En cierta medida, los tres principales candidatos a primer ministro -Ehud Olmert (Kadima), ‘Bibi’ Netanyahu (Likud) y Amir Peretz (Partido Laborista)- le deben a Sharón su condición de jefes de sus respectivos partidos. Olmert, porque siguió fielmente a su amigo y jefe político y se encontró con el liderazgo de Kadima luego de su enfermedad. Netanyahu, porque nunca habría liderado el Likud de permanecer Sharón en el partido. Y Peretz, porque se aprovechó del caos y la necesidad de cambio de un Partido Laborista al que Sharón había robado su estrategia con los palestinos con la retirada de Gaza, y a Shimon Peres.
Tal vez sea por esto que ninguno de los tres genere pasiones mayores en el electorado. Las mismas encuestas que dan a Olmert como ganador indican que un tercio de los israelíes piensan que es un arrogante y un corrupto. Es difícil ser más odiado que Netanyahu, y Peretz -pese a que el 35% lo consideran el más ético de los candidatos- no puede quitarse de encima cierta la imagen de idealista y, sobre todo, su condición de judío de origen marroquí (sefardí) en un juego dominado por los judíos de ascendencia occidental (askenazís).
Si a estas limitadas pasiones se le une que todo el mundo da por hecha la victoria de Kadima, el resultado es sido una campaña aburrida, en la que el condimento lo han puesto las acusaciones de corrupción de las que no se salva ningún partido y la victoria de Hamas en las elecciones palestinas.
Mientras Netanyahu hacía flamear el temor por el auge islamista y Peretz intentaba, con escaso éxito, centrar la atención en los asuntos internos y la agenda social, Olmert se refugiaba en la imagen de Sharón.
Las encuestas son claras a la hora de bendecir a Kadima: 37 escaños de los 120 de la Kneset. Las incógnitas se limitan a si el Likud o los laboristas quedarán en segundo lugar y qué socios de coalición elegirá Olmert, quine deberá decidir si mira a derecha o izquierda.
Esta vez parece no ser que los colonos han marcado la agenda política con su furia desde los territorios ocupados, es más: existe un consenso israelí de que hay que sacrificar algunas colonias para delimitar las fronteras unilateralmente y separarse físicamente de los palestinos.
El viejo halcón visualizó este panorama, por eso, y a pesar de su enfermedad, puede decirse que éstas son las elecciones de Sharón.