-Empecemos por el tema Floyd: ¿El hecho de que las movilizaciones estén pobladas de cientos de jóvenes afroamericanos marchando junto a blancos y latinos para reclamar por un sistema más justo habla de una sociedad mejor frente al anacronismo de Trump?
-La participación de blancos y afroamericanos en las protestas no es nueva. La elección de Trump, como presidente, mostró un cuestionamiento más amplio hacia su persona, de un vasto sector de la comunidad afroamericana y la clase media respecto a su racismo. Estas últimas movilizaciones muestran no solamente un rechazo a la violencia policial, sino a todo lo que representa Trump, en el incentivo del odio, el resentimiento y la xenofobia. Todo esto sumado a una metodología muy gangsteril de hacer política en forma prepotente y arrogante. Este perfil causó un gran rechazo en la población urbana, y las estadísticas muestran una correlación directa entre residencia geográfica, perfil sociológico, ingreso y nivel educativo entre los que avalan sus políticas y los que se oponen a este personaje. En ese sentido, existe una continuidad con un fenómeno que comenzó en los ‘60 con el movimiento de Derechos Civiles que dirigía Martin Luther King, al que se fueron sumando sectores de la población blanca. A partir de 1966-67 estos últimos procesos se vieron acelerados por la guerra de Vietnam, que hizo converger varios fenómenos al mismo tiempo: la oposición a la guerra, la protesta estudiantil, esencialmente blanca y de clase media y media alta, y el Movimiento de Derechos Civiles.
-Hoy, a diferencia de los años ‘50, la discriminación racial es ilegal, la integración racial en las instituciones es esperable y valorada. Un afroamericano llegó a la presidencia en el 2008, algo impensable en los años ‘50. ¿Por qué no ha cambiado el número de los crímenes por odio racial, las desigualdades en el empleo, la pobreza de raíz racial y las disparidades extremas en las tasas de encarcelamiento donde la población negra está sobredimesionada?
-El racismo explícito dejó de ser legal a partir de los años ‘60. De cualquier modo, la des-segregación de las escuelas en el sur a fines de los años ‘50 y después de los ‘60 bajo las presidencias de Kennedy y Johnson, las enmiendas a la Constitución, no hicieron desaparecer el racismo, prejuicio muy arraigado en amplios sectores de la sociedad norteamericana, especialmente, pero no exclusivamente, como quedó demostrado en el crimen de Floyd de la ciudad de Minneapolis, en los estados del sur. Y es en esos sectores donde se montó Trump con el discurso de odio y xenófobo. Es cierto que en los años ‘60, especialmente en las presidencias demócrata, pensemos en la guerra contra la pobreza y el proyecto de la Gran Sociedad de Lyndon B Johnson, se inició una política tendiente a equiparar un poco las condiciones de la comunidad afroamericana, combatiendo las expresiones más flagrantes de discriminación, pero este proceso comenzó a desmantelarse especialmente en la época de Reagan, sobre todo porque representó en buena medida un rechazo a todo lo que significó los años ‘60.
Pero el giro comenzó con Nixon, de hecho, él basó su campaña electoral en “Ley y orden”, consigna que apelaba al miedo generado por las protestas no solamente contra la guerra de Vietnam. Recordemos que los años ‘60 es una década también de gran movilización no solamente de los sectores vinculados al Movimiento de los Derechos Civiles, sino también de disturbios raciales desatados por la violencia policial contra la población negra. Ya se trate de los estallidos de violencia de Watts en 1965, Chicago y Detroit en 1968, o Los Ángeles en 1992, en todos los casos encontramos lo mismo que ocurrió con Floyd en Minneapolis: una acción policial desmedida, porque no había ningún tipo de amenazas para el orden.
La elección de Obama representó una suerte de pesadilla para aquellos sectores que no admiten la igualdad con la población negra, una comunidad que necesita una serie de políticas afirmativas, es decir, un trato preferencial para que puedan acceder a empleos, educación y de esa manera ponga en marcha un proceso sostenido de ascenso social. A la vez, se necesita la reproducción de una elite social y económica afroamericana que termine por naturalizar la idea de que, a no ser por las prácticas discriminatorias, no hay razones para esta desigualdad, siempre y cuando estas personas tengan las mismas posibilidades. El otro problema son las cárceles, en la cuales la población afroamericana está sobre-representada. En este tema hay una serie de cuestiones económicas y es que las minorías representan una fuente de ingreso para los municipios, ya que éstos utilizan a sus presos para realizar diferentes trabajos o los alquilan a empresas.
-¿Que en Europa se estén movilizando por lo de Floyd es un hecho puntual o un detonante de cuestiones que están ocurriendo en ese continente también? ¿Encontrás algún nexo? ¿Cómo lo conectarías con el tema racial en Francia, por ejemplo, y los modos en que se fue procesando el proceso de descolonización?
-Estas movilizaciones que se dieron en Estados Unidos y en algunos países europeos tienen una relación indirecta, porque no hay un vínculo institucional de organizaciones que estén actuando en ambos lugares. Lo que sucede es que existe una cultura del antirracismo que es muy fuerte en algunos países europeos y por eso se movilizan. El tema es que muchas veces no nos enteramos porque los medios de comunicación ignoran o subestiman estos hechos. Llama la atención y es noticia cualquier acto racista o movilización de la extrema derecha, pero todo queda ahí. Sirve para generar un impacto muy fuerte pero nada más. No se informa que ese episodio tuvo una respuesta y un rechazo mucho mayor en términos movilización tanto de individuos como de colectivos de derechos humanos.
En términos formales, Estados Unidos y Europa son producto de culturas con valores democráticos o liberales igualitarios y que repudian este tipo de actos de violencia racial. Esa demostración que hemos visto de solidaridad, de rechazo a la violencia policial en el caso de Floyd, es comparable a otros acontecimientos similares en Europa, como la campaña “Verdad y justicia por Adama” (Adama Traoré, un joven afrodescendiente muerto en una comisaría francesa en 2016).
También este continente tiene sus problemas, aunque nada comparable con Trump, al menos a nivel del gobierno. Europa está muy pendiente de Estados Unidos porque también tiene un problema en su propia casa. La xenofobia se ha incrementado, el ascenso de los partidos de extrema derecha, o líderes en todo caso sin partido, que han llegado a la primera magistratura con una agenda xenófoba, tiene un paralelismo muy fuerte con lo que está ocurriendo en Estados Unidos.
Además, porque lo que ocurre en el país del norte tiene una repercusión muy directa en Europa, en términos de imagen, y de lo que representa Estados Unidos para muchos europeos; o que representaba. Creo que hoy la imagen de este país tocó su piso más bajo, y no sólo en Europa. No puedo encontrar ningún otro periodo histórico, de un presidente con las características de Trump. La verdad es que cuando uno piensa en los republicanos Nixon, Reagan o Bush, todos están muy lejos del actual presidente de Estados Unidos. Fueron líderes con una larga carrera política, y comparados con Trump, parecen muy moderados, aun cuando en su momento fueron vistos como ubicados muy a la derecha del partido. Esto muestra una crisis del sistema de partidos en ese país. Lo mismo para los demócratas.
-Según expresó Charles Tilly, profesor de la Universidad de Toronto, históricamente la violencia colectiva emerge desde los procesos políticos centrales de cada país. Tilly sostiene que a lo largo de la historia quienes “buscaron tomar, retener o re-equilibrar las palancas del poder han recurrido a la violencia colectiva como parte de sus luchas. Los oprimidos lo han hecho en nombre de la justicia. Los privilegiados en nombre del orden. Los del medio, en nombre del miedo”. ¿Qué opinás al respecto?
-Si uno toma como ejemplo a Occidente, sobre todo a Europa, Estados Unidos y América Latina, en algún momento la violencia política sirvió y tuvo un sentido como método organizado para cambiar las relaciones de poder. Esto hoy perdió el apoyo y el encanto que tuvo en los años ‘60 y ‘70. Hoy la violencia antisistema se manifiesta de otras maneras. El malestar que causan el abuso de poder, la desigualdad y la discriminación se expresa a través de explosiones de cólera, crimen y vandalismo. Es una violencia completamente desarticulada que busca expresar ese resentimiento producto de la injusticia. Y se acciona con lo primero que se tiene a mano; y ahí se confunden con otros actos menos fácilmente explicables o entendibles, como es el saqueo, que también está relacionado con la desigualdad y la marginación, aunque no todos los que participan en estas acciones están en las mismas condiciones económicas. Pero uno podría suponer que la mayoría de los que participan de un saqueo forma parte de un grupo de desposeídos, de los afectados por la falta de trabajo. En otra época, hasta la caída del comunismo, esa violencia, por ejemplo en Argentina o América Latina, tenía una justificación y gozaba de una simpatía. Aunque pocos la apoyaban, muchos la podían entender ya que era el resultado de un orden político injusto impuesto por las dictaduras. Los fenómenos guerrilleros en Asia durante el proceso de la descolonización fueron el ejemplo más claro del modelo del Tercer Mundo como una forma de lucha contra el capitalismo, el imperialismo y las desigualdades. Esa fase histórica quedo sepultada en algún momento a fines de los ‘80.
Pero también creo que planteó un tema: ¿Bajo qué nuevas condiciones se puede luchar contra las injusticias del sistema? Estados Unidos tuvo a la población afroamericana como una de las principales perjudicadas por su gobierno, pero esto no fue razón suficiente para que esta minoría saliera masivamente a votar, lo cual explica en parte el triunfo de Trump. Tampoco existen hoy las condiciones para organizarse políticamente como ocurrió en los años ‘50 o ‘60, a través de expresiones más radicales como el Movimiento de los Derechos Civiles, Poder negro, las Panteras Negras. Después de la experiencia de Obama no hubo otro candidato afroamericano con las condiciones de este último para ser electo.
Finalmente, lo que queda para muchos sectores es simplemente el acto desesperado del destrozo, de la ira ventilada contra lo primero que se encuentra, pero al mismo tiempo arrastrando a ese acto también a un sector de la población blanca esencialmente joven que está ahí por solidaridad. Todo esto fue trasladándose también a otros escenarios: la criminalidad, la marginalidad que se alimenta de poblaciones que no ven en el sistema político, como está instaurado, posibilidades de cambio.
-También habría que analizar cómo se ha sofisticado la violencia estatal a nivel tecnológico, que en muchos casos lleva a la violación de los derechos individuales.
-Muchos Estados han desarrollado y acumulado un enorme arsenal en un sentido amplio que permite vigilar, auscultar, tomar la temperatura y controlar e informar acerca de todo lo que pasa. Es muy difícil pensar en una acción clandestina contra el establishment o contra el sistema sin que éste último muy tempranamente te detecte. En ese sentido, creo que justamente la alternativa son las movilizaciones numerosas, porque esta medida es mucho más difícil enfrentarla. El costo político de la represión es mayor que contra una pequeña organización. Creo que también esto tiene que ver con la emergencia de Estados con una capacidad de policía en un sentido muy amplio de control y de mecanismos para asegurar el orden público que antes no existían, y en ese sentido todo lo que tiene que ver con la seguridad hace sentir seguro al ciudadano pero es un señal también de los espacios de libertad que se pierden.
-Yendo a nuestro país: ¿cómo se pone de manifiesto el racismo en el contexto del coronavirus? ¿Cómo advertís las reacciones frente al confinamiento en las villas y la expansión de la epidemia entre los sectores más vulnerables?
-Por momentos tengo la sensación de que en ciertos sectores de la población, particularmente en la ciudad de Buenos Aires, no les importa si se muere la gente en las villas. Y allí es donde veo que existe un elemento de pensamiento eugenésico, en el sentido de quienes pueden o no afrontar la cuarentena física y sanitariamente. Es curioso, además, que esta oposición a mantener la cuarentena coincida con el momento en que los contagios se disparan en los barrios populares. Llamativamente la movida anticuarentena se dio precisamente en el momento en que se vislumbraba que los barrios de clase media y media alta dejaban de estar entre las zonas de mayor circulación comunitaria del virus.
-Hay quienes advierten que en nuestro país, la reacción de rechazo frente al caso Floyd ha sido mucho mayor a la ocurrida frente al ataque policial, con torturas y abuso sexual, contra cuatro jóvenes qom en Chaco.
-Precisamente, lo dicho recién me hace pensar en por qué no es noticia la violencia contra los miembros de la comunidad qom. Y la verdad es que a nadie le importa lo que les pase. En ese sentido, el coronavirus revela en muchos sectores de la sociedad, la persistencia de una Argentina muy racista.