El Plan Cóndor abogaba por la persecución regional (Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Perú y Ecuador) de presuntos subversivos y requería, para ello, de una eficiente coordinación de actividades de inteligencia entre los ejércitos de estos países cuyos militares disponían de un entrenamiento común en la tristemente célebre Escuela de las Américas, dependiente de los Estados Unidos, el más ferviente promotor de la famosa Escuela (económica) de Chicago que promovía una curiosa mezcla de liberalismo con control del Estado que decidía, libremente (léase: sin oposición) sobre la vida y la muerte de las personas y el destino de las economía y las riquezas.
El periodista Jorge Elías, en su reciente libro ‘Maten al cartero’, cita palabras del entonces Presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, mencionadas en la Casa Blanca un 8 de abril de 1971: “¿Qué diablos es América latina? Colombia, ¿tiene que cambiar de partido cada cuatro años? México es un sistema de un solo partido. Venezuela…, y el resto es caos, con la excepción de Brasil que tiene relativa estabilidad. La Argentina, eso es una tragedia, tragedia porque, maldita sea, tendría que ser el segundo mejor después de Brasil y, de repente, ese hijo de puta de Perón dejó… dejó residuos.”
El huevo de la serpiente ya había sido parido y lo peor aún estaba por llegar…
De rodillas
Ningún plan de vaciamiento y dominación económica es posible sin la intervención de la fuerza; y el Plan Cóndor resultó exactamente eso: la forma de poner de rodillas a los pueblos de América latina derribando los intentos de oposición bajo la excusa del avance de las ideas socialistas y comunistas en las formas de pensar la economía y las sociedades.
El avance del socialismo en Chile, las arraigadas costumbres cooperativistas en el Perú o el avance de un peronismo diferente (que igualmente continuaría con su líder proscripto), avizoraba un continente contrario al imperativo de sostenerse como el patio trasero de la ideología dominante en el poder central de los Estados Unidos.
Todos vivimos en peligro en medio de la violencia de izquierda y derecha.
Entre la subversión y el terrorismo de Estado estaban aquellos que soñaron un país y un continente diferente, un hombre mejor y sociedades solidarias.
Todos somos sobrevivientes
En el todo vale que necesitaron construir los militares para imponerse sólo importaba no tocar las posesiones de los poderosos vinculados a los intereses de clase.
“En un documento posterior -dice Jorge Elías- de 1978, los aspectos de inteligencia más controvertidos estaban desglosados como ‘problemas surgidos en la jurisdicción sobre la participación de organizaciones terroristas y políticas de otros países en apoyo a las que operan en las misma’. Enumeraba, entre ellos, una reunión de judíos en la Sociedad Hebraica de Villa Angela, provincia del Chaco; una conferencia de la Comisión Mundial de Pueblos Indígenas; una visita de la Cruz Roja Internacional a provincias del norte argentino, y la mera existencia del Ejército Rojo Japonés…”. Esta enumeración demuestra claramente, que nada ni nadie era políticamente correcto por afuera de las arbitrariedades antojadizas de estos militares borrachos de poder y devenidos en dioses.
Bastaba con activar en alguna organización gremial, ser docente o asistente en una villa miseria, pensar en voz alta o figurar en una agenda para ser ‘chupado’ y luego desaparecer. Podía bastar con haber nacido en cautiverio para, hasta hoy, no disponer de la propia identidad.
Pero también bastaba sentir que todo estaba perdido para enfrentar a la dictadura más atroz de la Argentina. Si no, que lo digan las maravillosas Madres o Abuelas de Plaza de Mayo que enfrentaron con el coraje de sus entrañas, como única arma, la desaparición de sus hijos y el derrumbe de una sociedad que nunca recuperó a una generación perdida que hoy tendría que estar ocupando los cargos dirigenciales más importantes del país y las distintas comunidades que lo componen.
Todos somos sobrevivientes. Y 30.000 son las almas que nos circundan reclamando justicia y soplándonos, al oído, aún, sus esperanzas de cambio…
¿El Cóndor pasa?
Pero el Plan Cóndor no era otra cosa que el instrumento político para instalar un sistema económico de dominación que tomó otras formas con la desaparición de la bipolaridad ideológica, la guerra fría y la tensión Este-Oeste (luego de la caída del Muro de Berlín).
La globalización tomó su lugar vistiendo, con un lenguaje -en apariencia- políticamente correcto, la continuidad de dominación del Plan Cóndor.
¿Cuántas cosas cambiaron desde la finalización de las dictaduras en la vida cotidiana de la gente? No en la libertad de protesta, huelga, movidas culturales o la defensa retórica de los Derechos Humanos.
Basta recordar que hasta hace unos pocos años, el economista Domingo Felipe Cavallo, responsable de la estatización de la deuda externa privada en 1982, como Presidente del Banco Central en el gobierno dictatorial de entonces, manejaba los hilos de la economía democrática, y hasta lanzó sus globos de ensayo para evaluar si estaba en condiciones de presentarse en las últimas elecciones parlamentarias.
Los índices de pobreza y desocupación siguen mayores que en la dictadura, la economía de las pequeñas y medianas industrias no despega, no se generan procesos de derrame de riquezas, se concentra el dinero cada vez en menos personas y más corporaciones, se ha retornado a altos índices de importación, no se consiguen pasajes al exterior en temporada alta, las economías regionales se acrecientan concentrándose en empresas extranjeras y no en manos del pueblo, la Patagonia está prácticamente transferida a poderosos del exterior (y no gracias a los furtivos designios del supuesto ‘Plan Andinia’), y para las fuerzas de seguridad como la Policía Federal, las instituciones comunitarias y los judíos que las habitamos, somos “blancos israelíes” luego de los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA que, definitivamente, tuvieron una clara connotación mafiosa y de devolución de favores al entonces Presidente Carlos Menem.
¿Cómo deberíamos nominar las falencias de esta democracia?
¿Podemos afirmarle a nuestros hijos que con estos políticos, en esta democracia se come, se educa y se cura?
¿El Cóndor pasa? ¿En serio cree que pasa?
Investigación y homenaje
Hasta el cansancio diremos que Nueva Sión intenta ser un vaso comunicante entre el mundo de lo judío y el ámbito nacional. Por ello nos involucramos en lo nacional de nuestro país desde nuestro bagaje cultural.
También por ello es que no olvidamos a nuestros hermanos judíos desaparecidos entre 1976 y 1983.
La población argentina de origen judío desaparecida durante ese período representa entre un 5 y 6% del total de las víctimas, 30.000 desaparecidos: unos 1.800 judíos aproximadamente.
Este porcentaje es muy notable si se compara con la población judía del país en relación al total de argentinos durante los años de plomo: entre el 0,8% y 1,2% según las cifras que se tomen como parámetro.
La tristemente extraordinaria presencia judía entre las víctimas no fue un hecho casual sino que tuvo relación con la ideología del proceso genocida iniciado por los militares y el poder económico.
Los métodos utilizados por las fuerzas de seguridad no distaron de los métodos nazis: ocultamiento de cuerpos; negación del nombre de las víctimas; despersonalización durante la detención; deshumanización y degradación de los presos y secuestrados; intento de quebrar las fuerzas físicas, psíquicas y morales; vaciamiento de empresas; sustracción e incautación de bienes; torturas; separación de familias o retiro de la nacionalidad (como el caso de Jacobo Timerman, considerado un pionero de este periódico). Y qué decir de la presencia de svásticas en los centros de detención, los excesos de torturas o la identificación con el nazismo por parte de los represores.
Los investigadores sociales han estudiado este fenómeno, pero aún queda mucho por hacer al respecto dentro de las instituciones comunitarias. Si bien la AMIA y la DAIA han armado, cada una a su momento, sendas comisiones de investigación de sus procedimientos y acciones durante la dictadura, lo único que puede mostrarse hoy, en Argentina, es algún tipo de autocrítica verbal de los dirigentes y un “Archivo histórico sobre el rol de la DAIA frente a la dictadura militar entre 1976 y 1983”. Pero de análisis crítico nada.
Este tiempo tan particular, a 30 años del inicio de la feroz dictadura que arrastra sus secuelas hasta nuestros días, bien vale un especial homenaje a todos aquellos argentinos desaparecidos durante la dictadura, recordar que no los olvidamos, y en particular a los desaparecidos de origen judío que creyeron que un mundo mejor era posible… ¿Es posible?
Nuestro recuerdo a sus dignas memorias y un renovado pedido por la aparición de sus cuerpos y de autocrítica a nuestras instituciones centrales.
Esto es lo que el Golpe nos dejó. Ellos y sus familiares siguen esperando justicia.