión de los lazos comerciales ya existentes y la larga historia de encuentros diplomáticos. En los últimos años, las transformaciones políticas en la región aportaron un empujón certero para el establecimiento de vínculos formales, a partir del percibido fortalecimiento de la presencia iraní en la región y la aparición de focos de conflicto que desplazaron el tema palestino-israelí. Junto a la amenaza iraní percibida por Bahrein, EAU y sus aliados en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), estos países han visto el deterioro marcado de sus relaciones con Turquía como reflejo de intereses cruzados en Siria, Yemen y Libia, así como la voluntad del líder turco Erdogan de posicionarse como protector de los palestinos. Además, ven con preocupación el rol desestabilizador de su vecino, Qatar. Si bien no son éstos los únicos motivos, vemos en esta dinámica motivaciones para afianzar su ya estrecho vínculo con Estados Unidos a través de su aliado especial en la región, Israel.

Una alianza conservadora
Lejos de constituir un momento revolucionario, la formalización de los vínculos representa una iniciativa conservadora, en tanto está motivada por el temor a los actores revisionistas que desafían el orden regional establecido y que la Primavera Árabe llevó a la primera plana. Al frente de esta iniciativa está el príncipe heredero de Abu Dhabi, Muhamad bin Zayed (MBZ), quien ejerce como líder de facto de EAU. Utilizando la vasta fortuna petrolífera a su disposición y con el ejército más potente del mundo árabe, MBZ involucró a su país en varios conflictos locales para afirmar su posición en contra de intereses iraníes y de grupos islamistas como los Hermanos Musulmanes. En la lógica de MBZ, los movimientos por la democracia en la región con el potencial de llevar al poder a grupos islamistas son una amenaza al orden regional, a las monarquías conservadoras del CCG y a su modelo de inserción en el orden internacional bajo la protección estadounidense. Este acuerdo le abre la puerta a una alianza ante una avanzada de Irán y de sus aliados, oportunidades económicas y potencialmente nueva tecnología militar. MBZ está muy interesado en acceder a los F-35, por ahora exclusivos para Israel en el Medio Oriente. Además, la tecnología israelí resulta tentadora para un país que debe diversificar su economía para reducir la dependencia en petróleo. En términos de ‘soft power’, MBZ logra mediante el acuerdo marcar su rol como pionero en la región (sacudiéndose décadas de figurar tras la sombra de Arabia Saudita) y proyectar una imagen de país musulmán moderado y pro mercado.
Desde un lugar menos cómodo, lo de Bahrein es también la crónica de una normalización anunciada. La última década dejó en plena evidencia que Bahrein es el punto más débil del CCG. Su monarquía sunita debió ser salvada por la intervención directa de sus vecinos y aliados de una revuelta popular shiíta, motivada por la falta de derechos y oportunidades y parcialmente bajo influencia iraní. Desde entonces, la dinastía al-Jalifa se prepara para otro enfrentamiento. El diminuto país de 1,6 millones de habitantes debe resolver además una crisis de deuda externa provocada por la caída en los precios de petróleo, sabiendo que no puede darse el lujo de imponer políticas de austeridad por miedo a despertar una nueva revuelta y necesita diversificar su economía ante el inminente agotamiento de sus recursos energéticos. Israel y EE.UU. representan potenciales ayudas ante estas crisis.

Las lecciones y la pregunta a futuro
A pesar de las largas raíces históricas del acuerdo, es posible extraer lecciones y aspectos a reflexionar de cara al futuro. En primer lugar, resulta interesante lo rápido que quedó desechado el “Plan del Siglo” de Trump con sus promesas de anexión de partes de Cisjordania y una paz irreal con los palestinos, presentado tan sólo en enero. Lejos de concretar cualquiera de sus supuestos objetivos, el plan sirvió únicamente como referencia para la normalización. Los países del golfo buscan vender la idea de que su acuerdo evitó la anexión prometida por Netanyahu en su campaña y luego plasmada en la propuesta de Washington. En Jerusalén, aclaran -para evitar la huida de la derecha dura- que estos planes siguen en la mesa, aunque trascendidos afirman que la parte secreta del acuerdo los empuja hasta el 2024. Lo cierto es que, más allá de lo que afirmen los “petromonarcas”, la normalización sin condiciones les saca a los palestinos uno de los pocos incentivos que podían tener a su disposición para propiciar una retirada territorial israelí. Netanyahu sabe esto y aprovecha para celebrar que es posible hacer “paz por paz”, sin tener que hacer concesiones.
Por más que se autofelicite, el acuerdo expuso algo que la izquierda israelí viene diciendo hace tiempo: incluso países no democráticos de la región deben cuidarse de ser percibidos como habiendo abandonado a los palestinos. Por lo tanto, tuvieron que sacar a la anexión de la agenda antes de firmar la paz.
Mientras tanto, se activan las apuestas sobre quién será el próximo país árabe en tomar este paso: tal vez sea Omán, cuya orientación de política exterior bajo el nuevo sultán es menos clara; o Marruecos, que, sin ser del CCG, comparte muchos de sus intereses con estos países.
Finalmente, la gran incógnita es cuál va a ser el paso que tomará el liderazgo palestino, con quien Israel sí tiene un conflicto muy real. Aunque Abbas y sus aliados y opositores condenaron el acuerdo, una condena demasiado ruidosa amenaza con acentuar el aislamiento político palestino. Está claro que a las cuatro partes involucradas en los acuerdos les serviría un recambio generacional que produzca un liderazgo palestino nuevo, más dispuesto a aceptar su debilidad relativa y una posición secundaria ante los conflictos que movilizan a este nuevo Medio Oriente. Este es un escenario futuro posible, pero no el único. Mientras tanto, los acontecimientos recientes dan un nuevo sentido a una frase que a esta altura es un cliché: la paz se hace con los enemigos.

* Sociólogo y docente. Magister en Estudios de Medio Oriente, Sur de Asia y África (Columbia University).