La derrota y sus lecciones

Treinta años no son nada en la historia de un país y el 40% de la vida humana promedio. El 24 de marzo de 1976 implica el recuerdo doloroso del ingreso al horror, el día inicial que profundizó los años de plomo. La noche y niebla vernácula. El intento criminal de establecer un nuevo modelo económico implantado con tracción a sangre. El puntapié inicial de una enorme derrota cuyas consecuencias persisten en la vida cotidiana.

Por Hugo Presman

El propósito eficaz de liquidar un modelo económico arrasando con las posibilidades de resistencia, para lo cual había que terminar con los delegados gremiales combativos, luchadores sociales, estudiantes radicalizados, jóvenes con inquietudes sociales, guerrilleros, simpatizantes, sospechosos de serlo, aplicando la metodología del asesinato encubierta baja la tenebrosa figura del “desaparecido”. El Estado se convirtió en terrorista, aplicando el secuestro y la tortura sistemática, y su justicia, sin posibilidades de defensa, se impartía en las mazmorras de los campos de concentración. Las sentencias eran cumplidas sepultando a los condenados en tumbas colectivas, quemando -en otras- los cadáveres o arrojándolos vivos al mar o al Río de la Plata.

El espejo del oeste

Cualquier persona medianamente informada sabía que en caso de golpe, el futuro sería tenebroso.
Circulaba un rumor que tenía envergadura de certeza: en el horizonte se avizoraba una réplica del pinochetazo, cuyas atrocidades eran ampliamente conocidas de éste lado de la cordillera. El golpe se anunció con precisión matemática, a noventa días de perpetrarse el asalto nocturno. Lo hizo Jorge Rafael Videla, desde Tucumán, en la Nochebuena de 1975. Con el mismo desparpajo, en una sociedad que había devaluado el valor de la vida, el futuro carnicero adelantó, el 10 de octubre de 1975, desde Montevideo: “Si es preciso, en la Argentina deberán morir todas las personas que sean necesarias para lograr la paz del país”.
Los asesinos ejecutarían, con precisión, luego del 24 de marzo, sus pronósticos y advertencias.

Antes del 24

La Argentina añorada por los sectores conservadores del país es la que se extiende entre 1880 y 1930. Esa especie de Arabia Saudita agropecuaria, con ganaderos que tiraban manteca al techo en París y peones famélicos, que viajaban en barco a Europa acompañados de una vaca para alimentar con leche fresca a sus niños. En la ciudad que vale mucho más que una misa, se decía “Tan rico como un argentino”. Esa oligarquía era librecambista, anti industrial, xenófoba, capitalista, pero no burguesa, en la medida que no reinvertía el excedente, profundamente dependiente de Inglaterra en lo económico y de Francia en lo cultural. Las crisis del capitalismo mundial (la Primera Guerra Mundial, la crisis de 1929) los obligó a adoptar medidas proteccionistas que repugnaban desde el punto de vista ideológico. Demostrando un enorme pragmatismo no vacilaron en aplicarlas.
A la vera, entonces, de sucesos mundiales que no podían manejar, nació una incipiente industria de sustitución de importaciones. Con ella llegaron dos nuevos actores: una burguesía nacional endeble, ideológicamente alienada a la oligarquía, sin un proyecto integral de país y una nueva clase obrera surgida de las inmigraciones internas. Perón consolidó el modelo, y al tiempo que realizaba una notable redistribución de ingresos, integraba a la clase obrera, fortificaba la industria con transferencias de ingresos del sector agropecuario y realizaba la política de una burguesía nacional cuya miopía le llevaba en franjas importantes a oponerse, irritados por la legislación laboral y por los límites al derecho de propiedad que le imponía el delegado obrero. Todo ello fue posible, por la existencia de un Estado poderoso que actuaba como redistribuidor y mediaba en los conflictos.
Desde el 16 de septiembre de 1955 se intentó desmantelar este modelo. Que no se iba a reparar en los medios o las formas, quedó claramente reflejado en el bombardeo a Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955.
Los que se presentaban como democráticos, la oligarquía, sectores importantes de la burguesía nacional y sectores mayoritarios de la clase media y de las fuerzas armadas no podían resolver la cuadratura del círculo: llamar a elecciones y que no ganara el peronismo.
El golpe del 28 de junio de 1966 fue otro intento serio de desmantelamiento del modelo, especulando con un gobierno a veinte años, período en que se suponía que la muerte acabaría con Perón exiliado en España. La intervención de la Universidad radicalizó a los estudiantes que fueron desalojados de su isla democrática. El cierre de los ingenios convirtió a Tucumán en un polvorín. Eran dos de los focos de conflicto que las torpezas de Onganía, en representación de las Fuerzas Armadas, potenció a niveles superlativos.
La destrucción del modelo de sustitución de importaciones tenía dos limitaciones importantes: las Fuerzas Armadas penetradas por el liberalismo conservaban la convicción de que muchas empresas estatales eran funcionales a la seguridad nacional y se oponían a la privatización. El otro bastión de resistencia eran las organizaciones sindicales.
La confluencia de los obreros mejores pagos de Córdoba con los estudiantes universitarios, y la mayoría de la población cordobesa, terminó con Onganía y mandó a la autodenominada Revolución Argentina a terapia intensiva.
A Roberto Levingston lo desplazó un segundo cordobaza. Lanusse, su sucesor, intentó negociar con Perón en una partida de ajedrez histórica que concluyó con su amplia derrota. El país había cambiado.
Manifestaciones inscriptas en una excepcional politización, traducidas en una sucesión de azos: rosariazo, mendozaso, rocazo, junto con la aparición de organizaciones guerrilleras concluyeron en el triunfo de la fórmula Cámpora- Solano Lima. Alejandro Agustín Lanusse sólo pudo proscribir a Perón, por la cláusula de residencia, situación que se solucionó en las elecciones del 23 de septiembre.
El período que va del 25 de mayo de 1973 al 1 de julio de 1974, es el último intento de mantener la equidad en la distribución y la integración social en la sociedad más desarrollada y culta de América Latina.
El modelo de sustitución de importaciones exteriorizaba considerables grados de agotamiento. La capacidad productiva no acompañaba el proceso distributivo. La sociedad se había complejizado, las tensiones sociales se agudizaron, los movimientos guerrilleros se convirtieron en patrullas perdidas y aisladas. La muerte de Perón marcó el final de la época iniciada en 1945.

La pendiente hacia la catástrofe

La violencia y los muertos se acumularon en un conflicto demencial entre la ‘Triple A’ organizada por López Rega y las organizaciones guerrilleras. El gobierno de Isabel, en medio de un país que se incendiaba en una lucha por la distribución del ingreso, sancionó la Ley de Contrato de Trabajo y nacionalizó las bocas de expendio de los combustibles. A su vez, jaqueada por el establishment, implementaba la política exigida por éste, mediante el Rodrigazo. La resistencia de los sindicatos y de la población en general, terminó con Rodrigo y López Rega. El Operativo Independencia para terminar con el foco guerrillero de Tucumán, adelantaría los métodos futuros: la escuelita de Famaillá sería el primer campo de concentración.
La clase media se espantó por la violencia y el desorden que se traducía en la violencia política, en la disparada de precios y el desabastecimiento. La ineptitud de Isabel acentuaba el cuadro. Sin embargo no sería derrocada por los numerosos defectos de su gobierno, sino por sus escasas virtudes y por el remanente de soberanía popular que representaba.
Durante este período se produjeron mil seiscientas muertes políticas, la mayor parte de ellas fueron asesinatos.
El fantasma de control de los movimientos guerrilleros que se esgrimía en febrero de 1976 era falso. La guerrilla estaba militarmente derrotada al 24 de marzo luego de haberse auto aislado políticamente. En 1978 esta afirmación fue confirmada por Wayne Smith, agregado de la Embajada Norteamericana en nuestro país en aquellos años, quien sostuvo: “La embajada jamás consideró que había una gran amenaza terrorista. Los militares argentinos eran quienes pensaban que estaban librando la primera batalla de la Tercera Guerra Mundial. Para mí eso siempre fue una tontería”.
Y de esto la Embajada Norteamericana sabe bastante. Horacio Verbitsky publicó en Página/12, el 4-12-2003, documentos desclasificados del Departamento de Estado: “El 7 de octubre, (1976) Guzzetti visitó a Kissinger en su suite del Waldorf Astoria de Nueva York. El clima fue de abierta camaradería y el embajador argentino ante las Naciones Unidas, Carlos Ortiz de Rosas, opinó incluso sobre el proceso electoral estadounidense, en favor de Ford y en contra de Carter. Kissinger criticó la posición de Carter, quien en un debate con Ford había objetado la ayuda de Estados Unidos a Arabia Saudita e Irán y se dirigió a Guzzetti en forma jocosa: “tienen suerte que no mencionó a la Argentina. Ya los va a agarrar en el próximo debate. El consuelo es que sólo faltan tres semanas” (para las elecciones del 2 de noviembre). La trascripción del Departamento de Estado acota “Risas”. Guzzetti aprovechó para pasar su mensaje: “Recordará usted nuestra reunión en Santiago. En los últimos cuatro meses nuestra lucha ha tenido muy buenos resultados.
Las organizaciones terroristas han sido desarticuladas. Si las cosas siguen en el mismo sentido, antes de fin de año habrá pasado el peligro. Siempre habrá intentos aislados, por supuesto”. Kissinger preguntó si para la próxima primavera boreal, que empieza a fin de marzo, todo habría terminado. Guzzetti le respondió que ello ocurriría “antes de fin de año”. La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas estableció que la mitad de los detenidos-desaparecidos fueron secuestrados después de esa fecha. Esto ratifica que la represión clandestina se abatió sobre un alto número de personas que no participaban en las organizaciones armadas. De acuerdo con la consigna del general Ibérico Saint Jean: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, luego a los indiferentes y por último a los tímidos”.

La derrota y sus lecciones

Un Perón, viejo y enfermo intentó, y durante su presidencia lo consiguió en gran medida, contener una sociedad de elevada confrontación. El avance de masas fue decayendo. Su muerte desató una lucha que espantó a la clase media que se sumó decididamente al golpe. Los sectores económicos en forma casi unánime propulsaron el 24 de marzo, que debía cumplir las tareas inconclusas de 1955 y 1966. Los Montoneros cometieron un grueso error de apreciación política y se fabricaron un Perón inexistente, soñándolo socialista. Sus padres, gorilas, lo habían denostado por fascista. El paso a la clandestinidad en septiembre de 1974, hoy ha sido reconocido como una equivocación trágica por algunos de los dirigentes montoneros sobrevivientes.
Se enfrentaron a Perón el 1 de mayo de 1974, siguiendo un mal diagnóstico, a sesenta días de su muerte.
Antes lo habían provocado con el absurdo asesinato de José Rucci, a dos días de haber triunfado la formula Perón- Perón con el 62,7% de los votos.
A medida que los fierros reemplazaban a la política, se sumergían en un aislamiento político y se convertían en una banda armada. Interiormente, los dirigentes más lucidos políticamente eran relegados por los que manejaban mejor y más audazmente las armas. Sobrestimaron sus fuerzas, creyendo erróneamente que podían enfrentar en igualdad de condiciones a un ejército. La consigna de “cuando peor, mejor” fue funcional a los intereses de los golpistas.
Esta vez el asalto al Gobierno no tendría limitaciones en los medios utilizados. Como bien dice Pilar Calveiro en “Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los 70”: “era necesario emprender una operación de “cirugía mayor”, así la llamaron. Los campos de concentración fueron el quirófano, donde se llevó a cabo dicha cirugía; también fueron, sin duda, el campo de prueba de una nueva sociedad ordenada, controlada y, sobre todo aterrada”.
A treinta años de estos hechos, es importante cambiar el ángulo de análisis. Las Fuerzas Armadas no pusieron a José Alfredo Martínez de Hoz. Fue el bloque de intereses económicos que representaba Martínez de Hoz el que colocó a Videla de Presidente. Fueron los inspiradores intelectuales de las atrocidades cometidas por las Fuerzas Armadas. Los que usufructuaron los negocios, el desmantelamiento industrial, los que configuraron la Patria Financiera. Los que hipotecaron el país, dejando con la deuda externa, un ejército de ocupación que colocó una soga al cuello del país. A cambio, el dólar barato le permitió a gruesas franjas de las clases medias creer que accedían al primer mundo, aunque más no sea, en su condición de turistas.
Los ejecutores de la masacre fueron juzgados y su poder político quedó reducido a cenizas.
Los autores intelectuales permanecieron detrás de la escena, y nunca los alcanzó ni la justicia ni el juicio público. Por eso su poder continúa incólume. Se subieron al gobierno de Alfonsín, al que le estalló en las manos los retazos del modelo de sustitución de importaciones, inmovilizado por sus limitaciones, sus ingenuidades y un estado anémico y gordo corroído por la Patria Contratista.
La hiperinflación disciplinó a una sociedad que en sus genes le habían inoculado el miedo a la política como instrumento modificador de la sociedad y los comportamientos sociales.
Con Menem y Cavallo, se completaría, ahora con apoyo popular, todo lo que en economía dejó pendiente la dictadura criminal. Se aplicaría nuevamente “cirugía mayor, sin anestesia”.
Así en 1995, a 40 años de la Revolución Libertadora, se completaba la liquidación del modelo de sustitución de importaciones y se descuartizaba el Estado de Bienestar. Se archivaba el desarrollo industrial y con ello se reducía considerablemente “el monstruo que anidaba en sus entrañas”: la clase obrera.
Los ganadores siguen siendo los mismos, con beneficiarios alternativos dentro del bloque dominante.
El modelo de economía abierta, privatizaciones, empate monetario, reducción liliputiense del Estado, el mercado como distribuidor de ingresos se agotó en una década, y concluyó en la mayor crisis económica de la historia argentina, con desigualdades desgarradoras y un alto grado de fragmentación social.

La victoria final

La dictadura criminal triunfó ampliamente y muchos de sus valores deleznables se incorporaron a la vida cotidiana. La mano dura, el desprecio hacia el otro, la discriminación, el miedo, la peregrina aseveración que defender la aplicación de la justicia para el que delinque es estar a favor de los delincuentes, la idea que los problemas sociales y de seguridad se los combate con el endurecimiento de las penas del Código Penal, la prefiguración de un orden basado en los silencios y la obediencia, el denuesto de la protesta. El privilegiar al consumidor sobre el ciudadano, y luego llevarlo a la condición de desocupado con lo que se redondea una exclusión total. La concepción que el derrotado en el mercado es alguien que merece su suerte y debe ser abandonado como exteriorización de su fracaso. El haber dejado como Caballo de Troya la deuda externa y los planes económicos de devastación y hambre, que vaciaron la democracia y pulverizaron las representaciones políticas.
A treinta años de una tragedia, de la que posiblemente la mayor parte de la sociedad fue cómplice y víctima, el debate de los años de plomo se presenta como imprescindible. El mismo debe incluir los groseros errores del campo popular. Lentamente, se ha ido exponiendo la militancia de muchos desaparecidos, dejando de presentarlos como desaparecidos “apolíticos”. Su adscripción política permite colocarlos en la verdadera categoría de luchadores políticos y, por lo tanto, sujetos a una revisión de los métodos y fines que persiguieron y utilizaron.
Si estas líneas sirven como un disparador para ese debate, su escritura se habrá justificado.