El jefe del Gobierno, Ehud Olmert, no esconde su apuro por poner en marcha la desconexión de Cisjordania. De hecho, ya afirmó ayer que Israel definirá sus «líneas rojas». «Después, añadió, debería haber negociaciones con Estados Uidos y la comunidad internacional» sobre las fronteras definitivas, soslayando a los palestinos.
El ex laborista Haim Ramon, número siete de la lista de Kadima, explicaba el calendario de Kadima: «Si ganamos, los primeros cien días se dedicarán a comprobar si podemos negociar con Abú Mazen. El segundo requisito es que Hamas reconozca a Israel, renuncie a la violencia y acepte los acuerdos firmados por la OLP con Israel. Si en seis meses o un año nos damos cuenta de que nada ha cambiado, aplicaremos medidas unilaterales. Somos lo suficientemente fuertes para decidir nuestro destino. Lo que no puede continuar es este statu quo».
El hartazgo por el estancamiento en el conflicto con los palestinos se percibe en toda la sociedad israelí, que en su gran mayoría no responsabiliza a sus sucesivos gobiernos por el deterioro de la situación.
El socio más próximo de Olmert es el Partido Laborista. Isaac Herzog, número dos de la lista laborista, está persuadido de que el empobrecimiento de la clase media durante los últimos años pasará su factura a Kadima, cuyos máximos dirigentes, entonces ministros del Likud, apoyaron las políticas neoliberales del entonces Ministro de Hacienda y hoy aspirante del Likud, Benjamín Netanyahu.
A poco que el laborismo arañara algún diputado más, y sumados a la media docena que se pronostican para Meretz, la izquierda podría poner en aprietos a Olmert.
Al decir de varios de sus colaboradores, el Primer Ministro se equivocó al haber afirmado que la victoria estaba cerrada: las encuestas conceden a Kadima 36 o 37 escaños, cuando en enero alcanzó 44.
A menos de 24 horas del inicio de los comicios, la incertidumbre es un dato muy presente entre los políticos israelíes.