Pandemia, trauma y conspiración

De pronto el mundo tal y como lo conocíamos se detuvo…. O empezó a girar para otro lado, lo imposible se volvió real, una distopía con gusto a sopa de murciélago, la nieve de la muerte en una viñeta del eternauta. Aquello que Freud llamó “lo siniestro”, lo familiar que se vuelve ajeno, extraño, una gripe que no es una gripe. Calles de nuestro barrio que son un museo de cómo se vivía “antes”. Si la vida vuelve a ser algo parecido a lo que era volverá con nombre de película futurista clase B en donde todos tienen la misma altura, y caminan con cara de nada vestidos de blanco: “Nueva Normalidad”. Cuarentena. Subordinación y barbijo para servir a la patria. No todos pueden.
Por Por Laura Kitzis *

La bolsa o la vida

“Él estaba obsesionado por el Plan, y en el Plan habíamos metido muchos otros componentes: los Rosacruces, la Sinarquía, los Homúnculos, el Péndulo, la Torre, los Druidas…”

                                                                    (Umberto Eco, El péndulo de Foucault)

Hay un chiste, un hombre es asaltado, un ladrón lo increpa: “La bolsa o la vida”, a lo cual el hombre pregunta: “¿Si le doy la vida, me deja la bolsa?”. Yo lo conocía de chica, pero lo volví a escuchar en la Facultad, porque Lacan lo utilizó en el Seminario XI, para reflexionar sobre las vicisitudes del deseo, la alienación y demás yerbas. En la disyuntiva entre la bolsa (el todo ilusorio) y la vida, es forzoso hacerlo por la vida, sin embargo, al elegirla se paga un precio: la bolsa.

Vivir tiene un precio. Toda elección lo tiene. Toda elección implica una pérdida, pero esa pérdida, y el espacio que deja vacante es al mismo tiempo, la condición de posibilidad de establecer un nuevo lazo, de seguir buscando la “bolsa” perdida de cada uno, motor y causa de deseo.

Volví a recordar el chiste cuando vi las marchas anticuarentena. ¿Qué goce idiota se satisface ahí? Terraplanistas, antivacunas, Iluminatis, Club Bilderberg, Bill Gates y el 5G, Soros y el Nuevo Orden Mundial (había, de hecho, una bandera en la primera marcha que decía “Soros o Perón”). ¿Cuál es la eficacia de las teorías conspirativas?

En primer lugar, formar parte de una comunidad, en un momento en el cual nuestros lazos socio/personales han sido cortados de cuajo, integrar un grupo de esclarecidos que están en posesión de una verdad. Aquella que sólo unos pocos iniciados conocen. Son los únicos que pueden ver el poder invisible que actúa en las sombras. Se dan el lujo incluso, de ser antisistema. No es necesario haber transitado por una terapia lacaniana para saber cuánto alivio produce ponerle palabras a lo traumático, darle un origen, una finalidad, un sentido.

Si existe un plan, si surgió de un laboratorio, si el virus no es, si la cuarentena es un designio de Soros y no la brutal consecuencia de la pandemia, entonces esto siniestro que no puede ser pensado, ni imaginado, esto que no se enlaza con nada a lo cual se le pueda poner nombre y que sólo se lo cifra en infectados y muertos que crecen día a día, que no es visto ni narrado ni simbolizado, esto tiene, pues, un sentido. Existe un plan, existe un orden en el mundo, no estoy sometido a una infinitesimal micropartícula azarosa y ciega que se hospeda en mi cuerpo y se multiplica por centenas de miles tal vez sin que yo lo sepa.

Somos básicamente seres de relato, seres narrativos, nos gusta -cuando tenemos miedo- que nos cuenten un cuento para poder dormir. Nuestra mente más que un procesador cognitivo, es un procesador narrativo, (emplear la lógica, analizar datos y construir argumentos, demanda muchísimo más esfuerzo que recordar una historia impactante). Las teorías conspirativas llenan ese vacío, suturan esa imposibilidad de conocerlo todo, son un mecanismo de defensa eficaz contra la angustia de la incertidumbre. Permiten que no nos infecte el virus de la duda, esa jactancia de los intelectuales.

Lo viral es político

“…he venido a conversar otra vez con usted-dijo la voz detrás de la máscara.

– ¡Ya le dije que no quiero verlo por aquí! –gritó Sam-. Váyase o le contagiaré la Enfermedad.

-Ya tuve la Enfermedad –dijo la voz- Fui uno de los pocos sobrevivientes. Estuve enfermo mucho tiempo.”

                                                                           (Ray Bradbury, Crónicas marcianas)

 

Un virus tiene indudablemente una dimensión biológica, pero lo que ocurre en el encuentro entre ese virus y el cuerpo humano que lo hospeda (que es por otra parte y fundamentalmente el cuerpo de un ciudadano de la Polis) es total e irreversiblemente político.

La cuarentena es un acto de preservación personal y de solidaridad social, la salud de cada individuo no depende sólo de su propia conducta, depende también de la conducta de sus pares.

Cuando hablamos de “salud pública” estamos hablando ni más ni menos de esto que se entrelaza con una de las características más arraigadas en el ser humano. Vivir en comunidad. Nuestra salud, nuestra vida, nuestro bienestar dependen de una infinidad de conductas colectivas. En contraste con los aciagos días que todavía no hemos dejado del todo atrás, días de emprendedurismo, meritocracia e individualismo, la cuarentena es una medida de cuidado individual pero fundamentalmente de solidaridad social. Sin embargo, subyace la ilusión de una gestión individual del virus.

¿O acaso no escuchamos bajo la protesta delirante por la libertad el latido del emprendedurismo meritócrata y neoliberal? “Me cuido solo, soy mi propio jefe”. Cual repartidores alucinados de Rappi o Glovo que lejos de ser sus propios jefes, son sus propios esclavos, pedaleando solitarios en una carrera ilusoria en la que el virus no los va a alcanzar, carrera en la cual preservarán –pasando por sobre los infectados y muertos que sean necesarios- la bolsa Y la vida.

Protocolos

“La cantidad de energía necesaria para refutar una estupidez es muy superior a la necesaria para producirla”

                                                                                                          (Ley de Brandolini)

La lógica conspiranoica ya estaba preparada, lista para hornear, mucho antes del COVID-19, y cuando se la necesitó estaba ahí, como los símbolos escondidos del dólar y el dinosaurio de Monterroso. Me refiero por supuesto a George Soros y a la Open Society Foundations.

Empezó a circular a las dos semanas de la cuarentena y la historia dice más o menos así: Fernández había recibido una llamada de George Soros (inversor húngaro que tiene negocios en nuestro país, o tal vez directamente un pedazo del mismo y cuyo nombre empezamos a escuchar asociado a Eduardo Elsztain y Marcelo Mindlin, con IRSA, allá en los ‘90). Bien, en esa llamada Soros le pedía a Fernández que contribuya a desestabilizar a Bolsonaro, que promueva el aborto y la educación con perspectiva de género, que permita el ingreso de compañías de medicamentos –en las que Soros tiene acciones- para curar el  COVID. ¿Y con qué fin? Bueno, aparentemente para comprar lo que le falta de Argentina, una vez que quede estropeada y a precio de Outlet de Avenida Córdoba, luego de una laaaarga cuarentena. Para esto cuenta con un amplio arco de alianzas que cubren todo el espectro político en una especie de entente liberal-progre-gorila-socialdemócrata de contornos difusos. Entonces, en vez de Plan Quinquenal, cuarentena; en vez de producción, IFE; en vez de 20 verdades, barbijo; en vez de comunidad organizada, distanciamiento social. Soros o Perón. Independencia económica y soberanía política o Nuevo Orden Mundial.

A mí nadie, nadie, NADIE que esté en la lista de la revista Forbes me cae bien, y el magnate húngaro no es la excepción. Sin embargo… ¿Qué hago con el aire a Plan Andinia que hace flamear la bandera argentina en la cual la mano de un compatriota escribió Soros o Perón?

Comenzando el siglo XX se traduce a varios idiomas y surge el primer libelo que hablaría de un complot a escala mundial. Los Protocolos (¡Protocolos!), de los Sabios de Sion. El pretendido Nuevo Orden Mundial de Soros abreva en esas aguas. Las acusaciones de comunismo, falta de libertad, “venezuelización” y las golpizas a periodistas, abrevan en las aguas de nuestro fascismo vernáculo macerado por sucesivas dictaduras y una economía de la expoliación y el despojo. La ecuación entre Villa Azul y el ghetto de Varsovia es tributaria de un liberalismo decadente que banaliza la Shoa y de una dirigencia comunitaria timorata que ha optado hace tiempo por habitar el lado que ya sabemos de la “grieta” y apenas si condenó esa infamia. Sin embargo, desde más de una orilla, al este y al oeste, la fantasía de y sobre lo judío es todavía ese significante vacío que viene a remendar las incongruencias de gran parte de nuestro sistema ideológico.

Mientras tanto, el único poder invisible es el del virus, y el máximo acto de amor al prójimo y compromiso cívico que este tiempo nos reclama es (como ha dicho nuestro pueblo una y otra vez) “Elegirás la vida”.

* Psicoanalista (UBA)